Cuando mi hija cumplió 6 años, le armamos
gran fiesta con sus compañeros de la Preprimaria. Entre los preparativos,
encontré una piñata, más grande que ella, de Anastasia, la heroína de la
película animada de moda en ese momento. Teníamos escondida la piñata para que
fuera la gran sorpresa y no se la mostramos si no hasta el gran día. Y…
tremendo drama se fue armando. Resulta que le gustó tanto la Anastasia “tamaño
natural” que la abrazaba, y así vacía, la llevaba de un lado para otro. Hasta
ahí todos en casa estábamos felices, felicitándonos por haber comprado LA
piñata. El drama se desató cuando me acerqué con el cuchillo más filoso de la
cocina para abrir la nuca de Anastasia y llenarla de dulces y chocolates,
chicles y cacahuates. Karlita lloró, pataleó, suplicó por la integridad de su
muñeca (a esas alturas ya había dejado de ser una simple piñata para ella).
Entonces le expliqué a mi princesa, que siempre ha sido de diente dulce, que
necesitaba abrir un hueco para rellenar la piñata, pues sus amigos llegarían en
unos minutos para romperla con ella… Todavía cierro los ojos cuando recuerdo el
llanto de mi pobre bebé, suplicando que no le pegáramos a Anastasia. Mis papás,
chapados a la antigua, ya murmuraban por detrás de mí sobre mi falta de
autoridad y de cómo si la castigara y mandara al rincón, tendrían una nieta más
moderada y menos dramática. Lejos de enviarla al rincón y preparar a su
Anastasia al sacrificio, abracé a mi hija y fui a comprarle otra piñata, “más
piñata”, también de Anastasia, pero esa sí, para romper en su fiesta. Así,
resolvimos el conflicto, piñata de adorno para jugar como muñeca (un éxito
entre las niñas asistentes al pachangón) y una piñata menos “nice” rellena de
dulces para darle y darle y no perder el tino. Entonces entendí lo importante
que son las piñatas, y los símbolos, para nuestra concepción del mundo.
Hace unos días, en el centro de
Cuernavaca, mientras esperaba en un alto, volteé a una tienda de piñatas y vi
varias, entre ellas una Bella con su vestido ampón amarillo que me recordó
aquellas fiestas infantiles. Con gran tristeza y una gota de angustia vi al
lado la piñata de una bailarina de tubo, con todo y tubo. Lo primero que pensé
fue “por favor, que esa no sea la piñata de una fiesta infantil”, de ahí la
tristeza. Acto seguido cruzó por mi mente la imagen un grupo de hombres adultos,
en una despedida de solteros, golpeando con energía a esta piñata en
particular, de ahí la angustia.
Estoy
convencida de que la violencia de género no es cosa de juego. También creo que
necesitamos con urgencia concientizar a todos los seres humanos de lo
importante que es respetar la integridad física, emocional, mental de todas las
personas. Y aunque a veces siento que “nos azotamos” cuando nos ofendemos por
los chistes sexistas; al ver las letras de canciones que promueven la violencia
y el maltrato, o que el entretenimiento de fiesta (aun asiendo una tradición
tan mexicana como pegarle a la piñata) se tergiversa de tal forma que,
independientemente del contexto, valida el concepto de golpear a una mujer,
sólo puedo pensar “¿qué tanto es tantito?” Creo que promover la discusión del
tema, hablarlo abiertamente con distintas personas, explicitar que la violencia
no es aceptable en ninguna forma y que necesitamos promover en su lugar la
tolerancia y el respeto a los otros, nos permitirá alcanzar ese otro mundo al
que aspiramos, donde todos gocemos de libertad plena para elegir el rumbo de
nuestras vidas.
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