Conforme se acercan los cierres de etapa (semestre,
trimestre, año), a todo lo largo y ancho de la organización a la que
pertenecemos se nos avisa que hay que hacer la planeación de la próxima etapa.
Esta planeación suele ir acompañada del presupuesto operativo y es deseable que
también de un conjunto de indicadores y metas que cumplir. Podemos medir la
antigüedad en el cargo de un administrador como inversamente proporcional al
grado de ilusión que le provoca hacer este proceso. El nuevo administrador, aquel
"afortunado" que recién ha recibido un puesto administrativo, ve la
oportunidad de transformar su área, demostrar que la alta dirección hizo bien
en darle esa oportunidad. Y emulando su infancia, arma una carta a Santa Claus
(o los Reyes, o el Niño Jesús, o...) y se explaya costeando los proyectos que
transformarán su área, y por ende el futuro de la organización.
Un buen administrador, novato o experimentado, además plantea
estrategias para conseguir el presupuesto que requiere. Un administrador
mediocre, suele esperar que el presupuesto llegue de algún lado, y si no llega,
recorta conforme se vaya acabando el recurso en el peor de los casos, o hace un
recorte de aquello que puede ser prescindible, en el mejor.
Tenemos la gran oportunidad de elegir administradores
públicos en un solo unos días. Quienes
apliquen principios de planeación prospectiva, regional y operativa y se basen
en ciencia y tecnología administrativa son el tipo de funcionarios que nos
mostrarán, desde campaña su capacidad de gestionar con efectividad y eficiencia
los recursos e infraestructura municipal.
Aspiremos
a los innovadores, que dejen la mediocridad para otros, y se enfoquen en
diseñar estrategias novedosas para mejorar la calidad de vida de los
morelenses.
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