publicado el 09 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos
Hace unos días leí un tuit de @RodrigoAedo, que dice “Antes
de que inventaran las computadoras, ¿qué hacían los oficinistas en su
escritorio todo el día?”. Además de reírme por la crítica implícita a esta
nueva cultura de pasar el día pegados al
facebook, twitter o youtube; me reí con más ganas porque yo
sí sé que hacían todo el día quienes trabajaban frente a una máquina de
escribir. Cualquiera que haya tenido en casa o en su oficina uno de estos
artefactos recordará que pasábamos más tiempo tratando de borrar los errores
que cometíamos que escribiendo. Recuerdo como sufría cada vez que un maestro en
la secundaria o la prepa me pedía un informe a máquina. Al menos para mí, era
imposible generar una línea sin errores en mi máquina manual. Eso implicaba
que, cada vez que detectaba una falta debía: sacar la hoja; borrar con una goma
lo mal escrito (y NUNCA se lograba al 100%); volver a colocar la hoja en la
máquina, tratando de hacer coincidir el nivel anterior al actual, para
reescribir correctamente, y rezar esperando no cometer otro error en la misma
área del papel. Esto último porque el papel podía aguantar un borroneo, pero
dos seguidos… eran rotura de papel asegurada y por tanto, había que reescribir
toda la hoja desde el principio, Había máquinas de escribir eléctricas que
permitían corregir errores inmediatos con más facilidad, esto es, si pescabas
tu falla al momento, había una tecla, idéntica al delete de hoy día, que borraba la letra o letras inmediatas
anteriores. Sin embargo, la magia se acababa si detectabas el error una línea o
más adelante, en este caso había que sacar la hoja y hacer el circo, maroma y
teatro como el que describí para las máquina manuales.
El desarrollo tecnológico ha logrado en muy pocos años,
avances en la forma de hacer las cosas impresionantes. La productividad de la
labor de redacción es muy superior a la de hace 20 ó 30 años. Incluso, vivimos
en una época en que nos cuesta más trabajo escribir a mano, que aventarnos a
teclear páginas y páginas (aunque sea “a dedito”). Y esto nos ha permitido
ingresar al mundo de la comunicación pública con una contundencia monumental y
espeluznante. Espeluznante porque, desafortunadamente, no sabemos escribir. La
mayoría de profesionistas, posgraduados y técnicos que he tenido la oportunidad
de entrevistar, son incapaces de generar una página que exprese con claridad
una idea. Y ni hablar de la ortografía o la gramática, eso se lo dejan al
corrector de la computadora que, como sabemos, aún no piensa por nosotros y por
lo tanto, nos deja escribir barbaridad y media sin problema.
La tecnología nos habilita para multiplicar lo que hacemos.
Escribimos más rápido, pero no mejor. De hecho, esta posibilidad magnificadora
que la tecnología nos ofrece, debemos aprovecharla para potenciar nuestros
talentos y debemos cuidarla para que no evidencie “a la n” nuestros errores.
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