sábado, 12 de diciembre de 2015

Del “gracias” al agradecimiento

publicado el 12 de diciembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Por razones diversas crecí en una familia de pocas palabras. Por ejemplo, durante mi infancia temprana todos comíamos juntos, pero no hacíamos sobremesa. Viví en una familia a la usanza de entonces, sin gritos ni parloteos innecesarios. “Por favor”, “gracias”, “salud”, y “provecho”, no eran palabras de uso común, pues con un buen tono y sonrisa un “¿me pasas la salsa?”, era recompensando por un gesto de asentimiento y una sonrisa agradecida, sin más que decir. De igual forma, un estornudo era más fácil que recibiera un pañuelo desechable, que se recibía con un gran gesto de gratitud. Viví, crecí y me formé en un entorno donde las acciones y los modos eran los indicadores de nuestro ánimo. Y eso sí, ¡pobre de aquél que pidiera o diera algo de mal modo! El castigo era seguro y contundente,
Como es de esperarse, mi integración al mundo real fue de incómoda a dolorosa por esta razón. Desde compañeros que ignoraban cualquier petición mía por no ir rematada con el clásico “¿por favor?”, hasta algún ex marido que se daba gusto recalcándome en voz alta y de mala gana la frase de cortesía que yo hubiera omitido en tal o cual circunstancia. Su violencia verbal y de actitud era el castigo a mi omisión verbal.
Entendí con los años que, aunque lo trascendente de la cortesía es el aplicarla y no sólo platicarla, es importante entender que las reglas sociales requieren de una expresión verbal que acompañe el gesto amable, o el acto solidario. Si en el mundo debiéramos elegir entre hacer o decir, definitivamente es mejor hacer que decir; felizmente, el bien-hacer no excluye el bien-decir, lo complementa bellamente. Y la ventaja de explicitar la actitud o intención es que transfiere con mayor precisión lo contundente de nuestra conducta. Para transferir información de manera efectiva, necesitamos hacerlo de manera explícita y tácita, hasta en lo cotidiano.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Quitemos las intermitentes

publicado el 05 de diciembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Es muy frecuente que cuando transitamos con nuestro auto en la ciudad, nos topemos con conductores que se estacionan donde está prohibido y ponen sus luces intermitentes de emergencia, mientras esperan que alguien suba o baje del vehículo. Esta mala costumbre la tienen los conductores de transporte público y privado por igual. Más de una ocasión, he usado el claxon óptico (prender un instante las luces altas), o hasta el claxon normal, solicitando al conductor se mueva. La respuesta siempre es la misma, con distintos grados de indignación se ofenden, me señalan que tienen las intermitentes y me increpan a esperar, a darles la vuelta (invadiendo el carril del sentido opuesto) o, burlonamente, me sugieren que “los salte”. Lo más curioso del tema es que los infractores, estacionados donde no deben, se sienten amparados por “poner las intermitentes de emergencia”.  A menos de que yo tenga la suerte de siempre ir tras de un cardiólogo, un infartado o una parturienta, claro es que el término “emergencia” lo usamos para solapar nuestra falta de educación vial.
Pareciera que la existencia de las luces intermitentes nos dan permiso de “portarnos mal”. Me imagino un ladrón, tomando lo que no es suyo, pero eso sí, poniendo sus intermitentes como diciendo: “sí, estoy cometiendo una ilegalidad, pero te estoy avisando, así que sigue tu camino y me des lata, que estoy en lo mío”. O peor aún, a un padre golpeador, utilizando violencia física con sus hijos diciendo: “yo les dije que llegué enojado, así que ‘sobre advertencia no hay engaño’”. Y lo que es frecuente también es ver niños pequeños haciendo destrozo y medio, con padres que poniendo sus intermitentes nos dicen “son niños, se entiende que sean así, ya se comportarán mejor cuando sean grandes”. Consultando distintos reglamentos de tránsito y manuales de conducción reforcé el concepto que me inculcaron en mis clases de manejo, hace más de 30 años: Las luces intermitentes de emergencia se deben utilizar solamente cuando nuestro auto está averiado y está imposibilitado para transitar, son una herramienta de seguridad vial, que notifica a otros conductores del peligro inminente inevitable que representa nuestra unidad parada en un lugar indebido.

Tristemente, esta tolerancia mal enfocada a la ilegalidad nos tiene sufriendo las consecuencias de años de permitir que unos y otros pongamos pretextos que justifiquen mal comportamiento cívico, ciudadano y comunitario. Eso sí, echamos aguas siempre, poniendo las intermitentes al decir “pues yo no voté por fulano, así que no hago caso a sus políticas y reglamentos”, o “es una regla absurda así que yo no la sigo”, o incluso “todos los demás lo hacen, ¿yo porque debo seguir la norma?”.

Dejemos de usar la intermitentes para solapar nuestra falta de educación cívica, comunitaria y vial. Pensemos en cómo afecta nuestro comportamiento a los otros, y seamos más conscientes del impacto de nuestras acciones. Un comportamiento individual dentro de la legalidad logrará transformar a nuestra sociedad mucho más rápido que el parpadeo de los flashers. Y esto sólo depende de cada uno de nosotros.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Qué tanto es tantito

publicado el 14 de Noviembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Cuando mi hija cumplió 6 años, le armamos gran fiesta con sus compañeros de la Preprimaria. Entre los preparativos, encontré una piñata, más grande que ella, de Anastasia, la heroína de la película animada de moda en ese momento. Teníamos escondida la piñata para que fuera la gran sorpresa y no se la mostramos si no hasta el gran día. Y… tremendo drama se fue armando. Resulta que le gustó tanto la Anastasia “tamaño natural” que la abrazaba, y así vacía, la llevaba de un lado para otro. Hasta ahí todos en casa estábamos felices, felicitándonos por haber comprado LA piñata. El drama se desató cuando me acerqué con el cuchillo más filoso de la cocina para abrir la nuca de Anastasia y llenarla de dulces y chocolates, chicles y cacahuates. Karlita lloró, pataleó, suplicó por la integridad de su muñeca (a esas alturas ya había dejado de ser una simple piñata para ella). Entonces le expliqué a mi princesa, que siempre ha sido de diente dulce, que necesitaba abrir un hueco para rellenar la piñata, pues sus amigos llegarían en unos minutos para romperla con ella… Todavía cierro los ojos cuando recuerdo el llanto de mi pobre bebé, suplicando que no le pegáramos a Anastasia. Mis papás, chapados a la antigua, ya murmuraban por detrás de mí sobre mi falta de autoridad y de cómo si la castigara y mandara al rincón, tendrían una nieta más moderada y menos dramática. Lejos de enviarla al rincón y preparar a su Anastasia al sacrificio, abracé a mi hija y fui a comprarle otra piñata, “más piñata”, también de Anastasia, pero esa sí, para romper en su fiesta. Así, resolvimos el conflicto, piñata de adorno para jugar como muñeca (un éxito entre las niñas asistentes al pachangón) y una piñata menos “nice” rellena de dulces para darle y darle y no perder el tino. Entonces entendí lo importante que son las piñatas, y los símbolos, para nuestra concepción del mundo.
Hace unos días, en el centro de Cuernavaca, mientras esperaba en un alto, volteé a una tienda de piñatas y vi varias, entre ellas una Bella con su vestido ampón amarillo que me recordó aquellas fiestas infantiles. Con gran tristeza y una gota de angustia vi al lado la piñata de una bailarina de tubo, con todo y tubo. Lo primero que pensé fue “por favor, que esa no sea la piñata de una fiesta infantil”, de ahí la tristeza. Acto seguido cruzó por mi mente la imagen un grupo de hombres adultos, en una despedida de solteros, golpeando con energía a esta piñata en particular, de ahí la angustia.
Estoy convencida de que la violencia de género no es cosa de juego. También creo que necesitamos con urgencia concientizar a todos los seres humanos de lo importante que es respetar la integridad física, emocional, mental de todas las personas. Y aunque a veces siento que “nos azotamos” cuando nos ofendemos por los chistes sexistas; al ver las letras de canciones que promueven la violencia y el maltrato, o que el entretenimiento de fiesta (aun asiendo una tradición tan mexicana como pegarle a la piñata) se tergiversa de tal forma que, independientemente del contexto, valida el concepto de golpear a una mujer, sólo puedo pensar “¿qué tanto es tantito?” Creo que promover la discusión del tema, hablarlo abiertamente con distintas personas, explicitar que la violencia no es aceptable en ninguna forma y que necesitamos promover en su lugar la tolerancia y el respeto a los otros, nos permitirá alcanzar ese otro mundo al que aspiramos, donde todos gocemos de libertad plena para elegir el rumbo de nuestras vidas.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Lágrimas para el planeta

