Uno de los procesos más interesantes que
ejecutamos de manera cotidiana es el de alcanzar un objetivo mediante
aproximaciones sucesivas. Esto, que suena muy rimbombante, es realmente muy
sencillo y cotidiano. El caso típico es cuando, desde la comodidad de nuestro
asiento, queremos tirar una bola de papel a la basura. La primera vez que lo
hacemos, difícilmente lo vamos a lograr, pues aunque podemos ser muy buenos
calculando distancias a ojo, así como la fuerza y ángulo que debemos usar para
encestar un papel, hay que añadir el peso, los obstáculos y las corrientes de
aire ocasionales en la oficina. Normalmente, requerimos varios intentos, unos
se pasan, a otros les falta, pero finalmente, si aprendemos de cada evento y
corregimos lo necesario, logramos encestar.
Este proceso lo hacemos también en el
aprendizaje de la cultura familiar. Incluso es un fenómeno clásico de nuestra
formación adolescente. Recordemos cuando empezábamos a salir de fiesta. El
estira y afloja de la hora de llegada y de la cantidad de información que
requerían nuestros padres para darnos permiso, era similar al enceste. Llegar
quince minutos tarde sin avisar podía ser tolerable, igual que extender
permisos hasta una hora avisando, por ejemplo. Pero llegar una hora tarde sin
avisar, nos aseguraba castigo o por lo menos drama familiar. Aún recuerdo la
vergüenza que pasé, cuando mi madre fue a casa de mis amigos una madrugada para
saber porque no había yo llegado a casa, ni llamado. Sólo para descubrir que
yo, en ese mismo instante, estaba tocando la puerta de mi sacrosanto hogar.
Encontrar el justo medio en la relación familiar que nos permitía disfrutar de
una buena pachanga, sin preocupar demasiado a nuestros padres es parte de todas
nuestras historias de vida; y sin duda es un hito en la cultura familiar.
Todos sabemos que en Cuernavaca, la
cultura vial es un desastre. Se desconoce el reglamento de tránsito, o peor
aún, se maneja como si se desconociera. Se ignora la preferencia en las
glorietas, hay autos estacionados en baqueta roja o en doble fila y la cantidad
de eventos por manejo imprudencial se cuenta a montones todos los días. Y lo
que es peor, muchas suceden frente a agentes de tránsito. ¿Cuántas veces no
hemos deseado ante una falta grave, llamar a un agente y pedirle que infraccione
al imprudente?
Esta semana tuve dos experiencias muy
significativas en términos de cultura vial. En una sola semana atestigüé
incidentes que llamaron la atención de agentes de tránsito. Llevo manejando más
de 22 años, nunca había presenciado tal actividad pro-infracciones. Uno de los
incidentes era totalmente justificado, me infraccionaron por usar el celular. Ni
pío dije, el oficial fue sumamente respetuoso, honesto y eficiente. Pagué mi
infracción al día siguiente y aprendí la lección. Sin embargo, un par de días
después un perito de la policía vial, trató de amedrentar a un conductor sin
causa justificada. El perito de la unidad 1288, con gran prepotencia solicitó
documentos sin justificación, amenazó durante varios minutos, trató de
intimidar sin sentido y al ver que no tenía sustento en el reglamento su
alegato, se ocultó detrás del “por esta vez voy dejarle pasar esta falta”, y se
retiró.
Es
necesario reforzar la cultura vial de nuestra ciudad, y para eso, una vía clara
es la correctiva, pero en su justa medida. Esto es, no queremos una ciudad en
la que los agentes de tránsito brillen por su ausencia, pero tampoco podemos
convivir con un batallón de agentes que persigan faltas inexistentes por la
necesidad de cumplir una cuota de infracciones. Espero que pronto encontremos
el justo medio que nos permita dar en el blanco: ni tanto que queme al santo,
ni tanto que no lo alumbre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario