En mi travesía por la prepa, aprendí muchas cosas, algunas
sobre las materias que cursé,la gran mayoría sobre la naturaleza humana. Entre
esas leyes de vida, recuerdo con desdén la Ley de Tarzán. Para quienes no la
conozcan, es aquella que sigue el clásico exnovio patán; aquel que sólo termina
con una novia, una vez que ya tiene 'quereres y entenderes' con otra. El pobre
Tarzán es citado en este contexto por su relación con las lianas, todos sabemos
que el buen hombre, para viajar por la selva con seguridad, solo podía soltar
una liana una vez que hubiera sujetado con firmeza la siguiente. En la
adolescencia (y hasta la fecha, ciertamente) conocí tanto hombres como mujeres
que plicaban la de Tarzán a diestra y siniestra.
Recientemente la vida laboral me ha presentado una instancia
más de la infame Ley de Tarzán, la que aplican los colaboradores que renuncian
de un día para otro. En esas ocasiones veo lo necesario que es, además de las
clases académicas en la universidad, llevar clases de educación laboral. Se que
hay clases sobre como escribir un curriculum, o como ser exitosos en una
entrevista de reclutamiento, pero más allá de como conseguir un trabajo, hay
que educarnos para conservarlo y formarnos para valorar los compromisos. Pues
nada desabalancea más a una organización, del tamaño que sea, que una renuncia
sorpresa. Especialmente cuando formamos parte de un equipo de trabajo. Y no es
que esperemos que la gente permanezca eternamente en una compañía, pero si hay
un tema de planeación de recursos que todas las organizaciones llevan, de una
forma u otra, y que se ve trastocado cuando alguien de la noche a la mañana, y
sin indicios previos, nos 'corta'.
En las relaciones personales, como en las laborales, la
comunicación honesta es esencial. En la medida en que maduremos y aprendamos a
honrar nuestros compromisos y a respetar a quienes han depositado su confianza
en nosotros y nuestro talento, tendremos relaciones más sana.
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