jueves, 26 de diciembre de 2013

Los Ángeles vs. Cuernavaca

publicado el 26 de diciembre de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Una de las actividades que más he disfrutado en mi vida profesional, y que más extraño, es dar clases; en especial enseñar matemáticas a alumnos de administración y ciencias sociales. Y no, sadomasoquista no soy, simplemente es un deleite ser testigo de cómo la integración del pensamiento abstracto forma mejores estudiantes. Contra la creencia común, aprender matemáticas nada tiene que ver con memorizar las tablas de multiplicar, o las fórmulas trigonométricas; se trata de aprender lógica y ejercitar el pensamiento abstracto. El pensamiento matemático nos permite generalizar conceptos y luego aplicarlos a casos particulares, apreciar diferencias, hacernos preguntas y eventualmente encontrar respuestas.
Hace unos días, me reencontré con uno de mis mejores alumnos de Álgebra Remedial, hoy Licenciado en Sistemas de Computación Administrativa. Durante la charla me consultó una duda sobre la gravedad en la Tierra, su incredulidad de que fuese la misma en toda superficie terrestre y por lo tanto, el hecho de que la misma persona pesara lo mismo en el Polo Norte o en Costa Rica. ¿De dónde surgió la duda? De saber que en las estaciones espaciales, se puede simular el efecto de la gravedad, con la fuerza centrífuga provocada al rotar sobre su eje (hecho muy divulgado en noticias, televisión y hasta películas). Este mismo hecho, al aplicarlo a la superficie terrestre, nos lleva a pensar que, dado el fenómeno de rotación de la tierra (el de dar vueltas alrededor de su propio eje) la fuerza centrífuga debería “expulsar” a las personas con más fuerza hacia fuera de la tierra en el Ecuador, que en los Polos. Entonces, la fuerza de atracción que nos jala hacia el centro de la Tierra, debería ser mayor conforme nos alejamos del Ecuador. Este razonamiento, basado sólo en principios sencillos, la observación y la generalización, gana validez al consultar fuentes especializadas. Resulta que todo lo supuesto, es cierto, no sólo en el aspecto teórico, sino en las mediciones experimentales. Dado que el peso de una cosa o persona en la Tierra, depende de su masa y de la fuerza con que esta es atraída por la Tierra (gravedad), pesamos menos en el Ecuador que en los Polos.
Si alguna vez se habían preguntado sobre las ventajas de vivir en Cuernavaca, en lugar de en Los Ángeles, además del clima excepcional y la importancia de nuestra comunidad científica, debo confesar que pesar 0.17% menos aquí que allá, es una muy buena razón, aunque sea sólo por vanidad.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Poniendo por escrito…

publicado el 19  de diciembre de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Durante años, cuando me preguntaban por mi comida favorita respondía invariablemente: “albóndigas”. Las he comido rellenas de queso, de huevo cocido, de arroz, sin relleno, en caldillo de jitomate, de chipotle, de tomate verde, con espagueti, con clavo (¡guácala!), pequeñitas, grandotas, de res, de pollo y hasta de cerdo. Pero ningunas tan ricas como las que hacen las mujeres de mi familia. Sé que tanto mi madre como yo aprendimos a hacerlas por imitación. Ambas ayudamos en nuestras respectivas infancias a su madre (mi abuela). Las recetas de mi abuelita Lola, son parte del acervo culinario familiar. El conocimiento se transmitió por socialización; es decir, sin que hubiera una receta o un manual de por medio, como gran parte de las recetas familiares. Por esta razón, sé que las albóndigas de Lola, las de Graciela y las de Karla, son distintas. Muy parecidas, del mismo tamaño inclusive, con elementos comunes y sabores familiares, pero cada una de nosotras le hemos dado nuestro toque personal.
Este domingo platicaba con mi hija Karla, sobre su receta para hacer brownies (que le quedan buenísimos), y de cómo, a pesar de haberle pasado la receta escrita a una amiga suya, a la pobre mujer le quedaron “no tan buenos”. Una transferencia efectiva de conocimiento requiere tanto de compartir lo tácito, como lo explícito. Si mi madre y yo conserváramos el recetario de mi abuelita, estoy segura que lograríamos emular sus albóndigas a la perfección.
Este año he interactuado con la comunidad de la Universidad Tecnológica del Sur del Estado de Morelos (UTSEM). Con gran gusto he podido ver como su cuerpo docente comparte una cultura académica integral, técnicamente sólida y ética. En este primer año de vida, la UTSEM no sólo ha logrado homologar la cultura educativa de su comunidad mediante la convivencia, compartiendo conocimiento tácito; sino que, de manera muy destacable, decidieron institucionalizar el conocimiento, al explicitarlo en documentos de dominio público.
Contar con documentos de referencia en nuestras instituciones educativas, además de compartir una cultura de manera cotidiana, asegura un crecimiento continuo, bien cimentado y orientado. Entender la importancia de generar estos documentos desde los primeros meses de vida de una universidad, es muestra clara de una actitud científica y crítica. ¡Felicidades a la comunidad UTSEM por esta iniciativa!

