Si contara las veces que mi mamá me llamó
la atención por “andar en la luna”, sería más efectivo multiplicar mis años de
vida por 365. Y me quedaría corta. Confieso, hoy con orgullo, antes con pena,
ser una day dreamer crónica. Paso
gran parte del día soñando despierta. De niña lo hacía con mis muñecas
Lili-Ledy (las Barbies mexicanas), les construía vidas profesionales y
exitosas, como azafatas, maestras o jefas de cosas. Conforme fui creciendo,
cambié a las protagonistas de plástico por mi persona y mis conocidos. Ensayaba
escenarios de lo que haría en la escuela, en las vacaciones o cuando creciera.
Así que me pasaba “en la luna” mientras
veía la tele, hacía quehaceres en casa, o me aburría en las visitas a amigos de
la familia. Muchísimas veces me encargaban mis papás algo de la cocina y yo iba
y venía sin traer lo solicitado… enfrascada en mis pensamientos, con el
consecuente regaño por mi distracción. Pocas actividades me mantenían enfocada
y sin divagar. La más memorable eran las clases interesantes de la escuela. El
proceso de recibir conocimiento de profesores eminentes, me obligaba a mantener
mi divagación crónica en un mínimo. Aprendí que, si le bajaba al day dreaming durante clase, y lograba
concentrarme en escuchar, tomar apuntes y preguntar, aprendía con mucha más
efectividad y lograba pasar mucho menos tiempo pegada a los libros haciendo
tareas o estudiando. Pero también descubrí que si sólo me dedicaba a escuchar y
apuntar, apagando la imaginación totalmente, además de aburrirme como ostra, no
aprendía, sólo memorizaba. Liberar la mente para amasar el conocimiento que iba
recibiendo era la clave para integrar mejor los conceptos, imaginando escenarios
y sus límites; y esto a su vez hacía que surgieran preguntas por todos lados.
Preguntas que, al atreverme a hacerlas en voz alta, hacían de la experiencia de
aprendizaje una aventura mucho más sabrosa que mis historias en castillos,
bailes y países exóticos.
En casi ninguna actividad mantengo la
atención individida, no sólo porque no puedo, sino también porque no es
efectivo. He descubierto que controlar la dispersión de la atención en un
problema para absorber conocimiento útil, integrarlo a mi base de conocimiento
y explorar esos nuevos terrenos es la mejor forma de aprender. Tan divertida o
más que “andar en la luna”.
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