Creo que una de las habilidades que son
más valiosas en la vida es la de hacer buenas preguntas. Esta idea parte de una
de las certezas más absolutas que existen: el conocimiento es el único activo
que crece sin límite. Es decir, no importa que tan sabia llegue a ser una
entidad, es imposible abarcar todo el conocimiento. Hay un excelente cuento
corto de Issac Asimov, “La última pregunta”, que otorga este conocimiento
infinito a una computadora. Sin embargo, la idea de encapsular algo sin fin, en
un artefacto finito, mantiene la premisa del cuento de Asimov en el terreno de
la ficción.
Bueno, pues ante ese infinito
desconocido, lo único que nos queda a nosotros los finitos es disminuir nuestra
ignorancia haciendo preguntas. Preguntas implícitas, como las que hacemos todos
los días al abrir la puerta del closet, que se puede traducir en un: “¿qué me pongo?”; hasta las muy
explícitas e igualmente cotidianas: “¿cómo estás?”. Ante nuestra naturaleza
necesariamente preguntona, quienes más éxito tienen en esta carrera de la vida,
son quienes hacen las mejores preguntas y, además, tienen la perseverancia de
seguirlas haciendo hasta conseguir las respuestas adecuadas.
Este viernes tuve la oportunidad de
escuchar a dos preguntadores profesionales, ambos reconocidos en sus medios por
ser expertos en comunicación, en distintos contextos. A una la escuché en el
radio y debo decir que, con preguntas tal malas, ni yendo a bailar a Chalma la
buena mujer va a lograr esclarecer algo. A Gerardo, lo escuché preguntar en el
Tec de Monterrey y su intervención dio en el clavo. Motivó a su interlocutor a
analizar un concepto complejo y a transmitir con gran efectividad la respuesta
a un auditorio multidisciplinario. La conductora de radio ganó su
reconocimiento profesional basada en la popularidad. Gerardo es un académico,
investigador, docente y practicante del arte-ciencia que es la comunicación.
No cabe duda que, así como hay de
preguntas a Preguntas, hay de profesionales a Profesionales.
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