publicado el 07 de Noviembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Cuando mi madre va a mi casa procura, por el bien de todos, no abrir cajones ni puertas porque ya sabe es probable que detrás de alguna encontrará cajas con botellas de vidrio, plástico, tetrapack y latas todo debidamente lavado y ordenado. “No son para lavar los platos pero la basura sí" y "ustedes y su obsesión con guardar la basura" son cantaletas de las que no podemos escapar cuando ve que en lugar de poner los empaques en el cesto los lavamos, comprimimos y guardamos en la alacena para luego llevarlos al Centro de acopio.
Ese afán de guardar los residuos sólidos (mal llamados basura) nos ha hecho a todos más conscientes del ciclo de vida de lo que consumimos. Desde que lo hacemos hemos disminuido la cantidad de residuos que producimos en casa. Ahora, ya sea por no querer tener pilas de envases vacíos o por una preocupación genuina por lo que sucede con las cosas una vez que nos dejan de ser de utilidad, ir al súper en familia se ha vuelto una odisea. Podemos pasar horas debatiendo sobre productos para tratar de encontrar la opción más sustentable; revisamos dónde se produce, quién lo produce y qué materiales se utilizan, sacrificando muchas veces antojos y caprichos para como dice mi hija "no hacer llorar al planeta". Es decir pensamos en el ciclo de vida de las cosas (de la producción hasta el desecho) antes de decidir si adquirirlas.
Ser un consimidor responsable no está solamente en comprar productos "verdes" o a productores locales, está en ser consumidores que piensen críticamente sobre lo que adquieren y los costos que esto implica. En Morelos producimos un estimado de 1405 toneladas diarias de basura de las cuales sólo el 5% es separada para su reciclaje. El resto representa un desgaste económico y ambiental importante. Por una parte en Mexico depositar una tonelada en tiraderos a cielo abierto o rellenos sanitarios tiene un costo aproximado de 360 pesos, esto sin tomar en cuenta los costos de traslado. Y por otra las emisiones de metano (segundo gas responsable del efecto invernadero) que surgen de estos métodos de disposición representan el 16% del total de la producción en México.

Cada vez nos preguntamos más de dónde vienen los productos que consumimos. Habría también que preguntarnos ¿A dónde van?

viernes, 23 de octubre de 2015

Infraestructura inteligente

publicado el 23 de octubre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace un par de años (o tal vez un poco más, la memoria es medio imprecisa para medir distancias temporales), escuchaba en el noticiero de Carmen Aristegui una entrevista con Santiago Creel. Recién había pasado el tema de la feria del libro y Peña Nieto y por supuesto que "sin querer queriendo" ambos cayeron en el lugar común y tocaron el tema de "¿qué libros lees?". Santiago comentó que en ese momento entre lo que estaba leyendo, se encontraban tres biografías de distintos personajes o momentos políticos, entre ellos la de Franklin D. Roosevelt. Entonces relató como Roosevelt para mejorar la economía generó esta estrategia de empleo que consistió en: "contratar gente para tapar hoyos, haciendo otros al lado". Me sorprendió saber que esta táctica tan conocida por las administraciones públicas pasadas y presentes tuviera tal origen.
No es novedad que una estrategia recurrente para generar empleo y "demostrar" trabajo por un gobierno estatal, municipal o federal, sea la inversión en infraestructura. Y no es que la infraestructura sea mala idea, al contrario es muy necesaria; pero necesita estar justificada y aportar al desarrollo sustentable de la región, es decir, requerimos de inversión inteligente en infraestructura. Ese tapar y hacer hoyos de la anécdota de Roosevelt, es conceptualmente igual al quitar estatuas de un lado para ponerlas en otro. O al parchar en época de lluvias los baches producto de una muy deteriorada carpeta asfáltica. O en un caso local y muy reciente: al desastre en que se convirtió parte de la colonia Delicias cuando al abrir boquetes para instalar drenaje pluvial, se hizo con tal falta de cuidado y planeación que se rompieron las tuberías de agua potable, dejando sin servicio a los vecinos y peor aún, teniendo que volver a intervenir las calles para reparar la tubería que semanas atrás destrozaron por descuido.
Es más, cada vez que nos encontramos en hora pico con una calle bloqueada mientras pintan sus banquetas o la bachean, la razón de tan “inoportuna” calendarización de obra es justo la necesidad de los administradores municipales de mostrar a la ciudadanía que están trabajando.
¿Se imaginan los resultados que se tendrían, si estas inversiones en infraestructura fueran planeadas, sustentables y apropiadas a las necesidades de la comunidad?
Conforme crecen las sociedades, los sistemas que las sustentan se van haciendo más complejos, pues cada elemento que alteramos en una dimensión, tiene impacto en otras dimensiones. No basta generar empleos sin ton ni son para movilizar la economía; como no basta abrir calles “como el Borras” para instalar drenaje; requerimos optimizar los recursos humanos, técnicos y económicos en cada intervención, actuar con inteligencia, planeando, diseñando escenarios y eligiendo alternativas de solución que beneficien al mayor número de personas, con la mente en los plazos corto, mediano y largo.
Los administradores públicos no basta que sean carismáticos, populares y honestos. Requerimos además que tengan la humildad suficiente para integrar en sus equipos de trabajo expertos en distintas disciplinas y que logren coordinar su operación desde una perspectiva multisectorial y multidisciplinaria. 

sábado, 17 de octubre de 2015

En “vivo” y a todo color

publicado el 17 de octubre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

En las mañanas, mientras me peino (¡esta vanidad me va a matar!), acostumbro poner en la TV algún programa con subtítulos. Hace unos días, mientras veía “The Middle”, me reía con el episodio en que sale la familia de vacaciones y el hijo menor, adicto a la lectura, se la pasa devorando libros sobre parques y vida al aire libre en lugar de bajar el libro y disfrutar “en vivo y a todo color” lo que otros describen.
Desafortunadamente, no es un tema de risa, o de ficción. Hoy día, se está poniendo de moda que en los parques recreativos (como Chapultepec) haya recintos para que los visitantes disfruten de experiencias 3D, 4D y no sé cuantas D más. De una forma muy curiosa, invitamos a quienes al fin se han despegado de las pantallas caseras, de sus computadores o de sus celulares, para volverse a enchufar en otra gran pantalla. Así, los visitantes del parque, que pretendemos dejen el sofá y la TV, podrán, sentados en cómodas butacas frente a una Televisionzota, disfrutar gracias a sus lentes 3D, de la experiencia virtual en un ecosistema… ¿No tiene más sentido armar recorridos interesantes, guiados por expertos en donde los asistentes al parque interactúen realmente (y no virtualmente) con nuestro maravilloso ecosistema?
Hace algunos años entré casi sin querer al cine; iba con unos compañeros de estudio y de vida, buscando distraernos con la gran pantalla. Sin saber de qué se trataba, y más por aprovechar la noche, entramos a ver “La Matrix”. La elección fue, como muchas gratas sorpresas de mi vida, ¡excelente! Pudimos ver efectos especiales nunca vistos, una historia entretenida y, para algunos de nosotros, un tema de culto más a que aficionarnos. La premisa central de la saga es un futuro donde la humanidad vive enchufada literalmente a un gran sistema de cómputo: La Matrix y ha sido la responsable de la extinción la mayoría de las formas de vida en la Tierra. Nuestro planeta es árido, inhóspito y hasta hemos logrado, con una contaminación brutal, obstruir permanentemente los rayos del sol. Entonces vivimos “felizmente” engañados por un gran sistema de cómputo que nos obsequia imágenes de altísima definición en 3D digital, 24/7
Aparentemente, ya no tenemos que esperar, como en la multi-citada película, a la destrucción del medio ambiente, mejor nos vamos adelantando y acostumbramos a las nuevas generaciones a hacer excursiones virtuales, mientras comen una cubeta retacada de palomitas, un refresco jumbo y un rico seudo-chocolate.
Lo paradójico del tema es que, si fomentáramos más la vida al aire libre y la convivencia con la naturaleza, generaríamos un compromiso personal con los ecosistemas que habitamos y visitamos, y la espantosa imagen del párrafo anterior se diluiría como una fantasía apocalíptica más.

