La primera vez que escuche la frase “fuga de cerebros”, en
una charla de pasillo en la primaria, me pareció pavorosa. La idea de materia
gris escurriéndose por ahí, además de asquerosa, era de terror. Afortunadamente
mis papás me explicaron con gran detalle que el cerebro no se le fugaba a
nadie; sino que así se decía cuando los talentos mexicanos se iban a otros
países porque les pagaban mejor. Pensé, a mi corta edad, que esta fuga de
cerebros no podía ser buena para México. Y conforme fui creciendo y entendiendo
el sistema de generación de talento mexicano, me preocupó aún más. Pensar en
México invirtiendo, mediante becas de Conacyt, en la generación de doctores y
maestros que terminaran trabajando fuera me parecía, casi casi, traición a la
patria. En lo local, debo confesar que cada vez que me entero de un estudiante
brillante, ganador de olimpiadas del conocimiento o de concursos de ciencia,
“nos lo piratean” otros estados con becas y/o mejores ofertas de trabajo, me da
el tamafat. Las fugas de cerebro, o
migraciones de talento, han tenido un impacto negativo en la conformación del
tejido socio-económico. Preparamos en Morelos jóvenes talentosos que
normalmente se van al DF, Jalisco, Querétaro o Nuevo León, en busca de mejores
oportunidades.
Con los años he entendido que hay una corresponsabilidad en
el fenómeno de la fuga de talento; un país o región competitiva, requiere no
sólo generar talento, sino además atraerlo y retenerlo. Ahí es donde las
políticas públicas tienen un papel fundamental. A nivel federal, Conacyt está
llevando a cabo una serie de programas que tienen la intención de retener el
talento que el ecosistema de investigación ya
genera. Entre ellas se encuentran las cátedras para jóvenes
investigadores. Y a nivel local, nuestra Secretaría de Innovación, Ciencia y
Tecnología, en colaboración con Conacyt promueve el programa de incorporación
de maestros y doctores a la industria.
Recientemente, pude escuchar a un joven mexicano, que
estudia en la Universidad de Londres, disertar sobre la fuga de cerebros en
nuestro país. Y me ayudó a ver el tema desde otro punto de vista. La pregunta
importante, planteaba Tonatiuh, no es ¿cuántos investigadores se quedan en el
extranjero?; es ¿qué están haciendo esos investigadores y cómo podemos
colaborar? Y dio en el clavo. Nuestro acervo científico-tecnológico se
enriquece con esas migraciones, lo que necesitamos es vincularnos mejor con
quienes están fuera de México pero que, desde otros espacios geográficos siguen
contribuyendo a la generación de conocimiento. Ese compartir conocimiento se
traduce en divisas de alto valor agregado. Las redes existen y es
responsabilidad de los miembros de esas redes, los investigadores que se fueron
y los que se quedaron, activarlas y promover colaboraciones concretas que nos
permitan recuperar ese talento que migró y que tanta falta nos hace para
construir otro México.
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