jueves, 29 de agosto de 2013

¿Vamos al museo?

publicado el 29 de agosto de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Si algo ha cambiado hoy en día en cuanto a las experiencias educativas en primaria es la posibilidad de visitar Museos. Y aún mejor, la oportunidad de visitar un Museo de Ciencia está al alcance de la mayoría de los estudiantes.

Más que dar a conocer a la Ciencia como disciplina, comprender cómo se hace la ciencia es fundamental para la búsqueda de tolerancia y democracia. La práctica del método que emplean los científicos, la objetividad, la capacidad de hacer modelos de la realidad, la verificación experimental y la aceptación de que un error implica un cambio de modelo nos hace sin duda ser más tolerantes y menos dogmáticos. En este sentido, una sociedad democrática es aquella en que la gente está bien informada sobre el trabajo de los científicos, de tal forma que puede tener opiniones fundamentadas acerca de temas polémicos como la clonación, la biotecnología, la violencia, el cambio climático o las estrategias energéticas.


Hay muchas maneras para hacer llegar la CTI a la sociedad como un todo. En nuestra comunidad contamos con un grupo importante de comunicadores científicos, así como con espacios en medios de comunicación masivos dirigidos a diferentes públicos. Es un hecho que la producción de material de las distintas entidades académicas es muy importante y ha contribuido a mejorar la comprensión tanto de conceptos como de procesos científico-tecnológicos. Sin embargo, es una realidad que los museos interactivos son uno de los medios más importantes de popularización de la CTI porque tienen un contacto directo con los receptores del mensaje, a diferencia de lo que ocurre con otros medios de comunicación como un texto o un comentario en televisión. En los espacios de un museo pueden juntarse un sinnúmero de actividades de educación no formal y divulgación de la CTI y, lo más importante, éstas son dirigidas a diferentes públicos. Los museos ocupan el segundo lugar, después de las bibliotecas, como instituciones educativas a la que acuden estudiantes de todos los niveles en busca de información y aprendizaje. En el contexto de la CTI, los museos de ciencia modernos son un espacio para la comunidad, inmersos en la sociedad que los generan y comprometidos con los cambios que en ella ocurran. 

jueves, 22 de agosto de 2013

Y luego, ¿qué vendo?

publicado el 22 de agosto de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Recuerdo que hace muchos años, a propósito de la posible construcción de un club de golf, los vecinos de esa localidad se manifestaban en contra por muchas razones, ambientales, culturales, sociales y hasta económicas; a pesar de que los promotores del club prometían una millonaria inversión y una consecuente amplia oferta laboral para los locales. Los lugareños, sin embargo, argumentaban que dicha inversión sólo traería empleos de bajo ingreso: para jardineros, meseros y mucamas, entre otros. Claramente, todos preferimos fuentes de empleo mejor remunerado, que requieran mano de obra altamente calificada y por tanto, que representen no sólo el beneficio de empleos directos, sino el de la derrama económica que esos empleos bien remunerados genera.
Las empresas de alta tecnología requieren recursos humanos altamente calificados. Son necesarios profesionistas especializados, con posgrado la mayoría de las veces. De hecho, en esta industria, para asegurar la calidad de los servicios tecnológicos, incluso el personal de servicio, mantenimiento e instalación necesita entrenamiento especial. Las universidades tecnológicas preparan técnicos superiores universitarios para este tipo de labores.
El desarrollo económico que detona la innovación de alta tecnología es la principal razón por la que otros países en el mundo han decidido impulsar esta industria con agresividad y urgencia. Sin embargo, algunos creemos que no es suficiente impulsar la gemación de empresas de alta tecnología alrededor de un sólo producto o servicio innovador, que suele ser lo acostumbrado en la mayoría de las incubadoras de base tecnológica. Este tipo de emprendimientos me recuerda la anécdota de Doña Mary, que tenía el puesto de jitomates frente a mi escuela. La buena mujer trabajaba desde las 7:00 hasta pasadas las 15:00 y nunca vi que lograra venderlo todo. Un día antes de las 8:00, se acercó la mamá de una amiga y le ofreció comprar todo el jitomate que llevaba. Doña Mary la miró extrañada y le respondió: “no m’ija, ¿cómo crees? Y luego, ¿qué vendo?”.

Para que una empresa de alta tecnología sea exitosa, requiere generar innovación basada en ciencia; es decir, ser parte de un nicho científico-tecnológico que sea suministro continuo de innovaciones tecnológicas. No basta comercializar una patente o dar un excelente servicio tecnológico. Es indispensable contar con un repertorio de conocimiento del que emerjan innovaciones continuamente. El ciclo de vida de los productos o servicios tecnológicos es muy corto. Asegurar el éxito de la industria de alta tecnología sólo es posible si volteamos a las universidades y centros de investigación, nuestras fábricas de conocimiento naturales, y tendemos puentes firmes, amplios y de doble vía, que permitan un intercambio continuo de conocimiento entre el mercado, la empresa y los investigadores.

jueves, 15 de agosto de 2013

Entre lo local y lo global

publicado el 15 de agosto de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Cuando mi hija iba en tercero de kínder, descubrí que por optimizar recursos el jardín de niños al que asistía decidió juntar a los tres grupos de kínder en uno solo. Esta medida de eficiencia empresarial me puso los pelos de punta y decidí cambiar de escuela al día siguiente. Por supuesto que el calvario inició en ese momento, buscando escuelas que me quedaran cerca de casa y además tuvieran calidad educativa. Afortunadamente, la búsqueda duró sólo unas horas, al día siguiente encontré la escuela perfecta. La perfección no me la dio la cercanía, ni las instalaciones, ni el modelo educativo, sino ver que Miss Greta, quien me había enseñado inglés en 5º de primaria, era parte del personal de esa escuela. Tuve la fortuna de toparme con una institución que consideraba la enseñanza del inglés tan importante como la escuela en que yo estudié (El Bilingüe, que dejó de existir hace muchos años).
Independientemente de que nos guste o no, es un hecho que el lenguaje “materno” del intercambio empresarial y científico-tecnológico es el inglés. No hablarlo y entenderlo con fluidez nos pone en desventaja como individuos y como comunidad en el mundo. Eso era cierto hace 40 años y lo sigue siendo ahora, en la era global. El dominio de dos o tres idiomas aparte del materno es muy importante para lograr insertarnos de mejor manera en las redes sociales que son por definición globales (o internacionales, como decíamos antes). Apostar por una educación que fomente el pensamiento crítico y científico es esencial, también lo es incluir el aprendizaje intensivo de por lo menos el inglés.

No todos tenemos la fortuna de toparnos con Miss Greta en la primaria o la secundaria. Sin embargo, es importante que encontremos en la educación continua los espacios para aprender inglés, tanto para mejorar nuestras posibilidades laborales, como para apoyar a nuestros hijos en su aprendizaje del idioma. Afortunadamente, esta preocupación la comparten las universidades públicas; tanto la UAEM en el centro de Cuernavaca, Chamilpa, Club de Golf y Cuautla, como la Fundación UNAM en Teopanzolco, que abren al público general sus Centros de Enseñanza de Lenguas Extranjeras. Aprovechemos estos espacios, para que entre lo local y lo global no se interponga la barrera del lenguaje.

jueves, 8 de agosto de 2013

Factor Comun

publicado el 8 de agosto de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

La primera vez que escuché la palabra “Emprendedor” fue a finales de 1985, al enterarme que todas las carreras de nivel profesional en el Tec de Monterrey, deberían llevar un curso sello sobre Emprendimiento. Para compartir plenamente mi reacción, antes debo dar contexto. En ese momento cursaba el primer semestre de Ingeniería en Sistemas Electrónicos, carrera que elegí por dos grandes razones. La primera, era la que más matemáticas tenía. La segunda y más importante, era la única que no tenía materias de Administración. Se podrán imaginar mi decepción cuando me enteré de la noticia del Programa Emprendedor. Renegué, critiqué y hasta lloré ante el complot contra mí y mi aversión a la administración.
“Nunca digas de esta agua no he de beber”, escucho cada vez que relato el tema de mi elección de carrera, pues curiosamente desde 1995 me he dedicado a la administración, en el sector privado, público y académico. De hecho, sólo he ejercido mi carrera de manera intermitente por no más de tres años en total. Afortunadamente, mi formación como Ingeniera en Sistemas ha sido fundamental en mi desempeño profesional desde 1990.
Algo que aprendí con los años es que, contra mi percepción juvenil, emprender y administrar no son la misma cosa. Los administradores no necesitan ser emprendedores, y los emprendedores pueden o no ser administradores. La RAE define emprender como “Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro”. Sin duda los emprendedores exitosos al leer esa definición estarán de acuerdo. Generalmente al pensar en un emprendedor le asociamos la creación de un nuevo negocio, de cualquier nuevo negocio, y esto no es así. Emprendedor es aquél que toma riesgos calculados, que tiene tal convicción en su proyecto que está dispuesto a enfrentar el reto de echarlo a andar a pesar de lo difícil que pueda parecer la aventura. La pasión, el entusiasmo, la perseverancia y la paciencia son ingredientes más importantes para el emprendedor que saber hacer planes de negocio, estados de resultados o campañas publicitarias.

Ahora que me dedico a tender puentes y vincular a científicos y empresarios, he podido constatar que quienes son exitosos en sus ámbitos tienen actitud emprendedora. Ante las dificultades para alcanzar sus objetivos, echan mano de su creatividad e inteligencia para sobreponer los obstáculos y encontrar “cómo sí” lograr el resultado. Entender este factor común permite la comunicación, fomenta la confianza y promueve el compartir conocimiento.  

jueves, 1 de agosto de 2013

Sopa o postre

publicado el 1 de agosto de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Todavía recuerdo lo excepcional que era hace 20 años tener acceso a Internet. En 1993 había sólo un navegador de internet, Mosaic, y como estudiante de posgrado en Ciencias Computacionales, tenía la posibilidad de enviarle correo a mis compañeros y maestros. Hasta ahí llegaba la comunidad en línea. En ese tiempo los mensajes que intercambiábamos eran “ligeros”, textos sin formato ni gráficas incluidas. Además, cuidábamos al extremo el no enviar documentos anexos muy grandes, pues hacerlo podía no sólo evitar que llegara nuestra comunicación a su destino, sino peor aún, podíamos “tirar” la red.
Diez años después, en el 2003, ya me comunicaba por Windows Messenger con mi madre e hija, para atender pendientes familiares o resolver dudas de tareas. En sólo 10 años, la comunicación web había pasado de un medio para especialistas a una plataforma de comunicación amigable para todos aquellos que tuvieran acceso a una computadora y conexión a internet. Los distintos manejadores de correo permitían ya enviar correos con formato y anexar archivos hasta de 1 Mb, sólo había que tener paciencia para que el mensaje “subiera” a la red.
Hoy día lo que sobran son medios de acceso y plataformas de comunicación. Ya no basta con tener correo y página web, ahora la actividad en redes sociales es parte de la comunicación digital. Sin embargo, como tantas actividades en las que nos enfrascamos, es importante usar correctamente las herramientas de esta era digital, para potenciar su efecto y lograr comunicarnos mejor. Conocer los alcances y limitaciones de cada medio: páginas, blogs, Facebook, Twitter, Linkedin, Instagram, Foursquare o Tumblr, es parte de lo que los ciudadanos digitales debemos integrar a nuestro cuerpo de conocimientos. Lo que para nuestra comunicación social es aceptable (tuitear durante todo el día los acontecimientos de nuestra vida), para las organizaciones es más complicado. El balance justo de contenido actualizado y de fácil acceso en páginas web, la interacción de la comunidad en ciertos temas de debate y opinión en Facebook, los avisos instantáneos en Tuiter con “balazos” importantes y ligas a comunicados oficiales “fijos” en esas páginas web institucionales, es lo que requerimos los habitantes de la aldea digital para estar bien comunicados e informados.

La respuesta a la pregunta ¿qué es mejor: redes sociales o páginas web? me recuerda las visitas a casa de Pedro Lamothe, cuando me preguntaban ¿qué prefieres, sopa o postre? Mi respuesta para la comida era invariablemente, lo mismo que para los medios de comunicación: “¡pues las dos!”.