jueves, 31 de julio de 2014

Agua pasa por mi casa

publicado el 31 de julio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde que tengo memoria me han gustado los acertijos. Hay muchas razones para eso. La primera, que eran la oportunidad perfecta para la convivencia familiar. La segunda, que su gran ventaja es que, conforme más haces más vas integrando la mejor manera de entenderlos y resolverlos. Así como hay álbumes de fotografías yo tengo en mi banco de recuerdos personal un álbum de acertijos. Las adivinanzas clásicas me recuerdan a mi abuelita Lola, con su “agua pasa por mi casa…”, o sus lecturas del calendario de la cocina, que era de hojas diarias desprendibles y tras cada uno venía una sorpresa, recetas, chistes, refranes o, cuando teníamos suerte, una adivinanza. Los crucigramas son el dominio de mi Tío Cesáreo que tenía en su cuarto, que olía a desván, un altero de periódicos, todos leídos de “cabo a rabo” y por supuesto con sus crucigramas completitos. Los acertijos lógicos eran del dominio de mi padre, averiguar quien era más alta o más grande que quien, o que número seguía en una serie, eran deleite de viajes y sobremesas. El “rellena en el espacio” era todo de mi mami, con sus “me traes las esas, que dejé sobre el ese que está junto a los esos de allá”, me enseño a razonar con información parcial y atenta al contexto.  
Elegir la mejor ruta para ir de un lado a otro, priorizar recursos humanos y materiales en un proyecto, administrar de la mejor manera posible los momentos de descanso, de trabajo y de esparcimiento, seleccionar las mejores palabras para redactar un informe o una propuesta de manera efectiva; son todos ejemplos de nuestra vida adulta que se benefician de aquella exposición a crucigramas, acertijos, adivinanzas, o como le llamamos en casa “gimnasia mental”.
Tal vez por eso, en los últimos cuatro años me he dedicado a promover los acertijos. No sólo por ser recordatorio familiar, sino más importante aún, porque reconozco en ellos el proceso del análisis y solución de problemas más complicados. El diseño de estrategias, la optimización de recursos y las consideraciones logísticas que hoy día enfrentamos se derivan naturalmente de aquel proceso que durante tantos años se nos va forjando en el transcurso de nuestra infancia y adolescencia.
Los museos interactivos son un espacio donde se promueve el aprendizaje no formal y están repletos de acertijos de todo tipo. Estas vacaciones son ideales para visitarlos. En Morelos contamos con un museo interactivo de ciencia en el Parque Acapatzingo, y a menos de una hora también podemos visitar Universum en la Ciudad Universitaria del Distrito Federal. Son paseos inolvidables a los que podemos ir como padres de familia, para presenciar la maravilla del aprendizaje en nuestros hijos; o mejor aún, ir como aprendices nosotros y dejarnos envolver por la sorpresa del descubrimiento continuo de conceptos, procesos y de nosotros mismos. 

jueves, 24 de julio de 2014

Por sabido se calla

publicado el 24 de julio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace muchos años, tuve la fortuna de recibir una de las grandes lecciones de vida durante una clase de maestría. El curso en cuestión se llamó “Cultura de la calidad”. Siendo el postgrado que yo cursé en ciencias computacionales, con una clara orientación hacia la investigación y las matemáticas aplicadas, el tema de la “calidad” me parecía más un asunto de cultura general, que de interés académico.
En algún momento del curso, nos preguntaron “¿cuál debe ser el objetivo de una empresa?”. Ante una pregunta tan fácil, inmediatamente contesté “hacer la mayor cantidad de dinero posible”. La discusión que siguió a mi inocente intervención no sólo duró más de una hora, sino que me pareció, en ese momento, un asunto de semántica. Hoy sé que no es así, que era un asunto de percepción y de niveles de abstracción. La gran crítica a mi respuesta era que si una empresa sólo pone sus ojos en aumentar su utilidad este año, muy probablemente se enfrascará en prácticas que a la larga la dejen fuera del mercado. A lo que yo contesté “pues si queda fuera del mercado en X años, con el tiempo habrá dejado de percibir dinero y por lo tanto, se aleja de su objetivo el cual, insisto, es hacer la mayor cantidad de dinero posible”. Bueno, el que para mí, y sólo para mí, fuera un asunto “sabido” el que “la mayor cantidad de dinero posible” llevara implícito el “durante el mayor tiempo, en las mejores condiciones sociales/económicas/ambientales posibles”, fue la gran lección. Es menester siempre, especialmente cuando tratamos de comunicar algo a un público general, ahondar en las sutiles diferencias, esas que pueden delimitar claramente fronteras, y dejar claro, más allá de toda duda, el sentido de las cosas. Hoy sé que la frase precisa para explicar lo que quise decir hace 23 años es: “hacer la mayor cantidad de dinero posible sustentablemente”; esto es, cuidando mejorar las condiciones sociales, económicas, ambientales e institucionales actuales y con visión de futuro. Lo curioso es que, aún hoy, es necesario incluir “sustentablemente” como una práctica excepcional.
Esta semana tuve una reunión en un restaurante, y por primera vez en mi vida, el mesero al traer mi naranjada me preguntó si quería un popote. Sonreí con un “no, gracias” y del gusto escribí un comentario público en twitter, agradeciendo el gesto pro-sustentabilidad de este lugar. Fue tan excepcional la situación que la responsable de relaciones públicas salió a agradecerme el tuit.

