Mi primer marido fue, además de un hombre
muy inteligente, una persona extraordinariamente puntual y defensora de la
puntualidad hasta el extremo. Un ejemplo claro de su compromiso con el reloj
fue nuestra boda. Nosotros nos casamos a las 18:30, un sábado 31 de marzo en la
capilla de la Tercera Orden. Y esos datos, a la letra, estuvieron en nuestra
invitación. Sobra decir que mi recorrido al altar ese día fue uno de los más
solitarios que he visto en mi vida. Había unas 20 personas en la concurrencia y
ni la mitad eran invitados nuestros. Ellos fueron llegando, me cuentan mis
padres, por ahí de las 19:05. Por supuesto en la recepción, en lugar de recibir
disculpas de mis invitados por haber llegado tan tarde, recibí reclamos porque
si “de verdad” la boda iba a empezar a las 18:30, “debí” de haber citado a las
18:00, media hora antes.
Esta semana el equipo de gestores de
innovación del que formo parte enfrentó el reto de cumplir una fecha límite. Lo
realmente divertido del reto es que los compromisos a cumplir antes de ese
límite no dependían de ninguno de nosotros. En todos los casos, requeríamos del
compromiso de clientes y aliados estratégicos para entregar lo solicitado en el
plazo forzoso. Sobra decir lo cardiaco del asunto. Y la sorpresa que me llevé
con la actitud que percibí en algunos de nuestros aliados y clientes: una falta
de credibilidad acerca del rigor de la fecha definitiva. Incluso, no faltó
quien me preguntara, molesto por nuestra insistencia en recabar documentos, un
par de horas antes del fatídico plazo: “¿cuál es la hora REAL de cierre del sistema?”. Déjà vu.
El
término para las fechas límites en inglés es: deadline, o línea mortal si lo traducimos literalmente. La
contundencia del término no debería dejar lugar a dudas. No es almostdeadline, o zombieline o yameritoline. Ser
parte de una comunidad profesional, de clase mundial, requiere que todos
respetemos las fechas límite. Que valoremos el tiempo de todos los involucrados
en un proceso y que entreguemos en tiempo y forma lo que se nos requiere. Ya
sean documentos, pagos o, como en mi boda, nuestra presencia.
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