Soy de las que prefiere ver las películas
o series en su idioma original, especialmente cuando este es inglés, y
subtituladas. Por un lado son un excelente pretexto para practicar aquellas
clases de inglés que tomamos en la primaria o secundaria y además, es muy
divertido ver las discrepancias entre lo dicho originalmente y lo traducido.
Cuando pienso en errores de traducción
recuerdo el caso de una de mis maestras de inglés en la secundaria, Elisa. Ella
había vivido desde su nacimiento en Portland y uno de sus abuelos era mexicano,
pero nadie en su casa hablaba español. Por esa razón, ella decidió estudiarlo
durante la carrera. Unos años después se hizo novia de un mexicano y nos
contaba que, cuando fue a conocer a sus suegros, que sólo hablaban español, se
sentía muy insegura al hablar. Tanto, que su cuñada le preguntó: “¿Qué te pasa?
¿Te sientes incómoda?” Y ella, con un perfecto acento latino contestó sonrojada,
“es que me siento embarazada.” Toda la familia política entró en shock y
cuchicheaban entre sí, escandalizados por el embarazo recién descubierto.
Cuando el novio sorprendido le preguntó: “Are you pregnant?” (“¿Estás
embarazada?” en inglés). Ella se sonrojó aún más y gritó, “no, no, I’m
embarrassed!” (“no, no, ¡estoy apenada!).
En la labor que hacemos como puentes
entre empresarios y académicos, estos errores de traducción son el pan nuestro
de cada día. Y si a esto añadimos que entre los líderes académicos y los
tomadores de decisiones empresariales suele haber una cadena de personas que
reciben y emiten mensajes entre un extremo y otro, la cosa se complica (quién
no ha jugado “teléfono descompuesto”). Por esta razón necesitamos estar conscientes
de la importancia de, no sólo tender puentes entre Empresa y Academia, sino más
importante aún de fortalecerlos y dotarlos de las herramientas necesarias para,
con perseverancia y paciencia, lograr que los trayectos entre la generación y
aplicación del conocimiento se concreten exitosamente de ida y vuelta.
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