Hace 25 años me gradué como ingeniería en sistemas electrónicos.
He podido ver tras bambalinas el desarrollo de la computación y los sistemas informáticos
que hoy son parte de nuestras vidas. Y desde siempre, el tema de la seguridad
de los datos ha sido la principal preocupación y ocupación de quienes diseñan e
implementan sistemas. Si bien, los avances en protocolos seguros y codificación
de los datos han sido espectaculares, el talón de Aquiles de todos los
protocolos de seguridad siempre seremos nosotros, los usuarios tras la
pantalla.
Algo que, en estos tiempos modernos, todos los días
recibimos es al menos un mensaje de correo basura o spam. Estos mensajes de correo son siempre mensajes prácticamente
idénticos que se envían a un gran conjunto de personas que no los han
solicitado (razón por la que también se les conoce como “correo no
solicitado”). Seguir los enlaces que tienen estos mensajes, puede llevarnos a
sitios que infecten a nuestras computadoras con software “malo” o malware; o
peor aún, a sitios que hacen phishing;
es decir, que obtienen nuestros datos personales con fines fraudulentos. El
ingenio detrás de estos correos está en engañarnos apelando a nuestra
curiosidad, “mira mi foto”; a nuestra avaricia, “has ganado la lotería”; o a
nuestro temor “desactivamos tu cuenta de banco”. Los peores son los que, una
vez que se infiltran en la cuenta de alguno de nuestros contactos, toman sus
datos y apelan a la confianza que tenemos en ellos para invadir nuestras bandejas
con aparentes correos amistosos.
Los manejadores de correo privados (como los
servidores corporativos donde las empresas hospedan sus cuentas) son las
víctimas más sabrosas para estos delincuentes cibernéticos. Los manejadores de
correo públicos, como los de Google, Outlook o Yahoo, tienen algoritmos que atrapan
y sacan de nuestras bandejas de entrada a la mayoría. Aunque a veces alguno
logra burlar los filtros y se presenta, aparentemente inofensivo, como un
correo más. Sin embargo, con mayor o menor protección, quienes abrimos la
puerta final y caemos en la trampa de estos criminales somos nosotros. No hay
protocolo de seguridad que nos cuide de nosotros mismos. Pero para evitar caer
en sus redes hay varias alternativas; una es usar un servidor público para
manejar nuestros correos (hasta los corporativos, aunque en estos casos puede
haber una cuota que pagar, la seguridad de nuestra información bien vale la
pena esa pequeña inversión). Otra, la más importante, es ser más cuidadosos y
un tanto desconfiados al abrir los mensajes que recibimos. Ningún desconocido
nos va a enviar fotos sólo porque sí, o regalar herencias, fortunas donaciones;
“No hay lunch gratis”, me decía mi profesor de circuitos (y exmarido) en clase
y fuera de ella con toda la razón. Cuidemos nuestros números de cuenta y
contraseñas, como cuidamos las llaves de nuestra casa. Si no andamos regalando
copias de nuestras llaves a desconocidos, tampoco regalemos nuestra información
confidencial.
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