jueves, 27 de noviembre de 2014

Decisiones grupales

publicado el 27 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Una de las prácticas que más trabajo me costaron como estudiante fue aprender a trabajar en equipo. Por un lado, mi timidez eterna me impedía disfrutar de una reunión relajada con mis compañeros. Así que en lugar de anticipar las reuniones de equipo como pretexto para ir casa de mis cuates a pachanguear, las sufría. Por otro lado, tener que someter todas las decisiones sobre el trabajo a la opinión de los demás, cuando yo era la menos popular, me caía gordísimo. Ser tímida y poco popular me aseguraba perder las votaciones en todo: tema del trabajo, asignaciones de tareas, casa de reunión y hasta la comida que disfrutaríamos en los descansos. Total, yo cada vez que los maestros nos salían con “este trabajo es en equipo”, sentía unas ganas de llorar espantosas, segura de que pasaría un calvario haciendo lo que otros quisieran y pasando vergüenzas ajenas-propias con nuestros resultados.
Curiosamente, conforme pasó el tiempo, aunque siguió mi aversión a trabajar en equipo, fui aprendiendo a hacerlo mejor. Aprendí, junto con mis compañeros, que debíamos vencer la timidez para tratar de exponer nuestros puntos de vista, sustentarlos y defenderlos. En consecuencia, el comportamiento grupal fue cambiando, de votaciones unánimes motivadas por la popularidad o la autoridad de quien proponía los temas a decidir, fuimos avanzando a consensos, donde se tomaban decisiones de acuerdo a quienes expusieran los mejores argumentos y tuvieran la capacidad de convencer a más personas. Esto nos enseñó a todos a disfrutar y padecer las decisiones grupales, a abrirnos a la opinión de otros y a negociar. Nos costó más aprender otra cosa, la corresponsabilidad sobre los resultados. Una buena calificación era más fácil de compartir, ahí nos felicitábamos todos y a veces hasta dábamos crédito adicional a quienes habían propuesto tal o cual idea. Sin embargo, un mal resultado no es tan fácil compartirlo. La primera reacción suele ser voltear y buscar culpables, ¿quiénes propusieron tal barrabasada? Y ahí es donde la mayor lección se aprende. También somos corresponsables de las malas decisiones, y por eso, es necesario contar con información de calidad, escuchar con atención y apertura las alternativas presentadas, ser críticos también con nuestros puntos de vista, confrontar nuestras certezas y así, elegir responsablemente como miembros de un equipo, lo mejor para el grupo.
Este lunes tuve la oportunidad de compartir un par de horas con un grupo de universitarios, participativos, responsables e interesados en mejorar su entorno. Escuchar su respeto por los cuerpos colegiados, por los procesos de decisión grupal y su claridad sobre la importancia de sus decisiones individuales para mejorar su comunidad fue una gratísima forma de iniciar la semana.
Trabajar en equipo es necesario y tener la madurez para hacerlo responsablemente es garantía de que juntos podemos construir el México que queremos. 

jueves, 20 de noviembre de 2014

La importancia de llamarse Maestro

publicado el 20 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Este fin de semana asistí a una reunión de exalumnos de la prepa. Aprovechamos la ocasión, además de para ponernos al día, para empezar la organización de la reunión de nuestros 30 años, que será el verano próximo. Además de volver a ver al grupo con que compartí dos años de mi vida, es muy interesante conocer lo que cada uno decidimos sobre nuestras elecciones vocacionales y posteriormente profesionales. Y, más ilustrador aún, es escuchar las razones que motivaron esas elecciones, con la distancia de los años y la franqueza que da el habernos conocido en esos años formativos.
Prácticamente todos coincidimos en que nos hizo falta más orientación vocacional. Más de la mitad confesamos haber elegido carrera por motivos circunstanciales. Desde, “mis papás no me dejaban salir a otro estado, así que estudié lo menos terrible”, hasta “en la prepa me gustaban las matemáticas, así que me seguí con Ingeniería”. La mayoría nos dedicamos hoy día a actividades profesionales que nos gustan, aunque no coinciden del todo con aquello para lo que estudiamos “de niños”. El factor común que todos compartimos es el haber orientado decisiones vocacionales o profesionales gracias a nuestros profesores. Sin duda, la actividad que más disfrutamos durante la reunión fue el relato de las anécdotas donde tal o cual profesor nos inspiró, nos educó, nos formó, o incluso, hasta nos castigó.
El proceso formativo es una experiencia de vida, no basta concebirlo únicamente en términos de competencias laborales. La transferencia de conocimiento entre educador y educando abarca tanto el conocimiento explícito que vemos en el pizarrón, los libros, o nuestros apuntes; como el conocimiento tácito, que es el que percibimos durante las clases. El entusiasmo, la seguridad, la pasión por un tema o una lección, se contagian y provocan una retroalimentación positiva en el ambiente educativo. Esto es, maestros excelentes, forma estudiantes comprometidos y ellos a su vez, entusiasman a esos maestros y los impulsan en la búsqueda de mejores experiencias de aprendizaje. Estudiantes exitosos, comprometidos y con visión de futuro transforman sociedades; impulsan grandes cambios y colaboran activamente en la difusión del conocimiento. Compartir conocimiento nos enriquece, nos alimenta y fortalece nuestros vínculos con el entorno.

