publicado el 05 de febrero de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos
En la secundaría pasaba noches en vela resolviendo problemas de física, química y
matemáticas. Cuando me atoraba en uno me obsesionaba y pasaba horas en el
drama tratando de aplicar las fórmulas que me habían dicho en clase tocaban en
ese tipo de problemas. Apegada a lo que decían los maestros, me iba a dormir
frustrada, harta de tratar de ajustar lo que decían a lo que había en el papel. No era
sino hasta el día siguiente, ya fresca y con la mente despejada, tratando de no
pensar en lo que había hecho el día anterior, que lograba ver cómo me había
equivocado en un signo o cómo había otra manera de enfrentar el problema.
Mario Bunge decía que la ciencia es abierta y no reconoce barreras a piori que
limiten el conocimiento. Pueden (y deben) surgir nuevas perspectivas, más
información, trabajos que cuestionen las ideas ya establecidas y cuestionen su
validez en un contexto diferente. Cuando un científico se enfrenta con evidencia
que refuta lo que daba por bueno, debe reconocer que el trabajo anterior no fue
una pérdida de tiempo. No se trata de desperdiciar 50 años para después concluir
que estaba equivocado y obstinarse, por apego al arte, en conseguir resultados
personales. El científico que toma esta vía deja de ser un bueno en su trabajo, ya
que una de las principales características de la ciencia es su refutabilidad, la cual
nos permite construir a pesar de los errores.
Dicen los budistas (y los jedis) que el apego es una de las principales causas del
sufrimiento de la humanidad. El apego a una teoría, un resultado deseado, a las
enseñanzas de un maestro querido, es lo que nos ciega a la posibilidad de algo
nuevo. El apego al pasado es aquello que no nos deja innovar y encontrar mejores
maneras de hacer las cosas. Es como el chiste de la niña a quien su madre le enseña
a cocinar el pavo de navidad. La madre le dice que debe cortarlo a la mitad y
ponerlo en dos refractarios. A la niña se le hace raro y le pregunta por qué debe
cortarlo y ponerlo en dos refractarios. La madre le dice que “así lo hace tu abuela”.
La niña entonces va con la abuela y le pregunta por qué es que el pavo se debe
partir a la mitad, la abuela le contesta que así lo hacia su mamá, quien sigue viva.
Entonces va la niña a casa de la bisabuela y le hace la misma pregunta, y la
bisabuela le contesta “pues porque mi horno es muy pequeño y no cabe entero”.
Bunge decía que el sabio moderno, a diferencia del antiguo, no lo es tanto por su
condición de acumulador de conocimientos, si no por su capacidad de plantear
problemas. Ésta es una de las razones por las que la ciencia es valiosa: no es
estática; es desapegada y nos recuerda que corregir errores es tan valioso como no
cometerlos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario