sábado, 12 de marzo de 2016

Sueño hecho realidad

publicado el 12 de Marzo del 2016, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Este año mis papás se lucieron en mi cumpleaños. Todos en la escuela están festejado que mi mamá y mi tío Neto me llevaran a Disney.  Resulta que aprovechamos la visita a mi abuela Rosario en Ensenada, ella se quedó con el bebé (decirle Carlos como mi papá, es raro, con lo chiquito y bonito que está mi hermanito), y nos fuimos nosotros tres en camión a Disneylandia. Me gustó mucho ver a Cenicienta, a Mickey, la vuelta al Mundo Feliz y cerró con broche de oro el show de magia de la tarde. Sufrí horrible en las tazas del Sombrerero Loco, pero lo peor fueron los Piratas del Caribe, lloré todo el tiempo.
Aunque, ya de regreso, después de platicar con mis amigos en la primaria, me sentí fatal. Todos se hubieran muerto por subirse a Space Mountain y esos juegos horribles, y creo que me porté muy mal con mi mami y Neto. Ahora quiero llorar pero de la tristeza, ¡soy horrible! En lugar de estar buscando los hilos detrás de los monitos del Mundo Maravilloso, o de estar contando cuantas vueltas daban las tazas por viaje, o intrigada por los efectos de luz de los túneles, me gustaría ser como mis amigos, divertida, escandalosa y valiente. ¡Pobre de mi mami!, ¿por qué no puedo ser como los demás? Espero que Carlitos sea mejor hijo que yo.
La verdad es que yo creo que Disneylandia sería perfecto si tuviera recorridos para ver como funcionan los juegos. Eso de que pases al lado de un pirata y se dé cuenta y te espante, como si estuviera vivo, es… ¡guau! Eso sí sería divertido. O que el mago explicara sus trucos, cómo el agua aparece de repente, o se evapora sin calor. ¡Eso sería padrísimo!

Tardé 30 años en visitar el “Disneylandia” de mis sueños: un evento de Puertas Abiertas en diciembre de 2000 en el Centro de Investigación en Energía de la UNAM, hoy Instituto de Energías Renovables (IER, para los cuates). Ahí conocí mi vocación y la pasión de mi vida adulta. El tiempo que la comunidad del IER dedicó a preparar la exposición, a atendernos a chicos y no tan chicos se notó en la calidez y la calidad de la experiencia. Convivir con los académicos de los Centros de Investigación es fantástico; cada minuto que comparten explicando y haciendo su labor, acrecentando el conocimiento colectivo en distintas disciplinas es un gozo continuo.
Hoy, desde otra posición en la vida, he tenido el privilegio de colaborar con algunos eventos de Puertas Abiertas, ahora en el Instituto de Biotecnología de la UNAM (IBt). Lo hago con mucho gusto, con gran convicción, pero con más agradecimiento. Agradecimiento de esa niña de 7 años, que hace 40 quería encajar en una comunidad, quería entender más, quería responder preguntas, quería abrir los ojos. Agradecimiento de esta no tan niña que, cercana al medio siglo, vive convencida de la necesidad imperiosa que tenemos como mexicanos de invertir en Ciencia, Tecnología e Innovación y de promover un pensamiento sustentable y científico en toda la población. Agradecimiento por los miles de vidas que tocan los académicos en estos eventos de puertas abiertas y por la semilla de esperanza que siembran en cada uno de los visitantes. Porque, lo más importante es que las puertas que abren no son las del IER o las del IBt, son las de ese otro México que es posible.

¡Gracias, gracias, gracias!

sábado, 5 de marzo de 2016

Zombieline

publicado el 05 de Marzo del 2016, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mi primer marido fue, además de un hombre muy inteligente, una persona extraordinariamente puntual y defensora de la puntualidad hasta el extremo. Un ejemplo claro de su compromiso con el reloj fue nuestra boda. Nosotros nos casamos a las 18:30, un sábado 31 de marzo en la capilla de la Tercera Orden. Y esos datos, a la letra, estuvieron en nuestra invitación. Sobra decir que mi recorrido al altar ese día fue uno de los más solitarios que he visto en mi vida. Había unas 20 personas en la concurrencia y ni la mitad eran invitados nuestros. Ellos fueron llegando, me cuentan mis padres, por ahí de las 19:05. Por supuesto en la recepción, en lugar de recibir disculpas de mis invitados por haber llegado tan tarde, recibí reclamos porque si “de verdad” la boda iba a empezar a las 18:30, “debí” de haber citado a las 18:00, media hora antes.
Esta semana el equipo de gestores de innovación del que formo parte enfrentó el reto de cumplir una fecha límite. Lo realmente divertido del reto es que los compromisos a cumplir antes de ese límite no dependían de ninguno de nosotros. En todos los casos, requeríamos del compromiso de clientes y aliados estratégicos para entregar lo solicitado en el plazo forzoso. Sobra decir lo cardiaco del asunto. Y la sorpresa que me llevé con la actitud que percibí en algunos de nuestros aliados y clientes: una falta de credibilidad acerca del rigor de la fecha definitiva. Incluso, no faltó quien me preguntara, molesto por nuestra insistencia en recabar documentos, un par de horas antes del fatídico plazo: “¿cuál es la hora REAL de cierre del sistema?”. Déjà vu.
El término para las fechas límites en inglés es: deadline, o línea mortal si lo traducimos literalmente. La contundencia del término no debería dejar lugar a dudas. No es almostdeadline, o zombieline o yameritoline. Ser parte de una comunidad profesional, de clase mundial, requiere que todos respetemos las fechas límite. Que valoremos el tiempo de todos los involucrados en un proceso y que entreguemos en tiempo y forma lo que se nos requiere. Ya sean documentos, pagos o, como en mi boda, nuestra presencia.