Hace 14 años, en un arranque de entusiasmo e inspiración, el
entonces Comité de Divulgación Científico-Tecnológica organizó los Sábados en
la Ciencia, tomando prestado el nombre de un programa de divulgación de la
Academia Mexicana de Ciencias, conocido como Domingos en la Ciencia. Con Susana
Ballesteros de la UAEM, Irma Vichido y Jaime Padilla de la UNAM, promovíamos la
convivencia familiar en la Casa de la Ciencia de la UAEM (hoy el Centro
Cultural de Arte Indígena Contemporáneo), todos los sábados. En cada ocasión,
organizábamos experiencias con niños menores de 13 años para acercarlos al
pensamiento científico. Un aliciente adicional que compartíamos los cuatro era llevar
a nuestros hijos y fomentar en ellos el cariño por la Ciencia, la Tecnología y
la Innovación (CTI). Entre los mejores recuerdos de esa época de
descubrimientos que viví con este extraordinario grupo de promotores de la CTI,
resalta un taller que organizó Dulce Arias, directora del CEAMISH de la UAEM
(hoy Centro de Investigación en Biodiversidad y Conservación).
En ese taller, Dulce entregaba a los pequeños un jarrito de
barro, les mostraban fotografías de paisajes diversos y les pedía que decoraran
sus jarritos inspirados en alguno. Los pequeños se entusiasmaban decorando el
jarrito, ilustrando el sol, el agua, la vegetación y justo cuando terminaban su
pequeña obra de arte, los talleristas les pedían tirar el jarrito al piso.
Todos se rompían, por supuesto, y la siguiente instrucción consistía en reparar
con pegamento los jarritos. El mensaje era claro y contundente, el daño que
hacemos al ecosistema que nos rodea es irreparable, por más pegamento y cuidado
que se ponga en la compostura, nunca quedará como estaba en un principio.
Sólo relatar la experiencia me recuerda el dolor de los
niños al participar en la destrucción de sus jarritos, y la desilusión al
terminar la reparación y ver que se habían quedado con unos guijarros
remendados.
La analogía de la ruptura y la reparación es una
que los líderes de equipos de alto rendimiento deberían conocer como parte de
su formación. Cuando se tiene la tarea de coordinar el trabajo de un equipo, el
cuidado que se debe tener con el ambiente de trabajo es fundamental. Conformar
un grupo que colabore, que se integre y que camine unido hacia un resultado
común, aportando todos su conocimiento y experiencia, requiere de un nivel de
confianza interna muy alto. Esa confianza debe ir reforzada con un alto
compromiso y es responsabilidad de todos los integrantes del grupo cuidar que
el jarrito no se rompa. Felizmente, las personas somos mucho más resilientes que
los jarritos de barro, es decir, tenemos una mayor “capacidad de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas” (definición
de Resiliencia según la RAE). Sin embargo, con todo y resiliencia, coordinar un
equipo requiere promover la confianza y la reparación inmediata de los pequeños
daños que surgen de la convivencia bajo presión, no sea que “tanto vaya el
cántaro al agua que se nos rompa”.