Hace muchos años, tuve la fortuna de recibir una de las
grandes lecciones de vida durante una clase de maestría. El curso en cuestión
se llamó “Cultura de la calidad”. Siendo el postgrado que yo cursé en ciencias
computacionales, con una clara orientación hacia la investigación y las
matemáticas aplicadas, el tema de la “calidad” me parecía más un asunto de
cultura general, que de interés académico.
En algún momento del curso, nos preguntaron “¿cuál debe ser
el objetivo de una empresa?”. Ante una pregunta tan fácil, inmediatamente
contesté “hacer la mayor cantidad de dinero posible”. La discusión que siguió a
mi inocente intervención no sólo duró más de una hora, sino que me pareció, en
ese momento, un asunto de semántica. Hoy sé que no es así, que era un asunto de
percepción y de niveles de abstracción. La gran crítica a mi respuesta era que
si una empresa sólo pone sus ojos en aumentar su utilidad este año, muy
probablemente se enfrascará en prácticas que a la larga la dejen fuera del mercado.
A lo que yo contesté “pues si queda fuera del mercado en X años, con el tiempo
habrá dejado de percibir dinero y por lo tanto, se aleja de su objetivo el
cual, insisto, es hacer la mayor cantidad de dinero posible”. Bueno, el que
para mí, y sólo para mí, fuera un asunto “sabido” el que “la mayor cantidad de
dinero posible” llevara implícito el “durante el mayor tiempo, en las mejores
condiciones sociales/económicas/ambientales posibles”, fue la gran lección. Es
menester siempre, especialmente cuando tratamos de comunicar algo a un público
general, ahondar en las sutiles diferencias, esas que pueden delimitar
claramente fronteras, y dejar claro, más allá de toda duda, el sentido de las
cosas. Hoy sé que la frase precisa para explicar lo que quise decir hace 23
años es: “hacer la mayor cantidad de dinero posible sustentablemente”; esto es,
cuidando mejorar las condiciones sociales, económicas, ambientales e
institucionales actuales y con visión de futuro. Lo curioso es que, aún hoy, es
necesario incluir “sustentablemente” como una práctica excepcional.
Esta semana tuve una reunión en un restaurante, y por
primera vez en mi vida, el mesero al traer mi naranjada me preguntó si quería
un popote. Sonreí con un “no, gracias” y del gusto escribí un comentario
público en twitter, agradeciendo el
gesto pro-sustentabilidad de este lugar. Fue tan excepcional la situación que
la responsable de relaciones públicas salió a agradecerme el tuit.
Espero ver un México donde la sustentabilidad sea parte de
todo lo que hacemos; donde nuestra cultura de desarrollo incluya la
responsabilidad con el entorno social, ambiental, económico e institucional;
donde, además de preocuparnos por las generaciones futuras, lo hagamos, al
estilo de Víctor Urquidi, también por los desprotegidos del presente. Espero
ver el día en que sustentable sea un término que por sabido se calle.
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