¿Por qué añadir “sustentabilidad” a un programa de
desarrollo? Porque tal cómo la anécdota popular nos relata, si el campesino
vende toda su semilla a las primeras de cambio (sin guardar un poco para la
siguiente siembra y su posterior cosecha), luego ¿qué vende? Tal pareciera que
entre más importante es la decisión de ¿a dónde dirigir las inversiones?, más
se omite la consideración de ¿y luego que venderemos? De tal forma que, en lo
local devastamos poco a poco a nuestro entorno. Estamos despojando a las
ciudades, de aquello que les confería valor. En un intento desesperado por
generar recursos, por “hacer la mayor cantidad de dinero posible” hemos
omitido, por años, el cálculo de lo que estos proyectos de “desarrollo
económico” le cuestan a la comunidad que pretenden beneficiar. Es precisamente
en el marco del desarrollo sustentable, donde estos costos se hacen explícitos
y se comprende de manera integral lo que un proyecto genera, y contra que lo
genera. Citando a Víctor Urquidi, entendemos que el desarrollo sustentable “es
aquel que se lleva a cabo sin comprometer la capacidad de las generaciones
futuras para satisfacer sus propias necesidades… y está implícita la preocupación
por la igualdad social dentro de cada generación.” O parafraseando a Manuel
Martínez, el desarrollo sustentable es “alcanzar el bienestar de las personas
al considerar simultáneamente aspectos sociales, económicos, ambientales e
institucionales, y también tomar en cuenta a las generaciones futuras y a los
más desprotegidos del presente.”
Anteriormente, al problema que plantea el crecimiento de la
población y su necesidad de espacios dignos de vivienda, respondíamos con soluciones
que dañaban los recursos naturales, agravando la problemática urbana. Esta
tradición de tapar huecos cavando hoyos en otro lado, sólo puede atacarse desde
la innovación y la creatividad. Requerimos de proyectos innovadores con una
visión sustentable, cuyos horizontes se extiendan no a los siguientes 3 ó 6
años, sino que abarquen espectros integrales tres o cuatro veces más largos
(entre más, mejor). Es más, hay que lograr proyectos incluyentes donde se
busque beneficiar a la población involucrada, no con un enfoque asistencial, sino
con un enfoque de desarrollo comunitario, de respeto e igualdad social. Para
alcanzar un desarrollo sustentable, necesitamos antes que cualquier otra cosa,
entender nuestro entorno, conocer nuestros recursos, tener una clara conciencia
de cuál es la realidad de nuestro entorno y trabajar con ella.
El gran patrimonio natural de Morelos es su clima, en
particular, el de Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera. Este clima no
es gratuito, se debe a la geografía de nuestra entidad, a la disposición de las
barrancas, a la vegetación de la reserva del Chichinautzin, a contar con
grandes extensiones de tierra permeables al agua de lluvia, que renuevan
nuestros mantos acuíferos por un lado y le dan esa saludable combinación de
lluvia nocturna a nuestra ciudad en la época más calurosa del año. Es sentido
común (que como dijera H. Greele, a veces parece ser “el menos común de los
sentidos”), cuidar este patrimonio climático. Además, Morelos cuenta con otro
patrimonio, desafortunadamente no tan conocido como el clima, pero que tiene la
capacidad de lograr que Morelos un estado de primer mundo: su patrimonio
científico-tecnológico.
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