Hace algunos años, tuve la oportunidad de
ir a la ópera con un amigo. Habíamos interactuado por temas de trabajo y
coincidido en un taller de relaciones humanas. Sin embargo, nunca habíamos
tenido oportunidad de platicar sin un objetivo bien definido. El buen hombre, Equis para los cuates, tuvo
la gentileza de pasar por mi para viajar juntos a Bellas Artes y regresarme a
casa. Con un poco de pena, debo reconocer que el viaje fue e-ter-no. La
eternidad reflejada en dos aspectos, el primero, íbamos en dirección
Cuernavaca-DF un domingo de fin de puente. Así que un trayecto de 40 minutos,
nos tomó 2 horas. El segundo, fue la conversación. Resulta que en un afán de
evitar silencios incómodos, Equis pasó todo el trayecto preguntándome mil
cosas. Recuerdo vagamente una referencia a “El Perfume”, a Serrat y… un
sartenazo que recibí cuando hablé del aburrimiento.
Equis me regaló una cápsula de sabiduría,
de esas que duran para siempre. Resulta que su mamá, desde pequeño le inculcó
que “la gente inteligente nunca se aburre”. Cuando me lo contó pensé “Pues yo
he de ser bien bruta, porque me doy unas aburridas…”. Resulta que la solución
materna para las horas de aburrimiento era llevar un libro a todos lados y así,
lograr aprovechar esos espacios en que la mente vaquetonea para complementar nuestra vida con una buena lectura.
Recordé entonces las largas esperas en
coche que viví en mi infancia al lado de mi madre y mi hermano. Solíamos
acompañar a mi papá los fines de semana a “terminar rápido un pendiente en la
oficina” y mi madre, siempre llevaba un libro; mi hermano se entretenía jugando
con un cochecito, un papelito, una varita o lo que fuera; y yo… sufría de
aburrimiento crónico. Hasta que un buen día, copié el hábito de mi madre y
empecé a cargar con libros y revistas, y las esperas se acortaron, mi afición
por la lectura se incrementó y mi vida se transformó. Y recordé también, los eventos que organicé
durante varios años en la UNAM Campus Morelos, donde acudían investigadores y
estudiantes. La gran mayoría de los asistentes llevaban siempre un artículo de
investigación o el borrador de algún documento. Así, mientras esperaban al
inicio del evento, o durante los intermedios, los podías ver leyendo sus
artículos o corrigiendo sus borradores. Muy pocos bostezaban de aburrimiento o
con impaciencia.
Efectivamente,
como bien dicen Equis y su mamá “la gente inteligente nunca se aburre”, y yo
añadiría “porque valora su tiempo y aprovecha al máximo la vida y su paso por
ella”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario