sábado, 10 de octubre de 2015

Paciencia, perseverancia y felicidad.

publicado el 10 de octubre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace casi treinta años me gradué como Ingeniera en Sistemas Electrónicos del Tecnológico de Monterrey, Campus Morelos. Uno de los factores de éxito del Tec viene de la evaluación constante de sus profesores, al aplicar siempre encuestas al fin de semestre. La más memorable debe ser le que se aplica a los graduandos del sistema ITESM, donde piden el nombre de los cinco mejores profesores y de los cinco peores profesores. A me tocó vivir el la entrada en rigor de la regla que estipulaba que los profesores debían tener doctorado (o “de perdida” maestría). Entonces “Pero, ¡si lo doctor no quita lo pe...lmazo!”, se convirtió en lema de todos (catedráticos y estudiantes) quienes encontrábamos absurda la nueva regla. Sin embargo, años después al llenar nuestra encuesta caímos en cuenta que los mejores profesores contaban en su mayoría con posgrados; y entre los peores profesores la proporción de posgrados era menor. Cuando me tocó prepararme para obtener el grado de Maestría (y más tarde con el Doctorado), me di cuenta de cómo, aunque efectivamente el grado no hace inmune a la estupidez ni a la cretinez (justo ahora me vienen a la mente algunos ejemplos de ambos), sí garantiza que el tienen las habilidades necesarias para llevar a cabo proyectos de investigación (cada tesis es prueba de esto); y que se ha pasado por el tamiz del pensamiento científico; la exposición entre pares y su consecuente crítica, evita posturas absolutistas, dogmáticas y autoritarias, es decir anti-científicas. 

Los que consideramos que entre más cultura científica empape a la sociedad en general, mejor mundo tendremos, lo creemos por estas razones. El pensamiento científico nos abre el horizonte, nos permite escuchar al otro, confrontar nuestras certezas honestamente y discernir los mejores caminos desde un ámbito tan libre de subjetividades como sea posible (no podemos evitar enamorarnos de nuestras teorías y enceguecer de amor de vez en cuando, lo reconozco). En este mundo global, multidisciplinario, donde es tan difícil demostrar competencias y credenciales que sean evaluadas por colegas de otras disciplinas, la obtención del grado es una forma de mostrar y demostrar que se habla el lenguaje de la ciencia y la tecnología. No dice que tan fluido lo hablamos, o que tan diestros somos en nuestra disciplina, pero sí garantiza un conjunto mínimo básico del que podemos partir para comunicarnos entre pares. Creo que el sistema educativo tradicional se beneficiaría muchísimo de un enfoque más académico. Un estilo que nos permitirá, desde pequeños, confrontar nuestras certezas, exponer nuestras ideas fluidamente por escrito y estar abiertos a las críticas y aprender de ellas. Ese concepto es el que nos motiva, a todos los que nos dedicamos total o parcialmente a las labores de comunicación y apropiación de la ciencia, para buscar espacios de interacción y promover el acercamiento a la cultura científica. Y lo hacemos con paciencia infinita y perseverancia sin fin, como deben emprenderse las grandes causas, aquellas que le dan sentido a la vida, que son más grandes que nosotros y que al perseguirlas, nos acercan a la felicidad.

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