jueves, 30 de octubre de 2014

1, 2, 2 y medio…

publicado el 23 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

A mí y a mi hermano Carlos, nos educaron bajo el régimen de “ahorita es ahorita”, para indicar, más allá de toda duda los vencimientos o deadlines. Tan claro nos quedó el mensaje, que aún hoy, basta con que mi madre voltee a ver los platos sucios sobre la mesa al terminar de comer para que, en ese instante, empecemos a apilar los trates sucios, nos paremos y los llevemos a la cocina. Llegar a ese nivel de cumplimiento de un deadline (en este ejemplo: al terminar de comer, la mesa debe quedar limpia), fue un proceso de entrenamiento de dos pasos. Previo a adivinar la mirada o responder al estímulo de una mesa post-comida, pasamos por la petición explícita de mi madre: “Karlita, levanta la mesa”, a lo que seguía un fastidiado “ahorita, ma”, de mi parte; respondido por un enérgico “ahorita es ¡ahorita!” de mi mamá, y como resorte, Karlita levantaba la mesa. Y muchos años antes que eso nos aplicaban el muy conocido, “te doy tres para que hagas tal cosa… 1, 2, ¡3!”.
Debo reconocer que, si algo siempre cumplieron mis padres fueron esos deadlines. El castigo por no obedecer a la cuenta de tres, nunca se dejó esperar. Esto, sin embargo, no sucedía en las casas de mis primos o de mis amigos. Siempre me sorprendió (y me parecía una más de las injusticias de la vida) que mis tíos en circunstancias similares, tuvieran una versión alterna: “Te doy tres para que hagas tal cosa... 1, 2, 2 y medio, 2 tres cuartos,… ” y esa cuenta de fracciones no terminaba jamás. No por la habilidad para fraccionar al infinito una unidad, sino porque ante el cansancio, mis tíos terminaban haciendo la “tal cosa”.

Hoy, uno de los grandes retos del trabajo colaborativo, inherente a los procesos de innovación, es el cumplimiento de los plazos. La formalidad con que cada persona en una red cumple con sus objetivos en el momento preciso, es proporcional al éxito del equipo. La planeación de proyectos grandes, pasa por la planeación de pequeños procesos y ésta, por la planeación personal. Si un plazo (deadline) no se cumple, su impacto en los calendarios del resto de la red tiene costos altos, tanto económicos como de confianza. Y entre más diverso es el equipo, aún más importante es este cumplimiento, pues cada aportación es única, indispensable e insustituible. Como una orquesta de primer nivel, cada instrumento debe ejecutarse en momento preciso. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Cuestión de costumbre

publicado el 23 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

El viernes pasado moderé una reunión entre un investigador y un ingeniero. La sesión la organizamos para que el investigador evaluará la pertinencia de dar una asesoría experta al proyecto que este ingeniero en particular ha liderado desde hace dos años. Ser parte de esa charla fue fascinante.  Pude escuchar a un experto técnico exponer su proyecto, comentar sus fallas y fortalezas y a un académico de talla internacional preguntar detalles del diseño e implementación del prototipo bajo estudio. La charla fue telefónica y varios colegas en la oficina presenciamos una sesión tipo “Dr. House” entre Investigador e Ingeniero. Después de 15 minutos de preguntas y respuestas, nos despedimos del ingeniero y tuvimos una sesión de trabajo con el investigador. Gratamente, Oscar, el experto científico que hizo las veces de “diagnosticador”, fue muy generoso y abierto a la posibilidad de interactuar efectivamente con el equipo de ingenieros que están desarrollando el prototipo. Al despedirnos de él, todos en la oficina estábamos felices.
Minutos más tarde, la coordinadora de proyectos de la empresa que nos contrata, nos llamó. Yo estaba lista para recibir felicitaciones de su parte por haberle encontrado al experto académico que tanta falta les hacía. ¡Cuál sería nuestra sorpresa cuando, en lugar de escuchar alivio de parte de ellos, recibimos una actitud defensiva y paranoica! Resulta que las preguntas certeras y precisas del investigador, que todos nosotros escuchamos como una entrevista de diagnóstico de primer nivel, el ingeniero las interpretó como una amarga crítica a su trabajo, a su coordinación, a su desempeño y peor aún, a su persona. Después de escuchar la breve queja de nuestra buena amiga, le pude explicar que su percepción no era correcta. Esos 15 minutos de diálogo entre investigador e ingeniero aportaron la información exacta y suficiente para que podamos, como equipo consultor, proporcionarles la mejor alternativa de solución. Justo como sucede en la serie de TV “Dr. House”, para llegar al fondo de la enfermedad, es necesario conocer detalles sin adornos ni miramientos. Y cuando el tiempo es poco, es importante invertirlo en transmitir información de calidad en las comunicaciones. Nos costó un poco de trabajo lograr explicar que, lo que para el ingeniero fue una “arrastriza”, para nosotros fue un diagnóstico fabuloso, que nos ponía en una situación inmejorable para iniciar un proceso de optimización de su prototipo.
Al colgar el teléfono en esa segunda llamada, nos dimos cuenta de la importancia que tiene una cultura académica y una actitud científica cuando abordamos problemas. Estas nos permiten atacar los problemas de raíz, centrándonos en los síntomas y llegando al origen de las enfermedades. Muy al estilo del célebre “Dr. House”.