jueves, 12 de diciembre de 2013

Aunque Ud. no lo crea…

publicado el 12  de diciembre de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Cuando era niña, entre los programas de televisión más populares estaba el de “Ripley, aunque Ud. no lo crea…”. En él se exponían hechos, personajes y situaciones “peculiares” de todo tipo. Eran tan peculiares e inverosímiles que se ganaban bien la incredulidad del título. Recuerdo bien que varios compañeros pasábamos medio recreo discutiendo, crédulos vs. incrédulos, sobre la veracidad de los sucesos.
Cuando empecé a conocer a la comunidad científico-tecnológica de Morelos, me di cuenta del gran tesoro que tenemos en nuestro estado. Contamos con la mayor concentración de científicos per cápita del país, responsables del 10% de la producción científica de México. Esto es, no sólo son muchos, sino que son muy buenos. Y por si fuera poco, la comunidad académica es tan diversa, que se estudian desde las matemáticas, hasta las humanidades, pasando por todas las áreas de las ciencias. Además, es una comunidad que está organizada interinstitucionalmente en tres Academias, la de Ciencias, la de Ingeniería y la de Ciencias Sociales y Humanidades; y estas Academias a su vez, colaboran entre sí y se organizan para colaborar con gobierno, empresa y sociedad.
Durante los últimos 20 años, esta comunidad científico-tecnológica ha buscado y encontrado alternativas creativas para apoyar el desarrollo sustentable de Morelos. Sin duda este es un capital fundamental para lograr construir la sociedad a la que aspiramos. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos que tantos han emprendido, y siguen emprendiendo, para integrar este capital a diversas áreas de desarrollo en el estado, todavía hay un gran desconocimiento de esta fortaleza. Sólo hay que consultar los medios de comunicación locales, prensa, radio y televisión, para ver que todos los días hay contribuciones de la comunidad académica a la sociedad. Ya sea en proyectos específicos con el sector industrial, como en propuestas concretas de políticas públicas, o en posturas académicas ante problemáticas cotidianas como la minería a tajo abierto, el cambio climático, la contaminación ambiental o el dengue.

Morelos cuenta con el activo más valioso en esta era del conocimiento, una comunidad académica sólida, involucrada, colaborativa y dispuesta a invertir en la generación de proyectos, programas y políticas. Si alguna entidad federativa puede ser ejemplo nacional de lo que la Ciencia, la Tecnología y la Innovación pueden hacer por México, es Morelos… aunque Ud. no lo crea.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Sin excusas, ni pretextos

publicado el 5  de diciembre de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Sabemos que innovar, no es solamente hacer cosas nuevas. La innovación es un proceso que conjuga necesariamente, la detección de oportunidades en los mercados, las capacidades de la organización, la generación de novedades y la aceptación de los clientes. Es bien conocida la frase “innovar o morir”, especialmente en los círculos empresariales, donde la competencia es tan intensa que sólo aquellas empresas innovadoras sobreviven. Sin embargo, tomar la decisión de asignar recursos para invertir en innovación no es fácil, especialmente en épocas de crisis económicas. Y en México, siempre estamos atravesando algún tipo de crisis. Entonces, a pesar de que invertir en innovación es necesario y por lo tanto importante; los temas urgentes, como el pago de la nómina, los impuestos, o la disminución en los ingresos, son prioritarios y acaparan recursos y atención.

Afortunadamente, desde hace algunos años, el Gobierno Federal ha estado buscando alternativas que promuevan y acompañen a los empresarios en la aventura de la innovación. En particular, el CONACyT ha generado distintos programas que fomentan la inversión en innovación tecnológica mexicana. Uno de esos programas se ha concentrado en promover la formación de Oficinas de Transferencia de Conocimiento (OTC) que fomenten la cultura de innovación en la sociedad, acompañen a las empresas en el diagnóstico de oportunidades de innovación y, para cerrar el círculo, asesoren a la industria en la formulación de proyectos tecnológicos mediante alianzas estratégicas con Centros de Investigación y Universidades. Adicionalmente, CONACyT acompaña económicamente a estas empresas interesadas en la innovación tecnológica mexicana, con recursos económicos. Esto es, comparte el riesgo peso a peso con el empresariado mexicano, a cambio exclusivamente, de que la inversión en sea en conocimiento nacional. En este sentido, recordemos que Morelos cuenta con un capital científico-tecnológico envidiable; produce más del 10% de la ciencia mexicana y lo hace en prácticamente todas las áreas de conocimiento.

Nuestra industria morelense necesita integrarse a la cultura de innovación. Nuestra comunidad académica tiene la capacidad para proponer soluciones novedosas a la problemática empresarial. Y además, cuenta con un importante acervo de invenciones científico-tecnológicas, que “sólo” requieren de un aliado empresarial para continuar su evolución y traducirse en desarrollos tecnológicos innovadores. Por si fuera poco, tenemos dos OTC certificadas por CONACyT, capaces de asesorar y acompañar la generación y gestión de innovación tecnológica en el sector empresarial. Y, finalmente, existen los programas destinados a acompañar la inversión en CTI.


Ya no hay pero que valga. Felizmente, se han acabado las excusas y los pretextos que durante años han sido común denominador ante la falta de inversión en innovación tecnológica en México.