WYSIWYG (se pronuncia Guaisigüig). Todavía recuerdo como si
fuera ayer, la palabra más atractiva que hasta entonces había visto... WYSIWYG,
el acrónimo en inglés de Lo Que Ves Es Lo Que Obtienes, que en español sería
LQVELQO (que no se ve nada mal, pero es francamente impronunciable). WYSIWYG
aludía a un tipo de programas de cómputo que te permitía ver en la pantalla, en
tiempo real, algo muy parecido al documento que obtendrías en la impresora. Corría el año 1985 y la idea de tener acceso
a un programa de cómputo que te permitiera esto era innovador para todos. Al fin, podría el usuario no especializado
escribir un documento sin necesidad de utilizar una serie de comandos que le
darían forma en la impresora y para
saber cómo se vería impreso. Apple fue,
con el lanzamiento de su Apple Lisa (precursora de la Macintosh), quien con
LisaWrite inició esta gran idea, allá por 1984.
Aunque no fue sino hasta un año después, con la aparición de la Apple
Macintosh y su serie de programas: MacWrite, MacPaint y MacDraw, que el
concepto de “ver lo que obtienes” perteneció al dominio público.
Hace tiempo, en un ciclo de conferencias sobre
Transparencia, mientras escuchaba al Consejero Presidente del Instituto
Morelense de Información Pública y Estadística dar ejemplos sobre lo que las
iniciativas pro-Transparencia habían aportado al gran público y por tanto a la
democracia, recordé mi palabrita, WYSIWYG.
A primera vista, el concepto de Transparencia, de mostrar lo que hay,
parece ser un quitar maquillajes, desechar máscaras y mostrar el rostro de las
instituciones. Sin embargo, es mucho más
que eso. La fortaleza de la
transparencia radica no sólo en mostrar sueldos, salarios, agendas o
presupuestos; sino en lograr un objetivo aún más importante: dar acceso
democrático a la información de las instituciones públicas, y con ello,
contribuir a una verdadera rendición de cuentas.
Cuando miro las campañas de transparencia, que
premian la exhibición de sueldos y presupuestos, veo en algunos casos una
inversión considerable dentro de las instituciones públicas en maquillaje, en
mostrar para cumplir sin un interés en informar. Quitarse el maquillaje y
dejarse ver en público cuesta, y cuesta mucho. A ratos se me antoja un poco más
de paciencia y mucho más de inteligencia al momento de analizar lo que las
iniciativas de transparencia nos ponen sobre la mesa. Pidamos ver más y conocer mejor, pero también
tomémonos el tiempo para construir conocimiento a partir de esos datos y
cifras. Ahondemos en lo que realmente se hace con el erario público, caso por
caso, peso por peso, casilla por casilla, y ¿por qué no?, voto por voto, pero
de manera conectada, integral, causal y concordante. El argumento de lo caro
que puede ser conocer esos datos, cuando la tecnología de la información ha
evolucionado al grado de hacer posible que nos contectemos en fracciones de
segundo con el resto del mundo y que manipulemos grandes cantidades de
información de fuentes diversas en la Internet, se cae no sólo desde el punto de
vista tecnológico, sino en términos de costo-beneficio. El valor de mantener informada a la
población, de fomentar la participación social en todos los órdenes y niveles
de gobierno es muy superior al costo de desmaquillar rostros, transparentar
procesos y hacer responsables a los administradores públicos de las decisiones
que toman día con día.
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