sábado, 10 de octubre de 2015

Paciencia, perseverancia y felicidad.

publicado el 10 de octubre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace casi treinta años me gradué como Ingeniera en Sistemas Electrónicos del Tecnológico de Monterrey, Campus Morelos. Uno de los factores de éxito del Tec viene de la evaluación constante de sus profesores, al aplicar siempre encuestas al fin de semestre. La más memorable debe ser le que se aplica a los graduandos del sistema ITESM, donde piden el nombre de los cinco mejores profesores y de los cinco peores profesores. A me tocó vivir el la entrada en rigor de la regla que estipulaba que los profesores debían tener doctorado (o “de perdida” maestría). Entonces “Pero, ¡si lo doctor no quita lo pe...lmazo!”, se convirtió en lema de todos (catedráticos y estudiantes) quienes encontrábamos absurda la nueva regla. Sin embargo, años después al llenar nuestra encuesta caímos en cuenta que los mejores profesores contaban en su mayoría con posgrados; y entre los peores profesores la proporción de posgrados era menor. Cuando me tocó prepararme para obtener el grado de Maestría (y más tarde con el Doctorado), me di cuenta de cómo, aunque efectivamente el grado no hace inmune a la estupidez ni a la cretinez (justo ahora me vienen a la mente algunos ejemplos de ambos), sí garantiza que el tienen las habilidades necesarias para llevar a cabo proyectos de investigación (cada tesis es prueba de esto); y que se ha pasado por el tamiz del pensamiento científico; la exposición entre pares y su consecuente crítica, evita posturas absolutistas, dogmáticas y autoritarias, es decir anti-científicas. 

Los que consideramos que entre más cultura científica empape a la sociedad en general, mejor mundo tendremos, lo creemos por estas razones. El pensamiento científico nos abre el horizonte, nos permite escuchar al otro, confrontar nuestras certezas honestamente y discernir los mejores caminos desde un ámbito tan libre de subjetividades como sea posible (no podemos evitar enamorarnos de nuestras teorías y enceguecer de amor de vez en cuando, lo reconozco). En este mundo global, multidisciplinario, donde es tan difícil demostrar competencias y credenciales que sean evaluadas por colegas de otras disciplinas, la obtención del grado es una forma de mostrar y demostrar que se habla el lenguaje de la ciencia y la tecnología. No dice que tan fluido lo hablamos, o que tan diestros somos en nuestra disciplina, pero sí garantiza un conjunto mínimo básico del que podemos partir para comunicarnos entre pares. Creo que el sistema educativo tradicional se beneficiaría muchísimo de un enfoque más académico. Un estilo que nos permitirá, desde pequeños, confrontar nuestras certezas, exponer nuestras ideas fluidamente por escrito y estar abiertos a las críticas y aprender de ellas. Ese concepto es el que nos motiva, a todos los que nos dedicamos total o parcialmente a las labores de comunicación y apropiación de la ciencia, para buscar espacios de interacción y promover el acercamiento a la cultura científica. Y lo hacemos con paciencia infinita y perseverancia sin fin, como deben emprenderse las grandes causas, aquellas que le dan sentido a la vida, que son más grandes que nosotros y que al perseguirlas, nos acercan a la felicidad.

sábado, 3 de octubre de 2015

Castigo democrático

publicado el 03 de Octubre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

La meditación  de las decisiones políticas nos ha envuelto en una dinámica de concurso de popularidad para tomar decisiones. Esto repercute en una promoción de candidatos a puestos de elección popular basadas únicamente en su atractivo popular. Esto  menoscaba las opiniones de los ciudadanos, de las instituciones democráticas y de los Estados soberanos encargados de defender el interés general; y los sustituye por lógicas estrictamente mercadotécnicas encaminadas a vendernos imágenes de personajes en lugar de promover la preparación de una clase política de calidad. De esta forma, nos encontramos ante una elección imposible: elegir entre políticos de carrera, que son víctimas y victimarios de la guerra sucia mediática; y entre candidatos pantalla con alta aceptación pública que prestan-cara a políticos que prefieren permanecer ocultos detrás de ellos.
Tristemente, ante la ineficacia del sistema político y de los políticos que hemos elegido en el pasado, se exacerba la desilusión y la impotencia. Esto ha favorecido un fenómeno de "voto de castigo". Lo que trae a la arena política candidatos que, por el simple hecho de haber accedido al poder de manera democrática (a través del sufragio), pretenden hacernos creer que vivimos en la era de la democracia. Y esto no es necesariamente cierto. Pues, al final la elección de la mayoría se basa en lo que los medios masivos (el cuarto poder) comunican.
No cabe duda que el voto de castigo funciona y funciona requetebién. Desafortunadamente, el castigo no ha sido para los partidos políticos, ni para los candidatos perdedores, el castigo es, fue y será para nosotros, los ciudadanos. Está en nosotros entender mejor el papel de los medios y las estrategias de comunicación. Comprender que ante la lluvia de información es indispensable desarrollar nuestras capacidades de análisis y discernimiento de conocimiento. Validar fuentes, abrir nuestro abanico de alternativas mediáticas, discutir abiertamente con grupos diversos lo que escuchamos, son solo algunas de las estrategias que nos van a transformar en una sociedad que decida mejor, que ejerza con libertad real su voto. Libertad basada en hechos y evidencias, no en campañas y maquillajes. Al final, esperemos pasar del castigo social en que nos hemos embarcado, al premio democrático.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Adivina adivinanza

publicado el 26 de septiembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde hace 40 años mi madre me enseñó las bases del Álgebra, esto es, a razonar con incógnitas por todos lados. Por ejemplo, mientras comíamos me podía decir, sin señalar nada en particular: "Karlita, ver por el 'ese' que deje sobre la 'esa'". Y yo tenía que descubrir que el 'ese' era el salero y la 'esa', la mesa de la cocina. Por supuesto, a diferencia del Álgebra, en estas situaciones todo dependía del contexto. Pues la misma frase al entrar al coche para ir a la escuela implicaba 'suéter de tu hermano' y 'silla del comedor'. Curiosamente, para mí, cada enigma cotidiano era una oportunidad de hacer feliz a mi mamá y de sentir la satisfacción por resolver un pequeño problema. Hasta la fecha, cuando mi mamá en la cocina, voltea para buscar algo, empieza mi algoritmo interno a analizar que está haciendo, que puede estarle haciendo falta y sin que abra la boca, le acerco lo que creo necesita.
Felizmente, esa cualidad no la ejerzo en exclusiva con mi santa madre, se me hace natural ejercerla en todos los contextos. Seguramente muchas veces me equivoco y termino dándole el salero a quien quería un vaso de agua, pero... en general hasta un vaso de agua se agradece. 
Hace muchos años, acompañé a mi papá a buscar un libro que le pidieron a mi hermano en la secundaria: “Las botas de Iván” de un tal Goitia. Pasamos todo un sábado consultando librerías en Cuernavaca. La de Cristal, la Rana Sabia, Waldo’s… Y en todas nos decían o que no conocían el libro o que se les había agotado. Ya a punto de claudicar, fuimos a una pequeña librería, que ya no existe, en Plaza Los Arcos. Ahí nos atendió una mujer muy joven y entusiasta. Buscó en sus microfichas (esta aventura fue pre-computadoras) y nada, no encontró ningún libro parecido. Creo que vio la frustración y el llanto a punto de brotar de mi ojos mientras le explicaba que mi hermanito tenía que leer el libro en el fin de semana, que era sobre las botas del tal Iván, que el libro debía existir porque la maestra se los enseñó y que tenía portada clara con las dichosas botas… Y en eso, le brillaron los ojos. Se atacó de la risa, buscó en sus estantes y nos entregó un ejemplar, el último que tenía, de “Los pasos de López” por Jorge Ibargüengoitia.
Esta capacidad de contextualizar la información que tenemos, analizarla y obtener conclusiones es una de las manifestaciones de la inteligencia humana. Es característica común de quienes son exitosos en la resolución de problemas y en la generación de nuevo conocimiento. Fomentarla en nuestros hijos,  estudiantes o colaboradores es esencial y muy sencillo. Evitemos darles todo “peladito y en la boca” y promovamos la capacidad de imaginación y resolución de problemas. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Pruebas y pruebas

