Siempre he reconocido cuánto de lo que
soy se lo debo a mi madre. Aprender a asignar prioridades a las tareas es una
de las enseñanzas más importantes que le debo. Ella predicaba con el dicho y
con el hecho. En distintas épocas de nuestra vida, se las arregló para
administrar hogar, negocio y hasta la atención médica de mi abuela, tío y
hermana. Además de sus tareas, siempre tenía en mente las nuestras, así como la
importancia relativa de nuestros pendientes. “¿Cuándo tienes examen, Karla?”
era menos prioritario que un “¿Ya hiciste la tarea, Carlitos?”, porque yo era 6
años mayor y mucho menos popular que mi hermano (y lo sigo siendo, ambas
cosas). Felizmente, también tenía claro que un “¿Ya hiciste tu cama?” era mucho
menos importante en la lista que un “¡Lávate los dientes!”. Hoy, mi hermano y
yo tenemos muy buena salud dental; me doctoré y mi tesis doctoral es mi modus vivendi; mi hermano coordina y da
seguimiento a un equipo de alto rendimiento; y ambos somos malísimos tendiendo
camas.
Asignar prioridades es una de las
principales funciones de un buen líder. El número de actividades que hay que
realizar para obtener un resultado son diversas e identificar entre urgentes,
importantes e intrascendentes, no siempre es tarea fácil. Para complicar un
poco más las cosas, la atención y dedicación que les podemos destinar es
limitada, y por lo tanto, administrar el tiempo y recursos que como equipo se
le debe asignar a todas las actividades requiere de un muy buen algoritmo de
priorización. Hay que analizar el impacto positivo de realizar cada actividad,
pero sin dejar de lado el impacto negativo que conlleva el no realizarlas
también. Al final, debemos calcular como minimizar los impactos negativos,
maximizar los positivos y todo esto considerando las restricciones temporales y
de recursos humanos, económicos y
materiales. Una vez más, ¡gracias Ma!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario