Hace veintidós años, en un baby-shower me regalaron un libro
de educación para nuevos padres que versaba sobre regresar a los modelos
autoritarios del pasado. Siempre he considerado que recurrir exclusivamente al
argumento de la autoridad para poner en práctica algo es un recurso obsoleto,
pobre y extremo. Enfatizo el exclusivamente, pues creo que el sistema de
autoridades existe en nuestra sociedad para facilitar las cosas, establece
jerarquías y reglas cotidianas que nos permiten convivir fácilmente y nos evitan
entrar en disertaciones eternas en el actuar.
Por ejemplo, los reglamentos de tránsito establecen que, en
una glorieta, la preferencia la tienen los que ya están en la glorieta y quieren
salir, sobre quienes quieren entrar. Si dedicamos unos minutos a pensar la
razón de esta “regla autoritaria”, entendemos que, en caso contrario,
tendríamos en un caso hipotético glorietas infinitamente llenas, donde todos
los que quieren entrar a la glorieta impedirían la salida a los autos,
paralizando el tránsito alrededor. La norma, se basa en mantener la afluencia
vehicular y disminuir los embotellamientos. La seguimos por un principio de
autoridad, sustentado en una serie de estrategias que cumplen un objetivo
concreto; contribuir a una mejor vialidad.
En ciencia y tecnología, la toma de decisiones en un
experimento o un proyecto se debe fundamentar en un proceso racional. No hay
lugar para las decisiones exclusivamente autoritarias. Un centro de
investigación no define sus líneas de investigación “porque sí”, o mejor dicho,
no debería hacerlo. La naturaleza del proceso científico, obliga a analizar con
la mayor objetividad posible las alternativas, asignar criterios de evaluación
y aplicarlos para alcanzar un mejor entendimiento de la realidad, o una mejor
solución a un problema determinado. Quienes no lo hacen, detienen el avance del
conocimiento científico u obstruyen el flujo de nuevas tecnologías al mercado y
en ambos casos, desperdician recursos humanos y financieros en sus ámbitos de
influencia.
En innovación y desarrollo tecnológico, se acostumbra
invertir recursos económicos en estudios de factibilidad técnico-económica.
Estos estudios nos permiten convocar a un grupo de especialistas, proponer
criterios de evaluación, acercar información relevante y el concierto de estos
tres elementos, nos dan claridad sobre la viabilidad de un proyecto. La
importancia de la objetividad en estos estudios es directamente proporcional a
la del proyecto. Si yo quiero poner una fuente decorativa en la esquina de mi
jardín que funcione con energía solar y tomo la decisión desde la autoridad
(“porque lo mando yo”), muy probablemente tendré una fuente que no funcione
porque le da sombra la mayor parte del año. Si sustituyo la autoridad por un
estudio de factibilidad sobre el uso de energía solar en la decoración de mi
jardín, contaré con alternativas mejor fundamentadas que sí funcionarán.
Invertir en estudios de factibilidad objetivos es indispensable para aplicar
recursos de manera eficiente y efectiva.
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