Este fin de semana asistí a una reunión de exalumnos de la
prepa. Aprovechamos la ocasión, además de para ponernos al día, para empezar la
organización de la reunión de nuestros 30 años, que será el verano próximo. Además
de volver a ver al grupo con que compartí dos años de mi vida, es muy
interesante conocer lo que cada uno decidimos sobre nuestras elecciones
vocacionales y posteriormente profesionales. Y, más ilustrador aún, es escuchar
las razones que motivaron esas elecciones, con la distancia de los años y la
franqueza que da el habernos conocido en esos años formativos.
Prácticamente todos coincidimos en que nos hizo falta más
orientación vocacional. Más de la mitad confesamos haber elegido carrera por
motivos circunstanciales. Desde, “mis papás no me dejaban salir a otro estado,
así que estudié lo menos terrible”, hasta “en la prepa me gustaban las
matemáticas, así que me seguí con Ingeniería”. La mayoría nos dedicamos hoy día
a actividades profesionales que nos gustan, aunque no coinciden del todo con
aquello para lo que estudiamos “de niños”. El factor común que todos
compartimos es el haber orientado decisiones vocacionales o profesionales
gracias a nuestros profesores. Sin duda, la actividad que más disfrutamos
durante la reunión fue el relato de las anécdotas donde tal o cual profesor nos
inspiró, nos educó, nos formó, o incluso, hasta nos castigó.
El proceso formativo es una experiencia de vida, no basta
concebirlo únicamente en términos de competencias laborales. La transferencia
de conocimiento entre educador y educando abarca tanto el conocimiento
explícito que vemos en el pizarrón, los libros, o nuestros apuntes; como el
conocimiento tácito, que es el que percibimos durante las clases. El
entusiasmo, la seguridad, la pasión por un tema o una lección, se contagian y
provocan una retroalimentación positiva en el ambiente educativo. Esto es,
maestros excelentes, forma estudiantes comprometidos y ellos a su vez,
entusiasman a esos maestros y los impulsan en la búsqueda de mejores
experiencias de aprendizaje. Estudiantes exitosos, comprometidos y con visión
de futuro transforman sociedades; impulsan grandes cambios y colaboran
activamente en la difusión del conocimiento. Compartir conocimiento nos
enriquece, nos alimenta y fortalece nuestros vínculos con el entorno.
He tenido la fortuna de dar clase y tengo anécdotas
extraordinarias de alumnos igualmente extraordinarios, mi hija entre ellos.
Pude compartir con propios y extraños mi pasión por la lógica y las matemáticas.
Tal vez no inspiré a ningún estudiante; pero todos me inspiraron e inspiran a
mí. En ese sentido, tienen un lugar junto con mis profesores y formadores de
vida. Todos ellos han sido Maestros que me muestran el camino en los tiempos
confusos.
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