publicado el 14 de Noviembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

De pequeña tenia muy mala suerte para pasar las pruebas de inclusión a grupos o equipos. Recuerdo por ejemplo, cuando trate de entrar el equipo de porristas en la primaria, que mis compañeras me pidieron pasar una serie de obstáculos físicos y desafortunadamente, el octavo que era hacer una vuelta de carro, no lo pude hacer. Con ojos llorosos, pero entendiendo que la culpa era mía por no saber piruetas me olvidé de ser parte del equipo. Un par de meses después, llego a la escuela Rosalía, nos hicimos amigas en seguida, pues en las prácticas de porras, éramos las únicas que nos quedábamos sentadas en el salón. Poco me duro el gusto, pues un día la invitaron a pasar el examen y para mi sorpresa, ¡lo pasó! Y mi sorpresa fue grande pues todo lo que tenia de simpática y bonita, Rosalía lo tenia de torpe. Le pregunté como había logrado pasar las pruebas y especialmente la vuelta de carro, y ella, con una cara de asombro me contó que no le habían pedido que hiciera vuelta de nada. A ella le tocaron dos ejercicios, brincar lo más alto posible y agitar los pompones. Ese día estuve de malas toda la mañana y en la tarde lloré como la Magdalena. Aprendí que no todas las evaluaciones son objetivas y que para que un criterio de inclusión (o exclusión) sea válido debe estar explícito y aplicarse con transparencia y objetividad. Entendí, con dolor, que el criterio de inclusión para ser porrista estaba basado en la belleza y no en la agilidad o el entusiasmo. Aunque nadie lo expresó abiertamente, yo no pasé por gordita y cachetona.
Ahora que estamos en mi oficina formulando proyectos de innovación, prestamos especial atención a la etapa de pruebas y validaciones de los sistemas. De hecho, buscamos socios académicos competentes y de alta reputación para diseñar los protocolos de prueba desde el inicio del proyecto, de tal forma que, quienes desarrollarán e implementarán las soluciones, conozcan desde un principio que características de su desarrollo son cruciales y de cuales depende la validación de sus prototipos.

En este contexto, no habrá sorpresas ni llantos. Solo soluciones bien diseñadas y mejor probadas.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Ni crimen, ni castigo

publicado el 5 de septiembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde chiquita soy de buen diente. Y también desde pequeña he vivido atormentada por la báscula. Esa combinación tuvo un doble efecto muy chistoso durante mi infancia. Por un lado comía muy poco “en público”, siempre me quedaba con hambre en desayunos, comidas o cenas. Y por otro, me emparejaba entre comidas. Mis carreras a la cocina para asaltar el refri, la alacena, o hasta la comida en preparación (con las correspondientes quemaduras de dedos, lengua y paladar, ¡por supuesto!) eran mi principal ejercicio, y también la principal fuente de misterios “sin resolver” en casa. Esto último debido a que, de un día para otro, desaparecía misteriosamente un paquete de galletas, el pan blanco, las sobras que guardaba mi madre para cenar, el jarabe de chocolate, etc., etc., etc. Por miedo al castigo de mi padres por tragona, siempre negué categóricamente ser la culpable de esos asaltos. A pesar de las evidencias que aparecían escondidas bajo mi colchón o en mis cajones, yo me mantuve firme siempre. Al grado de culpar de esos episodios de gula a Bubulín, un personaje de la televisión que ya no recuerdo que hacía ni en que canal salía, pero persistirá en mi memoria pues el pobre era mi chivo expiatorio. Con los años aprendí que, el ocultar la información sobre mi hábitos verdaderos reales, sólo complicó muchísimo el diseño de una dieta balanceada en casa. A más de treinta años de esa “vida criminal” en contra del refri y la alacena, entendí que la confesión de mi conducta era necesaria para entender mejor mi metabolismo, y que mi miedo al castigo además de condenarme a un vivir una adolescencia con malnutrición, lesionó la confianza que tenía mi familia en mí. Hasta la fecha, cuando falta algo en la cocina, la culpa es de Bubulín.
Hace unos días en nuestra oficina sucedió un incidente que me recordó esta relación entre las faltas, el aprendizaje que generan y el daño que el miedo al castigo hace a la relación entre errores y lecciones aprendidas. Un vaso para viaje desapareció de un día para otro. Lo buscamos todos, nadie sabía nada del vaso, movimos cielo mar y tierra durante 5 días y sus noches sin éxito. Lo que nos tuvo de cabeza es que en cuatro años este vaso es lo primero que se pierde en la oficina. Curiosamente, al sexto día el vaso apareció al lado del refrigerador, justo donde ya habíamos buscando anteriormente varios de nosotros. Nadie se hizo responsable de la devolución, y eso, como coordinadora del equipo de trabajo me preocupó aún más que la desaparición. Pues un descuido es entendible, cualquiera puede, en una distracción, tomar algo ajeno, usarlo e incluso olvidar regresarlo. Pero hacer un retorno misterioso, deja un hueco en la confianza del equipo y un genuino misterio sin resolver ¿quién tomó el vaso? ¿por qué lo tomó? ¿por qué lo regresó a escondidas?.
Lo valioso de resolver estos misterios es que entendemos las situaciones y podemos tomar las medidas necesarias para llevar una vida, personal o comunitaria, más saludable. Esto sólo se logra en entornos donde se privilegia el aprendizaje y la responsabilidad sobre el castigo y la denostación. Pero para que el clima de comunicación y confianza se dé, tenemos que fomentarlos todos en un grupo: en casa, padres e hijos; en la oficina, jefes y colaboradores.

Ante nuestras faltas, es importante asumir las consecuencias, hacernos responsables y lo más importante entender la circunstancia en que se dan los errores; así podemos integrar el caso a nuestra base de conocimientos personal, familiar o laboral. Desde hace muchos años me aseguro de comer mejor durante las comidas y de tener sólo comida saludable en refri y alacena; de esta forma, aunque Bubulín regrese a las andadas, mi salud y nutrición no estarán en riesgo.

sábado, 29 de agosto de 2015

Quemar e iluminar

publicado el 29 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Uno de los procesos más interesantes que ejecutamos de manera cotidiana es el de alcanzar un objetivo mediante aproximaciones sucesivas. Esto, que suena muy rimbombante, es realmente muy sencillo y cotidiano. El caso típico es cuando, desde la comodidad de nuestro asiento, queremos tirar una bola de papel a la basura. La primera vez que lo hacemos, difícilmente lo vamos a lograr, pues aunque podemos ser muy buenos calculando distancias a ojo, así como la fuerza y ángulo que debemos usar para encestar un papel, hay que añadir el peso, los obstáculos y las corrientes de aire ocasionales en la oficina. Normalmente, requerimos varios intentos, unos se pasan, a otros les falta, pero finalmente, si aprendemos de cada evento y corregimos lo necesario, logramos encestar.
Este proceso lo hacemos también en el aprendizaje de la cultura familiar. Incluso es un fenómeno clásico de nuestra formación adolescente. Recordemos cuando empezábamos a salir de fiesta. El estira y afloja de la hora de llegada y de la cantidad de información que requerían nuestros padres para darnos permiso, era similar al enceste. Llegar quince minutos tarde sin avisar podía ser tolerable, igual que extender permisos hasta una hora avisando, por ejemplo. Pero llegar una hora tarde sin avisar, nos aseguraba castigo o por lo menos drama familiar. Aún recuerdo la vergüenza que pasé, cuando mi madre fue a casa de mis amigos una madrugada para saber porque no había yo llegado a casa, ni llamado. Sólo para descubrir que yo, en ese mismo instante, estaba tocando la puerta de mi sacrosanto hogar. Encontrar el justo medio en la relación familiar que nos permitía disfrutar de una buena pachanga, sin preocupar demasiado a nuestros padres es parte de todas nuestras historias de vida; y sin duda es un hito en la cultura familiar.
Todos sabemos que en Cuernavaca, la cultura vial es un desastre. Se desconoce el reglamento de tránsito, o peor aún, se maneja como si se desconociera. Se ignora la preferencia en las glorietas, hay autos estacionados en baqueta roja o en doble fila y la cantidad de eventos por manejo imprudencial se cuenta a montones todos los días. Y lo que es peor, muchas suceden frente a agentes de tránsito. ¿Cuántas veces no hemos deseado ante una falta grave, llamar a un agente y pedirle que infraccione al imprudente?
Esta semana tuve dos experiencias muy significativas en términos de cultura vial. En una sola semana atestigüé incidentes que llamaron la atención de agentes de tránsito. Llevo manejando más de 22 años, nunca había presenciado tal actividad pro-infracciones. Uno de los incidentes era totalmente justificado, me infraccionaron por usar el celular. Ni pío dije, el oficial fue sumamente respetuoso, honesto y eficiente. Pagué mi infracción al día siguiente y aprendí la lección. Sin embargo, un par de días después un perito de la policía vial, trató de amedrentar a un conductor sin causa justificada. El perito de la unidad 1288, con gran prepotencia solicitó documentos sin justificación, amenazó durante varios minutos, trató de intimidar sin sentido y al ver que no tenía sustento en el reglamento su alegato, se ocultó detrás del “por esta vez voy dejarle pasar esta falta”, y se retiró.
Es necesario reforzar la cultura vial de nuestra ciudad, y para eso, una vía clara es la correctiva, pero en su justa medida. Esto es, no queremos una ciudad en la que los agentes de tránsito brillen por su ausencia, pero tampoco podemos convivir con un batallón de agentes que persigan faltas inexistentes por la necesidad de cumplir una cuota de infracciones. Espero que pronto encontremos el justo medio que nos permita dar en el blanco: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.