jueves, 16 de octubre de 2014

Pasos para correr

publicado el 17 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Aunque pueda parecer contradictorio, soy tan melindrosa como comelona. Aunque he ido diversificando mis gustos gastronómicos, sigo teniendo manías en prácticamente todos los grupos alimenticios. Sin embargo, soy de buen diente. De aquellas cosas que me gustan, puedo sentarme a comerlas con singular alegría hasta el hartazgo. Para mala fortuna de mi índice de masa corporal, la lista de mis alimentos favoritos está dominada por los carbohidratos y le siguen muy de cerca las grasas. Un bolillo con aguacate, un bísquet con mantequilla, una quesadilla de papa o una pasta con mucho queso, son buena muestra de mis placeres culinarios y al mismo tiempo, los peores ejemplos para una alimentación sana.
Por esta adicción a los carbohidratos y las grasas, he sufrido batallas campales contra la báscula durante toda mi vida. Y me he enfrascado en dietas de todo tipo desde la primaria, cuando esperaba verme alta y espigada como Cristina en el vestido de graduación. Si algo he aprendido en más de treinta años de pleito contra los kilos es que no hay remedios milagrosos, todos requieren paciencia, disciplina y una convicción de que en el mediano y largo plazo es cuando se verán los resultados. La promesa de una vida más sana mediante una alimentación balanceada y una dosis de ejercicio, sólo se cumple después de meses de constancia.
Algo similar ocurre con la vinculación entre Academia y Empresa.  No podemos esperar que a las primeras de cambio sucedan grandes transformaciones en una relación de colaboración entre investigadores y empresarios. El proceso toma su tiempo. Va desde la formación de nuevos hábitos de comunicación en ambas partes, que incluye la generación de un vocabulario común; hasta el establecimiento de la confianza que da el intercambio efectivo entre ambas partes. Estas colaboraciones requieren paciencia, disciplina y una convicción de que la promesa de una vida más productiva se cumplirá en el mediano y largo plazos. Sin embargo, para esto necesitamos acciones concretas en el día a día.
Estamos acostumbrados a esperar un respuesta inmediata a lo que hacemos. Invertir en lo cotidiano sin ver resultados inmediatos no es fácil. Afortunadamente, para quienes logran fijar la mirada en el futuro, y avanzan día con día cumpliendo pequeñas metas concretas, el ingreso al mundo competitivo está asegurado.

