sábado, 29 de agosto de 2015

Quemar e iluminar

publicado el 29 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Uno de los procesos más interesantes que ejecutamos de manera cotidiana es el de alcanzar un objetivo mediante aproximaciones sucesivas. Esto, que suena muy rimbombante, es realmente muy sencillo y cotidiano. El caso típico es cuando, desde la comodidad de nuestro asiento, queremos tirar una bola de papel a la basura. La primera vez que lo hacemos, difícilmente lo vamos a lograr, pues aunque podemos ser muy buenos calculando distancias a ojo, así como la fuerza y ángulo que debemos usar para encestar un papel, hay que añadir el peso, los obstáculos y las corrientes de aire ocasionales en la oficina. Normalmente, requerimos varios intentos, unos se pasan, a otros les falta, pero finalmente, si aprendemos de cada evento y corregimos lo necesario, logramos encestar.
Este proceso lo hacemos también en el aprendizaje de la cultura familiar. Incluso es un fenómeno clásico de nuestra formación adolescente. Recordemos cuando empezábamos a salir de fiesta. El estira y afloja de la hora de llegada y de la cantidad de información que requerían nuestros padres para darnos permiso, era similar al enceste. Llegar quince minutos tarde sin avisar podía ser tolerable, igual que extender permisos hasta una hora avisando, por ejemplo. Pero llegar una hora tarde sin avisar, nos aseguraba castigo o por lo menos drama familiar. Aún recuerdo la vergüenza que pasé, cuando mi madre fue a casa de mis amigos una madrugada para saber porque no había yo llegado a casa, ni llamado. Sólo para descubrir que yo, en ese mismo instante, estaba tocando la puerta de mi sacrosanto hogar. Encontrar el justo medio en la relación familiar que nos permitía disfrutar de una buena pachanga, sin preocupar demasiado a nuestros padres es parte de todas nuestras historias de vida; y sin duda es un hito en la cultura familiar.
Todos sabemos que en Cuernavaca, la cultura vial es un desastre. Se desconoce el reglamento de tránsito, o peor aún, se maneja como si se desconociera. Se ignora la preferencia en las glorietas, hay autos estacionados en baqueta roja o en doble fila y la cantidad de eventos por manejo imprudencial se cuenta a montones todos los días. Y lo que es peor, muchas suceden frente a agentes de tránsito. ¿Cuántas veces no hemos deseado ante una falta grave, llamar a un agente y pedirle que infraccione al imprudente?
Esta semana tuve dos experiencias muy significativas en términos de cultura vial. En una sola semana atestigüé incidentes que llamaron la atención de agentes de tránsito. Llevo manejando más de 22 años, nunca había presenciado tal actividad pro-infracciones. Uno de los incidentes era totalmente justificado, me infraccionaron por usar el celular. Ni pío dije, el oficial fue sumamente respetuoso, honesto y eficiente. Pagué mi infracción al día siguiente y aprendí la lección. Sin embargo, un par de días después un perito de la policía vial, trató de amedrentar a un conductor sin causa justificada. El perito de la unidad 1288, con gran prepotencia solicitó documentos sin justificación, amenazó durante varios minutos, trató de intimidar sin sentido y al ver que no tenía sustento en el reglamento su alegato, se ocultó detrás del “por esta vez voy dejarle pasar esta falta”, y se retiró.
Es necesario reforzar la cultura vial de nuestra ciudad, y para eso, una vía clara es la correctiva, pero en su justa medida. Esto es, no queremos una ciudad en la que los agentes de tránsito brillen por su ausencia, pero tampoco podemos convivir con un batallón de agentes que persigan faltas inexistentes por la necesidad de cumplir una cuota de infracciones. Espero que pronto encontremos el justo medio que nos permita dar en el blanco: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.

sábado, 22 de agosto de 2015

Lianas laborales

publicado el 22 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

En mi travesía por la prepa, aprendí muchas cosas, algunas sobre las materias que cursé,la gran mayoría sobre la naturaleza humana. Entre esas leyes de vida, recuerdo con desdén la Ley de Tarzán. Para quienes no la conozcan, es aquella que sigue el clásico exnovio patán; aquel que sólo termina con una novia, una vez que ya tiene 'quereres y entenderes' con otra. El pobre Tarzán es citado en este contexto por su relación con las lianas, todos sabemos que el buen hombre, para viajar por la selva con seguridad, solo podía soltar una liana una vez que hubiera sujetado con firmeza la siguiente. En la adolescencia (y hasta la fecha, ciertamente) conocí tanto hombres como mujeres que plicaban la de Tarzán a diestra y siniestra.
Recientemente la vida laboral me ha presentado una instancia más de la infame Ley de Tarzán, la que aplican los colaboradores que renuncian de un día para otro. En esas ocasiones veo lo necesario que es, además de las clases académicas en la universidad, llevar clases de educación laboral. Se que hay clases sobre como escribir un curriculum, o como ser exitosos en una entrevista de reclutamiento, pero más allá de como conseguir un trabajo, hay que educarnos para conservarlo y formarnos para valorar los compromisos. Pues nada desabalancea más a una organización, del tamaño que sea, que una renuncia sorpresa. Especialmente cuando formamos parte de un equipo de trabajo. Y no es que esperemos que la gente permanezca eternamente en una compañía, pero si hay un tema de planeación de recursos que todas las organizaciones llevan, de una forma u otra, y que se ve trastocado cuando alguien de la noche a la mañana, y sin indicios previos, nos 'corta'.

En las relaciones personales, como en las laborales, la comunicación honesta es esencial. En la medida en que maduremos y aprendamos a honrar nuestros compromisos y a respetar a quienes han depositado su confianza en nosotros y nuestro talento, tendremos relaciones más sana. 

sábado, 15 de agosto de 2015

Atención (in)dividida

publicado el 15 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Si contara las veces que mi mamá me llamó la atención por “andar en la luna”, sería más efectivo multiplicar mis años de vida por 365. Y me quedaría corta. Confieso, hoy con orgullo, antes con pena, ser una day dreamer crónica. Paso gran parte del día soñando despierta. De niña lo hacía con mis muñecas Lili-Ledy (las Barbies mexicanas), les construía vidas profesionales y exitosas, como azafatas, maestras o jefas de cosas. Conforme fui creciendo, cambié a las protagonistas de plástico por mi persona y mis conocidos. Ensayaba escenarios de lo que haría en la escuela, en las vacaciones o cuando creciera.
Así que me pasaba “en la luna” mientras veía la tele, hacía quehaceres en casa, o me aburría en las visitas a amigos de la familia. Muchísimas veces me encargaban mis papás algo de la cocina y yo iba y venía sin traer lo solicitado… enfrascada en mis pensamientos, con el consecuente regaño por mi distracción. Pocas actividades me mantenían enfocada y sin divagar. La más memorable eran las clases interesantes de la escuela. El proceso de recibir conocimiento de profesores eminentes, me obligaba a mantener mi divagación crónica en un mínimo. Aprendí que, si le bajaba al day dreaming durante clase, y lograba concentrarme en escuchar, tomar apuntes y preguntar, aprendía con mucha más efectividad y lograba pasar mucho menos tiempo pegada a los libros haciendo tareas o estudiando. Pero también descubrí que si sólo me dedicaba a escuchar y apuntar, apagando la imaginación totalmente, además de aburrirme como ostra, no aprendía, sólo memorizaba. Liberar la mente para amasar el conocimiento que iba recibiendo era la clave para integrar mejor los conceptos, imaginando escenarios y sus límites; y esto a su vez hacía que surgieran preguntas por todos lados. Preguntas que, al atreverme a hacerlas en voz alta, hacían de la experiencia de aprendizaje una aventura mucho más sabrosa que mis historias en castillos, bailes y países exóticos.

En casi ninguna actividad mantengo la atención individida, no sólo porque no puedo, sino también porque no es efectivo. He descubierto que controlar la dispersión de la atención en un problema para absorber conocimiento útil, integrarlo a mi base de conocimiento y explorar esos nuevos terrenos es la mejor forma de aprender. Tan divertida o más que “andar en la luna”.

sábado, 8 de agosto de 2015

Qué sí hacer

publicado el 08 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hubo una época en casa en que la pasamos verdaderamente muy mal económicamente. Incluso llevarnos a la escuela era complicado; lograr que el Jeep del 45 que teníamos arrancara era toda una hazaña. Yo iba en la secundaria y recuerdo que cuando le sugería a mis papás que podía hacer algo para ayudar a la economía familiar como lavar coches, ellos siempre me respondían, “tú estudia, esa es tu única obligación, sacar buenas calificaciones”. Y muchas de esas veces, mi mamá añadía que le ayudara en casa levantando mi tiradero, lavando trastes, hablando menos por teléfono (en el siglo pasado, las llamadas entre teléfonos fijos costaban por minuto lo que hoy cuestan las llamas entre celular), o apagando las luces cuando salía de una habitación. Y tácitamente, me orientaban a no comprar en la tiendita de la escuela durante el recreo, pues en lugar de darme dinero para el lunch, me daban fruta o un sándwich.
Aunque parece que México siempre está en crisis, es innegable que 2015 está siendo un año muy complicado para la economía mexicana. Aunque el rumbo macroeconómico está fuera del alcance de la mayoría de nosotros, las decisiones nano económicas cotidianas nos pueden hacer más llevadera la situación familar, y también así podemos contribuir con nuestro granito de arena y apoyar a la economía Nacional. En ese sentido necesitamos: invertir en nuestro futuro y de nuestros hijos; disminuir nuestros gastos mediante el uso eficiente de los recursos; optimizar el costo de oportunidad al aplicar de la mejor manera posible la mano de obra en las labores que está calificada para hacer; y algo que es muy importante fomentar el contenido nacional, comprando preferentemente aquello que esté hecho en México.
En términos económicos, ya en casa me formaban ante la crisis familiar a: invertir en mi futuro, al estudiar; recortar gastos en el presente, al ahorrar y usar eficientemente teléfono y luz; optimizar los costos de oportunidad, al apoyar en las labores del hogar que permitían que mis papás hicieran labores para las cuales eran los más aptos, como educarnos, ayudarnos con las tareas y elevar el bienestar de la familia; e incrementar el contenido local, al evitar gastar recursos en la compra de comida externa que me podían proveer en casa.