sábado, 22 de agosto de 2015

Lianas laborales

publicado el 22 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

En mi travesía por la prepa, aprendí muchas cosas, algunas sobre las materias que cursé,la gran mayoría sobre la naturaleza humana. Entre esas leyes de vida, recuerdo con desdén la Ley de Tarzán. Para quienes no la conozcan, es aquella que sigue el clásico exnovio patán; aquel que sólo termina con una novia, una vez que ya tiene 'quereres y entenderes' con otra. El pobre Tarzán es citado en este contexto por su relación con las lianas, todos sabemos que el buen hombre, para viajar por la selva con seguridad, solo podía soltar una liana una vez que hubiera sujetado con firmeza la siguiente. En la adolescencia (y hasta la fecha, ciertamente) conocí tanto hombres como mujeres que plicaban la de Tarzán a diestra y siniestra.
Recientemente la vida laboral me ha presentado una instancia más de la infame Ley de Tarzán, la que aplican los colaboradores que renuncian de un día para otro. En esas ocasiones veo lo necesario que es, además de las clases académicas en la universidad, llevar clases de educación laboral. Se que hay clases sobre como escribir un curriculum, o como ser exitosos en una entrevista de reclutamiento, pero más allá de como conseguir un trabajo, hay que educarnos para conservarlo y formarnos para valorar los compromisos. Pues nada desabalancea más a una organización, del tamaño que sea, que una renuncia sorpresa. Especialmente cuando formamos parte de un equipo de trabajo. Y no es que esperemos que la gente permanezca eternamente en una compañía, pero si hay un tema de planeación de recursos que todas las organizaciones llevan, de una forma u otra, y que se ve trastocado cuando alguien de la noche a la mañana, y sin indicios previos, nos 'corta'.

En las relaciones personales, como en las laborales, la comunicación honesta es esencial. En la medida en que maduremos y aprendamos a honrar nuestros compromisos y a respetar a quienes han depositado su confianza en nosotros y nuestro talento, tendremos relaciones más sana. 

sábado, 15 de agosto de 2015

Atención (in)dividida

publicado el 15 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Si contara las veces que mi mamá me llamó la atención por “andar en la luna”, sería más efectivo multiplicar mis años de vida por 365. Y me quedaría corta. Confieso, hoy con orgullo, antes con pena, ser una day dreamer crónica. Paso gran parte del día soñando despierta. De niña lo hacía con mis muñecas Lili-Ledy (las Barbies mexicanas), les construía vidas profesionales y exitosas, como azafatas, maestras o jefas de cosas. Conforme fui creciendo, cambié a las protagonistas de plástico por mi persona y mis conocidos. Ensayaba escenarios de lo que haría en la escuela, en las vacaciones o cuando creciera.
Así que me pasaba “en la luna” mientras veía la tele, hacía quehaceres en casa, o me aburría en las visitas a amigos de la familia. Muchísimas veces me encargaban mis papás algo de la cocina y yo iba y venía sin traer lo solicitado… enfrascada en mis pensamientos, con el consecuente regaño por mi distracción. Pocas actividades me mantenían enfocada y sin divagar. La más memorable eran las clases interesantes de la escuela. El proceso de recibir conocimiento de profesores eminentes, me obligaba a mantener mi divagación crónica en un mínimo. Aprendí que, si le bajaba al day dreaming durante clase, y lograba concentrarme en escuchar, tomar apuntes y preguntar, aprendía con mucha más efectividad y lograba pasar mucho menos tiempo pegada a los libros haciendo tareas o estudiando. Pero también descubrí que si sólo me dedicaba a escuchar y apuntar, apagando la imaginación totalmente, además de aburrirme como ostra, no aprendía, sólo memorizaba. Liberar la mente para amasar el conocimiento que iba recibiendo era la clave para integrar mejor los conceptos, imaginando escenarios y sus límites; y esto a su vez hacía que surgieran preguntas por todos lados. Preguntas que, al atreverme a hacerlas en voz alta, hacían de la experiencia de aprendizaje una aventura mucho más sabrosa que mis historias en castillos, bailes y países exóticos.

En casi ninguna actividad mantengo la atención individida, no sólo porque no puedo, sino también porque no es efectivo. He descubierto que controlar la dispersión de la atención en un problema para absorber conocimiento útil, integrarlo a mi base de conocimiento y explorar esos nuevos terrenos es la mejor forma de aprender. Tan divertida o más que “andar en la luna”.

sábado, 8 de agosto de 2015

Qué sí hacer

publicado el 08 de Agosto del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hubo una época en casa en que la pasamos verdaderamente muy mal económicamente. Incluso llevarnos a la escuela era complicado; lograr que el Jeep del 45 que teníamos arrancara era toda una hazaña. Yo iba en la secundaria y recuerdo que cuando le sugería a mis papás que podía hacer algo para ayudar a la economía familiar como lavar coches, ellos siempre me respondían, “tú estudia, esa es tu única obligación, sacar buenas calificaciones”. Y muchas de esas veces, mi mamá añadía que le ayudara en casa levantando mi tiradero, lavando trastes, hablando menos por teléfono (en el siglo pasado, las llamadas entre teléfonos fijos costaban por minuto lo que hoy cuestan las llamas entre celular), o apagando las luces cuando salía de una habitación. Y tácitamente, me orientaban a no comprar en la tiendita de la escuela durante el recreo, pues en lugar de darme dinero para el lunch, me daban fruta o un sándwich.
Aunque parece que México siempre está en crisis, es innegable que 2015 está siendo un año muy complicado para la economía mexicana. Aunque el rumbo macroeconómico está fuera del alcance de la mayoría de nosotros, las decisiones nano económicas cotidianas nos pueden hacer más llevadera la situación familar, y también así podemos contribuir con nuestro granito de arena y apoyar a la economía Nacional. En ese sentido necesitamos: invertir en nuestro futuro y de nuestros hijos; disminuir nuestros gastos mediante el uso eficiente de los recursos; optimizar el costo de oportunidad al aplicar de la mejor manera posible la mano de obra en las labores que está calificada para hacer; y algo que es muy importante fomentar el contenido nacional, comprando preferentemente aquello que esté hecho en México.
En términos económicos, ya en casa me formaban ante la crisis familiar a: invertir en mi futuro, al estudiar; recortar gastos en el presente, al ahorrar y usar eficientemente teléfono y luz; optimizar los costos de oportunidad, al apoyar en las labores del hogar que permitían que mis papás hicieran labores para las cuales eran los más aptos, como educarnos, ayudarnos con las tareas y elevar el bienestar de la familia; e incrementar el contenido local, al evitar gastar recursos en la compra de comida externa que me podían proveer en casa.


jueves, 30 de julio de 2015

Inter-Beto

publicado el 30 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Así como hay niños que sueñan toda su infancia con conocer a los Reyes Magos, a Santa Claus o al Niño Dios, yo soñé muchos años con conocer a Beto. Beto, el sabio, pensaba yo, era un hombre que sabía todo de todo, el referente continuo de mi abuelita Lola y mi tío abuelo Césareo. Me daba pena preguntar en casa quién era Beto, porque con la frecuencia que me lo mencionaban, yo estaba segura que era una falta imperdonable de educación y de memoria salir con la batea de “¿cuál Beto?”, cada vez que me lo mencionaban. Recuerdo que pasé años, tratando de descubrir que Alberto, Roberto o Heriberto era el objeto de mi admiración. Un buen día en una comida familiar me preguntaron, “y tú Karlita, ¿qué quieres ser de grande?” Contesté enseguida, “¡yo quiero ser como Beto!” Grande fue mi sorpresa al ver la cara de “what?”de mis papás y abuelos, que ni la más remota idea tenían de a quien me refería.  Insistí hasta el cansancio que era Beto el Sabio, el que todo sabía; aquél que cada vez que yo preguntaba algo en casa era a quien me pedían le preguntara. Un poco preocupada por mi salud mental, mi abuelita me insistió, “Karlita, ¿cuándo te he dicho yo que le preguntes a Beto?” Entonces se iluminó mi cara y le contesté: “Abue, hoy en la mañana, te pregunté porque el cielo es azul y me contestaste ‘Beto ha saber’”. Todos se rieron, menos yo, y con gran cariño de su parte, y gran vergüenza de la mía me explicaron que, como yo era muy preguntona, su respuesta ante la lluvia de mis preguntas no era: “pregúntale a Beto”, era: “ve tú a saber”.
Hoy desayunando con una amiga, compartíamos como gracias a Internet podemos aprender de todo. En algún lugar hay desde un video, un ensayo, un blog, o hasta un artículo científico con información sobre todo lo que se nos ocurra. Claro, hay que saber discriminar la información útil del mar de datos en la Red, pero todos los que tenemos acceso a Internet, tenemos acceso al conocimiento de la humanidad y, gracias al concepto de Acceso Abierto (o acceso libre, o gratis), cada día se incorpora más conocimiento valioso a Internet.
Hoy lo que necesitamos es saber detectar información valiosa y confiable, para desechar la información engañosa, falsa e inútil; tristemente hay más de la segunda que de la primera; pero aún con esa circunstancia, el volumen de información nos permite saber porque el cielo es azul, porque cae granizo o porque debemos cuidarnos del Sol.

Sé que mi abuelita y mi tío Cesáreo, hoy día, en lugar de mandarme con “Beto”, me mandarían con Internet.

jueves, 23 de julio de 2015

Ganar y perder

publicado el 21 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Quienes crecieron conmigo saben que soy muy mala perdedora. Tan mala, que de niña prefería no jugar con tal de no perder. Esta regla, aunque me mantenía relegada de un sinnúmero de actividades lúdicas, me evitaba el drama de fallar. Y lo llevé al extremo. No jugaba en el pasamanos por miedo a caerme, ni competía en carreras por temor a quedar en último lugar. Tampoco anduve en moto, por miedo a las caídas; y pensar en escalar… ¡menos!, ¿qué tal si me resbalaba?  Fui, y sigo siendo, experta en ver todo lo que puede salir mal, soy pesimista por naturaleza.  Eso contribuyó muchos años a mi temor crónico para hacer cosas aventureras o arriesgadas.
Siendo como soy, muchos años viví atemorizada por los riesgos que me rodeaban todo el tiempo. Felizmente, con los años encontré como sacar provecho de esa debilidad. Aprendí a apostar; entendiendo el concepto según la RAE como: “Depositar su confianza o su elección en otra persona o en una idea o iniciativa que entraña cierto riesgo”. Y es que a pesar de que aparentemente el terreno de las apuestas es especialmente pantanoso, le encontré el modo. Y eso también se lo debo a mi papá. Mi papá es un gran ganador de apuestas. No es un gran apostador, sólo es alguien que cuando apuesta suele salir ganando, aunque aparentemente pierda la apuesta.
El secreto se basa en dos técnicas: una es apostar contra uno mismo. Esto es ilegal en los deportes, pero en la vida cotidiana funciona como una especie de seguro contra fallas. Un ejemplo es la apuesta que hice con cuatro amigas en la universidad. Un día, cansadas de no tener con quien salir, apostamos $20.00 a ser la última en conseguir novio. Esto es, quien quedara para vestir santos al final del semestre, se quedaría con $100.00 (una fortuna en mis tiempos). Resulta que fui la primera que tuvo que soltar su cuota y perdiendo… ¡gané! Magda, que no pescó ni un resfrío se quedó con muy buenos $100.00 y sólo invirtió $20.00. En este ejemplo, todas ganamos.
La otra técnica, que es mi favorita, es disminuir el riesgo de la apuesta. Y esto suele hacerse incrementando el conocimiento que tenemos del tema en cuestión. Mi papá es experto en esto y yo soy su mejor discípula en la técnica de: “apostemos sobre algo que parece de alta incertidumbre para todos, pero en lo que nosotros tenemos más información y por tanto, arriesgamos menos”. De hecho, en casa, especialmente con mi hermano, cada vez que ante un dilema yo digo “¡órale!, ¿cuánto apuestas?”, el contrincante se echa para atrás y me responde, “no, contigo no apuesto”. Y no porque la suerte esté de mi lado, sino porque si no apuesto contra mí, sólo lo hago en temas donde la información que tengo deja a Karla-la-miedosa-pesimista tranquila. Y esto sólo sucede cuando el riesgo es tolerable por mí y mi sistema de soporte.
Estoy convencida, por esta y otras razones, de que el conocimiento es la mejor inversión, en las buenas, en las malas y hasta en las inciertas.


jueves, 9 de julio de 2015

Silencios y aburrimiento

publicado el 09 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace algunos años, tuve la oportunidad de ir a la ópera con un amigo. Habíamos interactuado por temas de trabajo y coincidido en un taller de relaciones humanas. Sin embargo, nunca habíamos tenido oportunidad de platicar sin un objetivo bien definido.  El buen hombre, Equis para los cuates, tuvo la gentileza de pasar por mi para viajar juntos a Bellas Artes y regresarme a casa. Con un poco de pena, debo reconocer que el viaje fue e-ter-no. La eternidad reflejada en dos aspectos, el primero, íbamos en dirección Cuernavaca-DF un domingo de fin de puente. Así que un trayecto de 40 minutos, nos tomó 2 horas. El segundo, fue la conversación. Resulta que en un afán de evitar silencios incómodos, Equis pasó todo el trayecto preguntándome mil cosas. Recuerdo vagamente una referencia a “El Perfume”, a Serrat y… un sartenazo que recibí cuando hablé del aburrimiento.
Equis me regaló una cápsula de sabiduría, de esas que duran para siempre. Resulta que su mamá, desde pequeño le inculcó que “la gente inteligente nunca se aburre”. Cuando me lo contó pensé “Pues yo he de ser bien bruta, porque me doy unas aburridas…”. Resulta que la solución materna para las horas de aburrimiento era llevar un libro a todos lados y así, lograr aprovechar esos espacios en que la mente vaquetonea para complementar nuestra vida con una buena lectura.
Recordé entonces las largas esperas en coche que viví en mi infancia al lado de mi madre y mi hermano. Solíamos acompañar a mi papá los fines de semana a “terminar rápido un pendiente en la oficina” y mi madre, siempre llevaba un libro; mi hermano se entretenía jugando con un cochecito, un papelito, una varita o lo que fuera; y yo… sufría de aburrimiento crónico. Hasta que un buen día, copié el hábito de mi madre y empecé a cargar con libros y revistas, y las esperas se acortaron, mi afición por la lectura se incrementó y mi vida se transformó.  Y recordé también, los eventos que organicé durante varios años en la UNAM Campus Morelos, donde acudían investigadores y estudiantes. La gran mayoría de los asistentes llevaban siempre un artículo de investigación o el borrador de algún documento. Así, mientras esperaban al inicio del evento, o durante los intermedios, los podías ver leyendo sus artículos o corrigiendo sus borradores. Muy pocos bostezaban de aburrimiento o con impaciencia.
Efectivamente, como bien dicen Equis y su mamá “la gente inteligente nunca se aburre”, y yo añadiría “porque valora su tiempo y aprovecha al máximo la vida y su paso por ella”.

jueves, 2 de julio de 2015

¿Qué milagro va a pasar?

