Hace casi
treinta años me gradué como Ingeniera en Sistemas Electrónicos del Tecnológico
de Monterrey, Campus Morelos. Uno de los factores de éxito del Tec viene
de la evaluación constante de sus profesores, al aplicar siempre encuestas al
fin de semestre. La más memorable debe ser le que se aplica a los graduandos
del sistema ITESM, donde piden el nombre de los cinco mejores profesores y de
los cinco peores profesores. A me tocó vivir el la entrada en rigor de la regla
que estipulaba que los profesores debían tener doctorado (o “de perdida” maestría).
Entonces “Pero, ¡si lo doctor no quita lo pe...lmazo!”, se convirtió en lema de
todos (catedráticos y estudiantes) quienes encontrábamos absurda la nueva
regla. Sin embargo, años después al llenar nuestra encuesta caímos en cuenta que
los mejores profesores contaban en su mayoría con posgrados; y entre los peores
profesores la proporción de posgrados era menor. Cuando me tocó prepararme
para obtener el grado de Maestría (y más tarde con el Doctorado), me di cuenta de
cómo, aunque efectivamente el grado no hace inmune a la estupidez ni a la cretinez (justo ahora me vienen a la
mente algunos ejemplos de ambos), sí garantiza que el tienen las habilidades
necesarias para llevar a cabo proyectos de investigación (cada tesis es prueba
de esto); y que se ha pasado por el tamiz del pensamiento científico; la
exposición entre pares y su consecuente crítica, evita posturas absolutistas,
dogmáticas y autoritarias, es decir anti-científicas.
Los que consideramos que entre más cultura científica empape a la
sociedad en general, mejor mundo tendremos, lo creemos por estas razones. El
pensamiento científico nos abre el horizonte, nos permite escuchar al otro,
confrontar nuestras certezas honestamente y discernir los mejores caminos desde
un ámbito tan libre de subjetividades como sea posible (no podemos evitar
enamorarnos de nuestras teorías y enceguecer de amor de vez en cuando, lo
reconozco). En este mundo global, multidisciplinario, donde es tan difícil
demostrar competencias y credenciales que sean evaluadas por colegas de otras
disciplinas, la obtención del grado es una forma de mostrar y demostrar que se
habla el lenguaje de la ciencia y la tecnología. No dice que tan fluido lo
hablamos, o que tan diestros somos en nuestra disciplina, pero sí garantiza un
conjunto mínimo básico del que podemos partir para comunicarnos entre pares.
Creo que el sistema educativo tradicional se beneficiaría muchísimo de un enfoque
más académico. Un estilo que nos permitirá, desde pequeños, confrontar nuestras
certezas, exponer nuestras ideas fluidamente por escrito y estar abiertos a las
críticas y aprender de ellas. Ese concepto es el que nos motiva, a todos los
que nos dedicamos total o parcialmente a las labores de comunicación y
apropiación de la ciencia, para buscar espacios de interacción y promover el
acercamiento a la cultura científica. Y lo hacemos con paciencia infinita y
perseverancia sin fin, como deben emprenderse las grandes causas, aquellas que
le dan sentido a la vida, que son más grandes que nosotros y que al
perseguirlas, nos acercan a la felicidad.
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