Creo que las palabras que más me
entusiasman de un niño son: “¡mira, mira!”. Esa es la expresión más genuina de
asombro ante alguna de las muchas maravillas que los niños se encuentran
cotidianamente. La gran mayoría de ellos, cuando ven algo sorprendente, se
emocionan, corren a compartirlo con alguien y, finalmente, empiezan el
interrogatorio de los mil y un “¿por qué?. Esta secuencia de eventos es
bellamente humana. Y aunque menos entusiasta que los infantes, todos somos
susceptibles a ella. Desafortunadamente, el tiempo se encarga de disminuir la
espontaneidad del “¡mira, mira!”; y el miedo a exhibirnos como ignorantes ante
otros nos mata los “¿por qué?”.
Sin embargo, existe una subespecie que
aún se da permiso para asombrarse ante lo sorprendente: un arcoíris, un pulpo,
una luciérnaga, o un romanesco; y trasciende el compartir el asombro para
averiguar más. Y entonces, algo extraordinario sucede: entender mejor esas
maravillas, es motivo de mayor admiración. Entonces, aumenta la emoción, las
ganas de compartir y con ellas, las ganas de saber más. Esta es la espiral
creciente en la que viven los investigadores. De ese banquete racional se
alimentan todos los días y curiosamente, al compartir el conocimiento de
aquello que los asombró, se generan más preguntas, más asombro y
consecuentemente más conocimiento. Felizmente, es el cuento de nunca acabar.
Dicen por ahí que Sócrates predicaba que
la sabiduría empezaba con el asombro. Después de casi 15 años de conocer a
brillantes científicos y tecnólogos morelenses, estoy convencida de ello. Todos
los grandes académicos comparten una pasión extraordinaria por sus áreas de
estudio, que no dejan de asombrarlos conforme más se adentran en ellas.
Hace casi cuatro años un grupo de jóvenes
estudiantes, apasionados por el conocimiento, se organizaron formalmente.
Conformaron “Más ciencia por México” (www.masciencia.org) y han encontrado
maneras creativas de motivar a otros para contagiar su asombro, fomentar el
entendimiento y construir una sociedad más crítica, pensante y
participativa. Aunque no soy tan joven
como ellos, comparto esa convicción y me entusiasma ver todo lo que han logrado
en tan poco tiempo. Para maravillas, ellos se pintan solos.
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