publicado el 02 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Tuve mi primer novio formal a los 18 años. El buen hombre era estudiante de ingeniería una generación mayor que yo. Cuando lo conocí era novio de la amiga de una amiga. Y debo confesar, con mucha pena, que seguía siendo su novio cuando empezamos a salir. Pasaba por mí a casa, me invitaba al cine y me escribía cartitas. Yo, que nunca había recibido ese tipo de atención estaba fascinada con “el novio de la amiga de mi amiga”, hasta que un día, en un ataque de remordimiento de conciencia, le puse un ultimátum: no volveríamos a salir juntos si él seguía con su novia. Ese mismo día, el “hombre maravilloso” terminó su relación de año y medio, me llevó a la Feria de Cuernavaca (cuando era Feria de la Flor y no una vergüenza de fayuqueros y cheleros) y le presumimos al mundo nuestro romance. Poco me duró el gusto, al finalizar el semestre me escribió una carta que lejos de llenarme el oído de miel, me explicitaba lo difícil que era salir conmigo, que me adoraba pero no estaba a mi altura, y que “no eres tú, soy yo”. Yo, joven e inexperta le creí todo, hasta que regresamos a clases. Resulta que cuando lo vi en las inscripciones de la mano de la hermana de un compañero, casi me infarto. No por lo rápido que me había sustituido en su corazón, sino porque durante los exámenes finales, cada tarde que no pasaba conmigo era porque había ido a la casa de su amigo a estudiar. ESTUDIAR, sí como no. Entonces la vida me dio una de las grandes lecciones, la amiga de mi amiga, pasó junto a mí y me dijo: “Karla, ¿qué esperabas?” Y ¡zas! Lo entendí, tomé una decisión sin tomar en cuenta la historia de la situación. Un galán que tiene el descaro de coquetearnos mientras tiene una relación formal con alguien más, nos lo va hacer también a nosotras. ¿Qué milagro podría haber sucedido para que el buen hombre cambiara su conducta de apareamiento de una relación a otra?
Cuando entrevisto candidatos para puestos en una empresa, una de las herramientas de evaluación más importantes es aprender sobre su desempeño en otros trabajos, o en otros espacios de desarrollo. Quien llega quejándose de su empleo actual o de sus jefes anteriores, buscando congraciarse con los actuales empleadores, muy probablemente tendrá esa actitud de falta de compromiso y cariño con el nuevo ambiente laboral. Y no se trata de que el pasado nos condene; efectivamente, los seres humanos tenemos la capacidad de modificar nuestra conducta, pero debe de haber una razón de peso para hacerlo. Un jefe manipulador, falto de compromiso, que extorsiona a sus subalternos, va a seguir siendo manipulador y extorsionador conforme avance en la jerarquía organizacional. Promover candidatos a posiciones de mayor poder, requiere estudiar cuidadosamente su desempeño en situaciones de menos jerarquía. Si con poco poder fue un pequeño tirano, con más poder será un gran tirano. Diga lo que diga.
Mi exnovio de la carrera ya va por su tercer divorcio. Le tengo un gran aprecio pues, en su momento me hizo muy feliz, y también muy desdichada; y ambas cosas son de agradecer, pues aprendí de ellas. En su vida personal, no ha pasado ningún milagro aún que lo haga comprometerse al 100% en una relación.
Yo no creo en los milagros, pero sí en el aprendizaje y la transformación basada en la convicción que surge de las lecciones aprendidas.

jueves, 18 de junio de 2015

Balance y equilibrio

publicado el 18 de Julio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Durante mi educación primaria, la gestión de mi formación era compartida por mis padres. Aunque la administración de mi tiempo libre en época escolar era exclusiva de mi madre. Desde el tiempo asignado en apoyar en las labores del hogar, como el destinado a la recreación y la convivencia con mis amistades. Sin embargo, cuando surgía un conflicto entre nosotras, apelábamos ambas a mi padre. Este mecanismo de resolución de conflictos siempre nos venia muy bien, pues nos permitía exponer nuestros puntos de vista a cada una y llegar a un acuerdo. Debo reconocer que mi padre en su carácter de mediador, siempre trató de ser justo y escuchar a las partes. Para mi beneficio, soy su primogénita y consentida; para el beneficio de mi mamá, es tan estricto cómo ella y su criterio para aplicar premios y castigos era compartido en concepto y en aplicación.
En la gestión de las organizaciones se busca que sus autoridades sean parte de una estructura de poder balanceada. Es decir, lograr que la operación de una institución sea exitosa requiere de una figura responsable de la operación cotidiana y también de una figura que vigile que esa operación vaya de acuerdo al marco normativo. Estas dos funciones, la de operación y supervisión deben ser independientes. De hecho, a mayor independencia, mayor libertad de ejercicio y por tanto, mejor garantía de una operación sana, apegada a las normas y procedimientos.
En la organización familiar, los tres conocíamos bien las reglas de la casa y aunque la operación familiar del día a día era responsabilidad de mi madre, mi formación es producto del balance de poderes que se estableció en casa. Balance que, aunque me caía bastante mal la mayoría de las veces, pues tenia que cuidar mi comportamiento en muchos frentes, me permitió crecer y madurar en un entorno de respeto a las normas y a los principios de transparencia y rendición de cuentas.

La expresión: "no puedes ser juez y parte" se entiende también en estos casos, quien supervisa o dirime conflictos no puede tener dependencia funcional, administrativa o económica de quien opera. Solo asegurando un equilibrio de poderes sano, producto de esta independencia, podemos construir organizaciones sanas y transparentes que promuevan la rendición de cuentas y con ella una sustentabilidad operativa.

jueves, 11 de junio de 2015

Y eso, ¿qué?

publicado el 11 de Junio de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Un comercial que guardo con una gran sonrisa en mi memoria es el de esos dos niños discutiendo sobre quien tiene la razón en una discusión. El argumento final (y matador) es del pequeño que termina respondiendo: “pero mi mamá es más alta”. Lo gracioso del comercial es que la altura de la madre del ganador del debate es totalmente irrelevante en la cuestión que se discute. Sin embargo, la contundencia de su declaración y la veracidad de su argumento (aunque ni al caso) matan al del otro pobre niño. Tanto que, ni siquiera recuerdo de que se trataba la discusión entre ambos pequeños.
En estos días, me he percatado, más que en otras épocas, de la importancia de la pertinencia y la relevancia en la construcción de conocimiento. Recientemente escuché a un estudiante de Derecho descalificar el conocimiento de la normatividad de una institución sólo porque quien citó la legislación pronunció mal el apellido materno de Don Adolfo Menéndez Samará (que dicho sea de paso, aparece mal escrito en un sinnúmero de sitios oficiales). El error en la pronunciación del apellido no era pertinente y mucho menos relevante en la evaluación de los argumentos, sólo fue un distractor que movió la discusión del tema principal.
De manera similar escuché el día de ayer como ante un trabajo de ínfima calidad, se planteaba el desconocimiento de un correo electrónico reciente como una causa probable de errores fundamentales. Aunque la falta de conocimiento del contenido de ese correo era pertinente a la discusión, definitivamente no era relevante. Pero se pretendió distraer la atención para redistribuir responsabilidades.
Finalmente, y para cerrar con broche de oro, en una discusión en Facebook pude leer cómo ante una serie de argumentos sobre el valor de un conjunto de acciones de gobierno, no faltó quien introdujera a la discusión el grado académico del político en cuestión. Una vez más, la intención de atacar a una persona, impidió un análisis objetivo y claro de las acciones que eran el sustrato de la conversación.
Si algo caracteriza al pensamiento científico es justamente la importancia que se le da a los criterios de pertinencia y relevancia en la construcción de conocimiento. Ante una realidad tan compleja y reconociendo con humildad que para comprenderla mejor necesitamos limitarnos a los asuntos pertinentes y relevantes, el quehacer científico requiere que ponderemos estas dos cualidades en cada argumento que se introduce en una discusión académica.
Estoy convencida de que si todos siguiéramos estos principios en la vida cotidiana, avanzaríamos con pasos firmes en la construcción de relaciones más sólidas, basadas en confianza mutua y en hechos concretos, verificables y basados en evidencia. ¿Cómo reconocer que es pertinente y relevante? Fácil, si después de escuchar o leer un argumento pensamos, “y eso ¿qué?”, ¡felicidades, hemos detectado lo irrelevante! 