Espero ver un México donde la sustentabilidad sea parte de todo lo que hacemos; donde nuestra cultura de desarrollo incluya la responsabilidad con el entorno social, ambiental, económico e institucional; donde, además de preocuparnos por las generaciones futuras, lo hagamos, al estilo de Víctor Urquidi, también por los desprotegidos del presente. Espero ver el día en que sustentable sea un término que por sabido se calle. 

jueves, 17 de julio de 2014

¡Sí se puede!

publicado el 17 de julio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace unos días retuité el comentario de un no-aficionado al futbol, que se alegraba de no tener que oír más “cielito lindo” ni “¡sí se puede!”. Y es que, si algo se nos da como país, es transformarnos en aficionados del soccer en época de mundial. Todos, y me incluyo, sabemos algo de quinielas, partidos, árbitros o balones. La afición mexicana se dio vuelo apoyando de todas las maneras imaginables a este grupo de jóvenes que comparten con nosotros país de nacimiento y… y nada más. Curiosamente, hasta quienes nos consideramos orgullosamente “no panboleros”, compartimos el secreto culpable de haber apoyado a nuestra selección nacional; ni nos gusta el futbol, ni conocemos a los buenos muchachos, pero… ¡Viva México!
En estos días, se define quienes serán los galardonados “Innovadores de América”  (www.innovadoresdeamerica.org), y se les reconocerá la aportación que han hecho en seis categorías: Ciencia y Tecnología, Diseño, Desarrollo Social, Sostenibilidad y Ecología, Educación y Empresa e Industria. Es un gran orgullo que un morelense es el único finalista mexicano en la contienda, quien concursa en la categoría Empresa e Industria. Y con más orgullo y admiración les comparto que este empresario innovador es un académico reconocido por sus contribuciones científicas a nivel internacional. Enrique Galindo, el finalista mexicano, es uno de esos ejemplos de emprendimiento basado en conocimiento. Esto es lo que México y Morelos necesitan para salir adelante. La empresa que él y sus colegas Leobardo y Carlos Roberto fundaron, Agro&Biotecnia, ha puesto en el mercado un producto de la innovación basada en ciencia, que requirió más de 12 años de trabajo, perseverancia y compromiso.
Innovadores de América otorgará un premio del público al candidato que tenga más apoyo y obtenga más votos en su sitio internet. Enrique es mexicano, morelense, empresario, académico, divulgador, padre de familia y profesor. Tenemos mucho más en común con él que con la selección mexicana. Y apoyarlo sólo requiere una visita a la página, leer lo que su grupo de trabajo hizo y oprimir “me gusta”. Podemos mostrar con este sencillo gesto lo importante que es la innovación basada en ciencia para nosotros los mexicanos. El premio del público dice más de la cultura de innovación de un país, que del nivel de innovación de los candidatos. Los invito a conocer a Enrique, a ponernos la camiseta y votar, porque en México, ¡sí se puede! 

jueves, 10 de julio de 2014

De centavo en centavo

publicado el 10 de julio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Uno de mis muchos defectos, bien conocido por mis afectos, es mi afición a las series de TV sobre investigaciones de homicidios, enfermedades o asaltos, veo todas las que hay. Hace unos días, en un episodio de Law & Order, el motivo del crimen bajo investigación era la desesperación de un broker financiero/bursátil al enfrentarse con clientes que se han vuelto más y más ambiciosos en términos de los márgenes de ganancia que esperan. El argumento era que, el siglo pasado, con una tasa del 10% anual era más que suficiente para tener clientes felices; sin embargo en los últimos años, había una presión de los inversionistas por DUPLICAR el capital inicial. Más allá de si esto es motivo o no para armar un fraude de cuello blanco y crear compañías falsas, inflarlas y derrumbarlas, el punto interesante es que, efectivamente, estamos en un entorno donde la gente que tiene interés en invertir está preocupada por tener altísimos márgenes de utilidad.
Si yo pudiera conseguir que cada habitante de Cuernavaca, me diera 1 centavo diario libre de polvo y paja, ¡recibiría un poco más de tres mil pesos diarios! No espero que nos pongamos todos a pedir centavos por aquí y por allá, pero sí que consideremos como un útil ejercicio mental lo que el volumen de ventas o el tamaño del mercado (los más de trescientos mil habitantes de nuestra ciudad) representa, y cómo es posible obtener entradas importantes con márgenes de utilidad tan pequeños como un centavo.
¿Qué más hace falta? Ser conscientes de que, para tener acceso a un gran mercado (todos los habitantes de Cuernavaca), tenemos que pensar en productos que estén accesibles a todos esos bolsillos. Y por supuesto, siendo congruentes y responsables, deben ser productos necesarios y que se produzcan en el marco del desarrollo sustentable.