jueves, 9 de octubre de 2014

Todo tiempo pasado fue…

publicado el 09 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace unos días leí un tuit de @RodrigoAedo, que dice “Antes de que inventaran las computadoras, ¿qué hacían los oficinistas en su escritorio todo el día?”. Además de reírme por la crítica implícita a esta nueva cultura de pasar el día pegados al facebook, twitter o youtube; me reí con más ganas porque yo sí sé que hacían todo el día quienes trabajaban frente a una máquina de escribir. Cualquiera que haya tenido en casa o en su oficina uno de estos artefactos recordará que pasábamos más tiempo tratando de borrar los errores que cometíamos que escribiendo. Recuerdo como sufría cada vez que un maestro en la secundaria o la prepa me pedía un informe a máquina. Al menos para mí, era imposible generar una línea sin errores en mi máquina manual. Eso implicaba que, cada vez que detectaba una falta debía: sacar la hoja; borrar con una goma lo mal escrito (y NUNCA se lograba al 100%); volver a colocar la hoja en la máquina, tratando de hacer coincidir el nivel anterior al actual, para reescribir correctamente, y rezar esperando no cometer otro error en la misma área del papel. Esto último porque el papel podía aguantar un borroneo, pero dos seguidos… eran rotura de papel asegurada y por tanto, había que reescribir toda la hoja desde el principio, Había máquinas de escribir eléctricas que permitían corregir errores inmediatos con más facilidad, esto es, si pescabas tu falla al momento, había una tecla, idéntica al delete de hoy día, que borraba la letra o letras inmediatas anteriores. Sin embargo, la magia se acababa si detectabas el error una línea o más adelante, en este caso había que sacar la hoja y hacer el circo, maroma y teatro como el que describí para las máquina manuales.
El desarrollo tecnológico ha logrado en muy pocos años, avances en la forma de hacer las cosas impresionantes. La productividad de la labor de redacción es muy superior a la de hace 20 ó 30 años. Incluso, vivimos en una época en que nos cuesta más trabajo escribir a mano, que aventarnos a teclear páginas y páginas (aunque sea “a dedito”). Y esto nos ha permitido ingresar al mundo de la comunicación pública con una contundencia monumental y espeluznante. Espeluznante porque, desafortunadamente, no sabemos escribir. La mayoría de profesionistas, posgraduados y técnicos que he tenido la oportunidad de entrevistar, son incapaces de generar una página que exprese con claridad una idea. Y ni hablar de la ortografía o la gramática, eso se lo dejan al corrector de la computadora que, como sabemos, aún no piensa por nosotros y por lo tanto, nos deja escribir barbaridad y media sin problema.

La tecnología nos habilita para multiplicar lo que hacemos. Escribimos más rápido, pero no mejor. De hecho, esta posibilidad magnificadora que la tecnología nos ofrece, debemos aprovecharla para potenciar nuestros talentos y debemos cuidarla para que no evidencie “a la n” nuestros errores.

jueves, 2 de octubre de 2014

Glorietas lógicas

publicado el 02 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde siempre, Cuernavaca se ha distinguido por sus glorietas. Son referencia obligada para quien llega a la ciudad “si entras por la glorieta de la Paz…”, o motivo de nostalgia para quienes aún nos corregimos cuando damos referencias en un “si entras por la libre, toma la glorieta… perdón, el distribuidor de Zapata y…”. Curiosamente, también son motivo de enojo cotidiano y hasta de accidentes ocasionales.
Cuando uno toma clases de manejo formales, entre las lecciones que aprendemos (yo hice el curso dos veces seguidas cuando tenía 14 años), una de las más claras es que la preferencia en las glorietas la tienen quienes están dentro y quieren salir. Esto es, los que queremos entrar a la glorieta debemos esperar. En mi ruta cotidiana de casa al trabajo y viceversa tengo un pase de glorieta asegurado. Y por lo menos cuatro veces a la semana, me avientan el coche los que entran a la glorieta, tratando de entrar antes de que yo salga. Y eso no es lo peor, me tocan el claxon otras 3 veces a la semana cuando yo, siguiendo la regla, asumo preferencia para salir y no me detengo en la glorieta para dejarlos entrar. Que me avienten el coche a lo cafre, podríamos pensar que es un acto de patanez vial; pero el claxon que pretende corregir a quienes seguimos la regla de tránsito me dice que hay una genuina creencia de que los entrantes tienen toda la preferencia y por eso nos educan a claxonazos.
Cuando mi hija aprendía a manejar, ella fue la única entre sus amigos que tomó clases formales de manejo con instructor, auto de doble control y demás; igualito que su madre. Así que comentar las reglas de tránsito con todos sus cuates era su gracia. Recuerdo bien que, cuando salió el tema de las glorietas, a todos les pareció una lección innecesaria. Me explicaban “pues es como en los elevadores, o en los vagones del metro, primero debe salir la gente que está dentro y después entramos los que estamos fuera, si no, gran caos que tendríamos, ¿no?”
La lógica de un grupo de adolescentes claramente dictaba qué hacer en una situación de tránsito. Llevado el ejemplo el extremo, si en un tráfico de hora pico, todos insistimos en entrar a las glorietas e impedimos la salida de los demás, tendríamos embotellamientos épicos. Quienes lleven lo que va del siglo en Cuernavaca, tal vez recuerden lo que sucedía en la extinta glorieta de Zapata. Las reglas de urbanidad suelen tener una base lógica detrás, no es necesario que todos nos aprendamos el reglamento de tránsito de memoria, o que tomemos dos o tres cursos de manejo, Lo que necesitamos es aplicar los principios lógicos basados en el respeto por los demás y de bien comunitario. Esta maravillosa inteligencia que hemos desarrollado gracias a la selección natural es nuestro mayor activo; hasta en las decisiones triviales del día a día, el razonamiento lógico es nuestra mejor herramienta.