Desde que tengo memoria me han gustado
los acertijos. Hay muchas razones para eso. La primera, que eran la oportunidad
perfecta para la convivencia familiar. La segunda, que su gran ventaja es que,
conforme más haces más vas integrando la mejor manera de entenderlos y
resolverlos. Así como hay álbumes de fotografías yo tengo en mi banco de
recuerdos personal un álbum de acertijos. Las adivinanzas clásicas me recuerdan
a mi abuelita Lola, con su “agua pasa por mi casa…”, o sus lecturas del
calendario de la cocina, que era de hojas diarias desprendibles y tras cada uno
venía una sorpresa, recetas, chistes, refranes o, cuando teníamos suerte, una
adivinanza. Los crucigramas son el dominio de mi Tío Cesáreo que tenía en su
cuarto, que olía a desván, un altero de periódicos, todos leídos de “cabo a
rabo” y por supuesto con sus crucigramas completitos. Los acertijos lógicos
eran del dominio de mi padre, averiguar quien era más alta o más grande que
quien, o que número seguía en una serie, eran deleite de viajes y sobremesas.
El “rellena en el espacio” era todo de mi mami, con sus “me traes las esas, que dejé sobre el ese que está junto a los esos de allá”, me enseño a razonar con
información parcial y atenta al contexto.
Elegir la mejor ruta para ir de un lado a
otro, priorizar recursos humanos y materiales en un proyecto, administrar de la
mejor manera posible los momentos de descanso, de trabajo y de esparcimiento,
seleccionar las mejores palabras para redactar un informe o una propuesta de
manera efectiva; son todos ejemplos de nuestra vida adulta que se benefician de
aquella exposición a crucigramas, acertijos, adivinanzas, o como le llamamos en
casa “gimnasia mental”.
Tal vez por eso, en los últimos cuatro
años me he dedicado a promover los acertijos. No sólo por ser recordatorio
familiar, sino más importante aún, porque reconozco en ellos el proceso del
análisis y solución de problemas más complicados. El diseño de estrategias, la
optimización de recursos y las consideraciones logísticas que hoy día
enfrentamos se derivan naturalmente de aquel proceso que durante tantos años se
nos va forjando en el transcurso de nuestra infancia y adolescencia.
Los
museos interactivos son un espacio donde se promueve el aprendizaje no formal y
están repletos de acertijos de todo tipo. Estas vacaciones son ideales para
visitarlos. En Morelos contamos con un museo interactivo de ciencia en el
Parque Acapatzingo, y a menos de una hora también podemos visitar Universum en
la Ciudad Universitaria del Distrito Federal. Son paseos inolvidables a los que
podemos ir como padres de familia, para presenciar la maravilla del aprendizaje
en nuestros hijos; o mejor aún, ir como aprendices nosotros y dejarnos envolver
por la sorpresa del descubrimiento continuo de conceptos, procesos y de
nosotros mismos.
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