Hace unos días,
por accidente, leí que uno de mis mejores profesores de la Maestría daría un
seminario en un instituto de investigación cercano. Me dio mucho gusto saber
que estaría por aquí y organicé mi agenda alrededor de su conferencia. Aún
recuerdo con cariño y admiración sus clases. Solía llegar sin libros ni
apuntes, sólo nos preguntaba en que se había quedado la sesión anterior y con
eso tenía. El buen hombre armaba una clase fabulosa derivando ecuaciones de la
teoría y complementando conceptos físicos y matemáticos. Las tres horas pasaban
volando y, a pesar de que su materia no era mi fuerte (saqué seis el primer
parcial), aprendí muchísimo de matemáticas, de mecánica, de rigor académico y
hasta de pedagogía.
En estos últimos
veinte años cambió de disciplina y se acercó a las neurociencias y a las
ciencias sociales. Desafortunadamente, al hacer esto, también se despegó del
rigor científico que lo caracterizaba y en un intento por hacer
multidisciplina, dejó de lado su ventaja formativa, es decir, “se quitó la
bata”. “Quitarse la bata” es esa actitud que tienen algunos colegas científicos
y tecnólogos, cuando al tratar temas que no son de su campo de desarrollo
olvidan la importancia del razonamiento científico, del pensamiento crítico y
del principio de refutabilidad.
Mucha gente nos
pregunta para que hacemos comunicación de la ciencia, pensando,
equivocadamente, que el objetivo es reclutar jóvenes para ser científicos o
ingenieros. Sí, sería mejor tener un México con más ingenieros, científicos y
tecnológos, pero ese no es el fin último de la divulgación
científico-tecnológica. La razón primordial que nos mueve es formar personas
críticas, que apliquen las herramientas del pensamiento científico en su vida
cotidiana, que tomen decisiones basadas en evidencias reales, en experiencias
repetibles, en hechos y no en dichos. Perseguimos un entorno en el que las
discusiones se nutran de pensamientos distintos enmarcados en el respeto y la
tolerancia, una sociedad donde todos, “nos pongamos la bata” para hablar del
tránsito, de las decisiones alimenticias, de las campañas políticas, y hasta
del cuidado de nuestros jardines. Una comunidad donde los hechos comprobados
nos permitan prever situaciones del futuro cercano y adaptarnos de manera más
sustentable a los cambios. Una sociedad donde los académicos no se quiten la
bata cuando dejan el salón de clases, sino mejor aún, una donde todos vivamos
cómodamente con la bata del pensamiento crítico y la actitud científica,
trabajando y aportando para que otro mundo sea posible.
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