Erróneamente, hay quienes piensan que el sector empresarial es parte del problema que conocemos como pobreza extrema. Cuando en realidad, la iniciativa privada puede representar una solución novedosa y sustentable para esta dolorosa situación. Para que el sector que mueve la economía del mundo sea la solución, no debe hacerlo en un plan asistencialista (que ya está demostrado no funciona), sino adoptando modelos e ideas de negocio que logren incrementar el bienestar social de los grupos más desfavorecidos. Invertir, por ejemplo, en alternativas para potabilizar el agua a muy bajo costo, o en la distribución de alimentos sanos y balanceados a precios accesibles producidos localmente para mejorar al mismo tiempo las condiciones socioeconómicas de la comunidad, es una manera creativa e innovadora de incidir positivamente en la disminución de la extrema pobreza. Esto se puede lograr en el corto plazo, integrando equipos de multidisciplinarios de académicos, que aporten el producto de sus investigaciones; y emprendedores cercanos a modelos de distribución y comercialización eficientes, dispuestos invertir en proyectos que centavo a centavo construyan un mejor entorno al tiempo que los beneficien directamente.

jueves, 3 de julio de 2014

Los juegos de infancia

publicado el 3 de julio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mi hermano es 6 años más joven que yo. Esto permitió que ambos gozáramos del trato de “hijo único” durante un tiempo. Pasé los primeros años de mi vida consentida y protegida, dirán mis primos que “en exceso”, por mis padres y abuelos. Además no fui al , entonces el tiempo que pasé jugando con adultos que sólo querían verme contenta fue considerable. Así que aprendí a jugar cartas, dominó, damas chinas, inglesas y hasta ajedrez con mi mamá, mi abuelita y mi tío abuelo. Y lo mejor de mis aventuras con ellos era que siempre ganaba. No había juego de canasta o partida de ajedrez en la que no aplastara contundentemente a mi familia. El problema surgió cuando quise sacar a relucir mi talento con mis primos, a quienes veía ocasionalmente en fin de semana. Ahí me sucedía lo contrario, me daban unas palizas marca diablo. Y yo, incapaz de entender cómo podía pasarme eso a mí, lloraba a moco tendido. Hice berrinche, patalee, acusé de tramposos, y finalmente, durante años, me negué a jugar con mis primos. Este micro-drama causó grandes discusiones entre mi madre y abuela y mis tías. “Karlita no sabe perder, déjala que llore y que se aguante”, le aconsejaban a mis ofendidas defensoras. Y claramente, tenían razón. Yo había aprendido todas las reglas, posiciones de inicio y algunos trucos para lograr ventaja en los juegos, pero, por cariño y condescendencia—y por evitarse los dramones que me aventaba cada vez que me empezaba a “ir mal” en el juego—no me acostumbraron a manejar el fracaso.
En la práctica profesional y académica (y en la vida si nos ponemos filosóficos)  uno convive con los errores todo el tiempo. Desarrollamos técnicas de control de calidad para minimizar las fallas y su impacto, pero si hay algo certero es que nos equivocaremos. Lograr ser exitoso en los campos profesionales y académicos es un asunto de aprendizaje efectivo a partir del error. Fallar ante una nueva situación es natural, lo indispensable es aprender de la situación e integrar en nuestro actuar cotidiano protocolos de contingencia. Es decir, debemos tener procedimientos de revisión (check-lists), de control de daños y lo más importante: una actitud receptiva y responsable para admitir la falla, repararla e integrar el caso a nuestra base de conocimiento personal y grupal.
El callo que no desarrollé cuando niña para aprender del fracaso, tuve la gran oportunidad de forjarlo en mi vida adulta. La lista de emprendimientos fallidos tanto en temas académicos como profesionales es larguísima. Afortunadamente, aprender de esas fallas, logró transformar fracasos en éxitos. Sigo tensando el gesto cuando pierdo en un juego de mesa, pero las oportunidades de aprendizaje que me han regalado mis colaboradores y socios, las atesoro con orgullo, cariño y aprecio. Todo está en aprender, aprender y aprender.