Estoy acostumbrada a tener que aclarar la ortografía y la
fonética de mi nombre, normalmente me cuelgan el “Serrano”. Durante muchos años
atribuí a mi velocidad al hablar el error, y para tratar de evitarlo, procuro
decir mi nombre más lentamente, vocalizando con más cuidado y levantando un
poco más la voz. El resultado sigue siendo el mismo, mi rastro por la vida está
lleno de “Sedano”, “Serrano”, “Cerrano”, “Cedaño” y hasta un “Zedano” me ha
tocado leer. Este lunes fui a una reunión de trabajo. Al llegar a la recepción,
el vigilante muy amablemente pidió que me registrara en la bitácora y
adicionalmente, pidió mi nombre para anunciarme. Le dije “Karla Cedano”, el me
respondió “Karla Cedaño”, y le insistí, “Cedano, con D”. Mientras me
registraba, escuché como él me anunciaba como la “Srita. Karla Cedaño”, y
sonreí. Sonreí por el piropo, a mi edad agradecemos que nos digan “señorita”. y
por mi falta de efectividad en dar a entender mi nombre con claridad. Sin
embargo, a pesar de ese error de interpretación, del otro lado de la línea, la
secretaria entendió quien había llegado y le pidió al vigilante que dejara
pasar a la “Dra. Cedano”.
Si en lugar de un ser humano en ambos extremos de la línea
telefónica, hubiéramos tenido una computadora, no me habría recibido nadie.
Pues la computadora-vigilante insistiría hasta el cansancio en que yo era
“Karla Cedaño” y la computadora-secretaria no podría permitirle el paso a “la
señorita Cedaño (que no tiene cita hoy)”. Nuestro cerebro tiene la capacidad de
completar y complementar información de una manera asombrosa. Con pocos
detalles, inmersos en el contexto, podemos llegar a conclusiones que suelen ser
correctas.
Este proceso se da naturalmente al compartir conocimiento.
Cada vez que compartimos información nuestros interlocutores “ponen de su
cosecha”, es condición humana. Este aporte permite que el paquete de
información se vaya modificando. Cuando se logra compartir conocimiento
efectivamente, logramos mejorar la calidad del paquete de información,
aportamos contexto, utilizamos elementos adicionales (como los registros
escritos, en este caso el de mi cita en agenda por un lado y el de mi visita en
la bitácora por otro) y logramos una transferencia de conocimiento efectiva.
Cuando salí por la puerta principal, el vigilante anotó mi
hora de salida y me despidió con un “que tenga buen día, Srita. Cedano”, y
volví a sonreír.
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