He tenido la fortuna de dar clase y tengo anécdotas extraordinarias de alumnos igualmente extraordinarios, mi hija entre ellos. Pude compartir con propios y extraños mi pasión por la lógica y las matemáticas. Tal vez no inspiré a ningún estudiante; pero todos me inspiraron e inspiran a mí. En ese sentido, tienen un lugar junto con mis profesores y formadores de vida. Todos ellos han sido Maestros que me muestran el camino en los tiempos confusos.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Morelos de Petri

publicado el 13 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace casi 12 años durante una Semana Nacional de Ciencia y Tecnología, vi en una de las exhibiciones un despliegue de cajas de Petri que mostraba a los pequeños distintos cultivos “caseros”. Esto es, los investigadores habían tomado muestra de ambientes diversos en sus casas: el baño, la cocina, y habían impregnado cajas de Petri con esas muestras. Esto les permitió al cabo de unos días mostrar colonias de bacterias distintas, tanto en forma y color como en cantidad. La muestra me gustó tanto, que estuve persiguiendo a Irma Vichido, el enlace con la comunidad académica del Instituto de Biotecnología, para que me consiguiera unas cajitas de Petri preparadas para cultivos de bacterias y hongos. A los pocos días estuvieron listas y corrí a recogerlas, moríamos de ganas en la oficina por jugar con ellas. Así, un grupo de serios profesionistas, equipados con hisopos, cajas de Petri y masking tape (para etiquetar las cajas), nos dimos a la tarea de tomar muestras de lo que se nos ocurriera. Uno de nosotros tenía tos y le pedimos que tosiera sobre una caja, y adicionalmente, un colega sano hizo lo mismo; en el baño, tomamos muestras del lavabo, el excusado, y el tapete de la entrada. También tomamos muestras de la palma de nuestras manos, antes y después de lavarlas.
Los resultados fueron divertidos y fascinantes. Corroboramos la importancia de lavarnos las manos; de asear adecuadamente los baños, pasando de zonas grises (lavabos y regaderas) a zonas negras (excusados) y no al revés; y fuimos conscientes mucho antes de la crisis de influenza en México, de la importancia de cubrir nuestra boca al toser o estornudar. Las cajas de Petri, al contener material que fomenta el crecimiento acelerado de microorganismos, son un ambiente demostrativo ideal. Hay condiciones ideales para visualización (son transparentes), aislamiento (están bien cerradas para evitar que entre algo más que lo depositado a propósito), y crecimiento (se preparan con “alimento” idóneo para lo que esperamos cultivar).

De manera similar a lo que sucede en una caja de Petri, en Morelos se está dando un fenómeno social muy interesante, desde el punto de vista de los ecosistemas de innovación. Aquí, contamos por un lado con el mayor número de investigadores per cápita, y en los últimos años se han ido provocando condiciones que fomentan la vinculación de esta maravillosa comunidad académica con el resto de la sociedad. Hoy Morelos ya es ejemplo nacional en temas de comunicación pública de la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) y en productividad e impacto científico. Desde el 2000 se ha ido madurando la gestión de la  CTI y recientemente, hemos podido atestiguar el surgimiento de exitosas Oficinas de Transferencia de Conocimiento que tienden puentes efectivos entre sector industrial y académico. Nuestro estado tiene condiciones ideales para la generación de innovación basada en ciencia y estamos viendo, día con día, como estas condiciones multiplican el impacto de lo que el sector generador de conocimiento (centros de investigación y universidades) tiene. Aún falta mucho por hacer, pero visualizar lo que está sucediendo en Morelos como un ecosistema de innovación es esperanzador, fascinante y sí, nos permite pensar en que otro mundo es posible.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Fortaleciendo el puente

publicado el 07 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Soy de las que prefiere ver las películas o series en su idioma original, especialmente cuando este es inglés, y subtituladas. Por un lado son un excelente pretexto para practicar aquellas clases de inglés que tomamos en la primaria o secundaria y además, es muy divertido ver las discrepancias entre lo dicho originalmente y lo traducido.
Cuando pienso en errores de traducción recuerdo el caso de una de mis maestras de inglés en la secundaria, Elisa. Ella había vivido desde su nacimiento en Portland y uno de sus abuelos era mexicano, pero nadie en su casa hablaba español. Por esa razón, ella decidió estudiarlo durante la carrera. Unos años después se hizo novia de un mexicano y nos contaba que, cuando fue a conocer a sus suegros, que sólo hablaban español, se sentía muy insegura al hablar. Tanto, que su cuñada le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Te sientes incómoda?” Y ella, con un perfecto acento latino contestó sonrojada, “es que me siento embarazada.” Toda la familia política entró en shock y cuchicheaban entre sí, escandalizados por el embarazo recién descubierto. Cuando el novio sorprendido le preguntó: “Are you pregnant?” (“¿Estás embarazada?” en inglés). Ella se sonrojó aún más y gritó, “no, no, I’m embarrassed!” (“no, no, ¡estoy apenada!).

En la labor que hacemos como puentes entre empresarios y académicos, estos errores de traducción son el pan nuestro de cada día. Y si a esto añadimos que entre los líderes académicos y los tomadores de decisiones empresariales suele haber una cadena de personas que reciben y emiten mensajes entre un extremo y otro, la cosa se complica (quién no ha jugado “teléfono descompuesto”). Por esta razón necesitamos estar conscientes de la importancia de, no sólo tender puentes entre Empresa y Academia, sino más importante aún de fortalecerlos y dotarlos de las herramientas necesarias para, con perseverancia y paciencia, lograr que los trayectos entre la generación y aplicación del conocimiento se concreten exitosamente de ida y vuelta.