Uno de los placeres más sabrosos de quien enseña es ser
testigo del proceso de apropiación del conocimiento. Y esto sucede en todos los
niveles; ya sea durante la explicación de una tarea difícil a los compañeros de
la escuela, hasta escuchar a un estudiante de posgrado exponer su disertación
con conceptos que hace un tiempo le eran desconocidos.
Hace algunos años di clases de matemáticas particulares.
Durante ese tiempo, tuve la oportunidad de convivir con estudiantes muy
diversos, quienes provenían de ambientes académicos diferentes. Muchos tenían
una aversión recalcitrante por las matemáticas, llegaban con una historia de
fracaso en clase preocupados sólo por pasar el “extraordinario”. Aunque
escuchar desde otra perspectiva la materia ayudaba a entender mejor; sin duda
era enfrentarse a cantidades infames de problemas lo que lograba el objetivo.
Sin embargo, en estos casos, el aprendizaje era parcial; había una comprensión
de los conceptos al nivel de discernir que herramientas ameritaba una
situación, pero no llegaban a apropiarse de los conocimientos. El ejemplo más
cercano a esa actitud es la que tenemos cuando queremos colgar un cuadro en la
pared. Sabemos que para esto necesitamos una escalera, un nivel, un martillo y
un clavo del calibre exacto para el peso del cuadro; sólo teniendo todos los
“ingredientes” a la mano, logramos el objetivo. Muy distinto es el caso de la
apropiación. Entonces para colgar un cuadro todos aplicamos el conocimiento del
que nos hemos apropiado; buscamos algún clavo “decente”, un objeto pesado que
haga las veces de martillo, algo donde podamos subirnos para estar a la altura
cómoda y “a ojo de buen cubero”. Y así hemos logrado decorar nuestras casas la
mayoría de los mortales.
De manera similar, tengo al alumno y al ejemplo perfecto
para la apropiación de un concepto matemático, la multiplicación. Un día,
mientras veía a Paul, a sus nueve años, sufrir resolviendo un problema
matemático, vi que la fuente de su error era una multiplicación simple. Le
pregunté: “Paul, ¿cuánto es 7 por 4?”, él me respondió después de varios
segundos “¿veinti… siete?”. Me fui de espaldas, yo me esperaba algún múltiplo
de 7 o de 4, que es lo que sucede cuando confundimos las tablas de multiplicar,
pero 27 está lejísimos. Le dije a Paul que la respuesta correcta no era 27 y al
pedirle que me diera el dato de nuevo, vi como bajo la mesa, contaba con sus
dedos siete veces cuatro… y entendí. Paul, se había apropiado del conocimiento
que involucra la multiplicación. No me respondía de memoria las tablas, sino
calculaba cada vez el significado de multiplicar; esto es, “7 por 4” significa
“suma 7 veces 4”. Entonces entendí que es mucho más importante apropiarse del
conocimiento que memorizar datos.
Hoy sabemos que una sociedad mejor informada, más crítica y
democrática requiere apropiarse del conocimiento y de los procesos científicos
para acceder a él. Hacia eso se dirigen las nuevas estrategias de comunicación
pública de la ciencia, la tecnología y la innovación.
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