jueves, 4 de junio de 2015

Tender una mano

publicado el 04 de Junio de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Soy una apasionada de mi idioma. Creo que la belleza del Español, de sus palabras, su gramática y su flexibilidad son un deleite cotidiano. Adoro tanto leerlo como escribirlo, y agradezco infinitamente a todos los productores de contenidos en español el esfuerzo que hacen por regalar a sus audiencias contenidos de calidad. Como bien saben, otra de mis grandes pasiones es la triada Ciencia-Tecnología-Innovación (CTI), pues la considero el máximo exponente de aquello que más admiro, nuestra inteligencia. Por esta razón, me entusiasma siempre saber que hay grupos hispanoparlantes que dedican recursos a la comunicación pública de la ciencia: Letras y CTI, ¿qué puede ser mejor?
En este espacio relaté hace poco más de un año, un hito trascendente en comunicación de la ciencia, la conmemoración del nacimiento de “Hypatia”, la revista de divulgación del Gobierno del Estado de Morelos, que edita Paty Pérez desde su fundación. Y hace tiempo he querido relatar cuánto extraño al “Biotlahuica”, publicación de la Sociedad Mexicana de Biotecnología y Bioingeniería, que conocí hace 12 años y cuyos colaboradores y editores han sido fuente de inspiración y de aprendizaje hasta el día de hoy. Felizmente hoy, tengo el gusto de escribir sobre otro evento que será parte de los anales de la historia de la CTI morelense, la fundación de la revista “Biotecnología en movimiento”, publicación de divulgación del Instituto de Biotecnología de la UNAM (IBt para los cuates).
Los investigadores del IBt, además de ser académicos del más alto nivel, reconocidos internacionalmente, también dedican buena parte de su tiempo a labores de divulgación. Encontramos en su comunidad plumas maravillosas, desde las formales y precisas, hasta las divertidas y dicharacheras. Aunque son muy activos en los medios de comunicación y sus ensayos forman parte de varias compilaciones de distintas casas editoriales, saber que ahora se reunirán en esta aventura editorial me llena de entusiasmo. Estoy segura que “Biotecnología en movimiento” será un deleite, diverso y prolífico como el Instituto que la produce. La presentación al público será el próximo miércoles 10 de junio, a las 17:00 en el auditorio del IBt.
Con publicaciones como esta, la comunidad académica tiende una mano a la comunidad, dando a conocer sus aportaciones y esperando que, en reciprocidad, nosotros abracemos esta oportunidad para tender puentes que mejoren nuestra comunicación y generen oportunidades de vinculación efectiva.
¡Nos vemos el miércoles en el IBt!

jueves, 28 de mayo de 2015

Priorizar o morir

publicado el 28 de Mayo de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Siempre he reconocido cuánto de lo que soy se lo debo a mi madre. Aprender a asignar prioridades a las tareas es una de las enseñanzas más importantes que le debo. Ella predicaba con el dicho y con el hecho. En distintas épocas de nuestra vida, se las arregló para administrar hogar, negocio y hasta la atención médica de mi abuela, tío y hermana. Además de sus tareas, siempre tenía en mente las nuestras, así como la importancia relativa de nuestros pendientes. “¿Cuándo tienes examen, Karla?” era menos prioritario que un “¿Ya hiciste la tarea, Carlitos?”, porque yo era 6 años mayor y mucho menos popular que mi hermano (y lo sigo siendo, ambas cosas). Felizmente, también tenía claro que un “¿Ya hiciste tu cama?” era mucho menos importante en la lista que un “¡Lávate los dientes!”. Hoy, mi hermano y yo tenemos muy buena salud dental; me doctoré y mi tesis doctoral es mi modus vivendi; mi hermano coordina y da seguimiento a un equipo de alto rendimiento; y ambos somos malísimos tendiendo camas.

Asignar prioridades es una de las principales funciones de un buen líder. El número de actividades que hay que realizar para obtener un resultado son diversas e identificar entre urgentes, importantes e intrascendentes, no siempre es tarea fácil. Para complicar un poco más las cosas, la atención y dedicación que les podemos destinar es limitada, y por lo tanto, administrar el tiempo y recursos que como equipo se le debe asignar a todas las actividades requiere de un muy buen algoritmo de priorización. Hay que analizar el impacto positivo de realizar cada actividad, pero sin dejar de lado el impacto negativo que conlleva el no realizarlas también. Al final, debemos calcular como minimizar los impactos negativos, maximizar los positivos y todo esto considerando las restricciones temporales y de  recursos humanos, económicos y materiales. Una vez más, ¡gracias Ma!


jueves, 30 de abril de 2015

Vamos por nuestra bata

publicado el 30 de Abril de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace unos días, por accidente, leí que uno de mis mejores profesores de la Maestría daría un seminario en un instituto de investigación cercano. Me dio mucho gusto saber que estaría por aquí y organicé mi agenda alrededor de su conferencia. Aún recuerdo con cariño y admiración sus clases. Solía llegar sin libros ni apuntes, sólo nos preguntaba en que se había quedado la sesión anterior y con eso tenía. El buen hombre armaba una clase fabulosa derivando ecuaciones de la teoría y complementando conceptos físicos y matemáticos. Las tres horas pasaban volando y, a pesar de que su materia no era mi fuerte (saqué seis el primer parcial), aprendí muchísimo de matemáticas, de mecánica, de rigor académico y hasta de pedagogía.
En estos últimos veinte años cambió de disciplina y se acercó a las neurociencias y a las ciencias sociales. Desafortunadamente, al hacer esto, también se despegó del rigor científico que lo caracterizaba y en un intento por hacer multidisciplina, dejó de lado su ventaja formativa, es decir, “se quitó la bata”. “Quitarse la bata” es esa actitud que tienen algunos colegas científicos y tecnólogos, cuando al tratar temas que no son de su campo de desarrollo olvidan la importancia del razonamiento científico, del pensamiento crítico y del principio de refutabilidad.

Mucha gente nos pregunta para que hacemos comunicación de la ciencia, pensando, equivocadamente, que el objetivo es reclutar jóvenes para ser científicos o ingenieros. Sí, sería mejor tener un México con más ingenieros, científicos y tecnológos, pero ese no es el fin último de la divulgación científico-tecnológica. La razón primordial que nos mueve es formar personas críticas, que apliquen las herramientas del pensamiento científico en su vida cotidiana, que tomen decisiones basadas en evidencias reales, en experiencias repetibles, en hechos y no en dichos. Perseguimos un entorno en el que las discusiones se nutran de pensamientos distintos enmarcados en el respeto y la tolerancia, una sociedad donde todos, “nos pongamos la bata” para hablar del tránsito, de las decisiones alimenticias, de las campañas políticas, y hasta del cuidado de nuestros jardines. Una comunidad donde los hechos comprobados nos permitan prever situaciones del futuro cercano y adaptarnos de manera más sustentable a los cambios. Una sociedad donde los académicos no se quiten la bata cuando dejan el salón de clases, sino mejor aún, una donde todos vivamos cómodamente con la bata del pensamiento crítico y la actitud científica, trabajando y aportando para que otro mundo sea posible.

jueves, 23 de abril de 2015

Innovación y gestión

publicado el 23 de Abril de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Conforme se acercan los cierres de etapa (semestre, trimestre, año), a todo lo largo y ancho de la organización a la que pertenecemos se nos avisa que hay que hacer la planeación de la próxima etapa. Esta planeación suele ir acompañada del presupuesto operativo y es deseable que también de un conjunto de indicadores y metas que cumplir. Podemos medir la antigüedad en el cargo de un administrador como inversamente proporcional al grado de ilusión que le provoca hacer este proceso. El nuevo administrador, aquel "afortunado" que recién ha recibido un puesto administrativo, ve la oportunidad de transformar su área, demostrar que la alta dirección hizo bien en darle esa oportunidad. Y emulando su infancia, arma una carta a Santa Claus (o los Reyes, o el Niño Jesús, o...) y se explaya costeando los proyectos que transformarán su área, y por ende el futuro de la organización.
Un buen administrador, novato o experimentado, además plantea estrategias para conseguir el presupuesto que requiere. Un administrador mediocre, suele esperar que el presupuesto llegue de algún lado, y si no llega, recorta conforme se vaya acabando el recurso en el peor de los casos, o hace un recorte de aquello que puede ser prescindible, en el mejor.
Tenemos la gran oportunidad de elegir administradores públicos en un solo unos días.  Quienes apliquen principios de planeación prospectiva, regional y operativa y se basen en ciencia y tecnología administrativa son el tipo de funcionarios que nos mostrarán, desde campaña su capacidad de gestionar con efectividad y eficiencia los recursos e infraestructura municipal.
Aspiremos a los innovadores, que dejen la mediocridad para otros, y se enfoquen en diseñar estrategias novedosas para mejorar la calidad de vida de los morelenses.

jueves, 16 de abril de 2015

Estamos a 2…

publicado el 16 de Abril de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mara, una colaboradora a quien recuerdo con cariño, acostumbraba contestarme “estoy a 2”, cuando le preguntaba si ya tenía listo tal o cual resultado. Era su forma de decirme “te lo entrego a la cuenta de 3, y ya estoy en el 2”. Su versión del muy mexicano “ya merito”, o del muy castigado por mis padres “ahorita”, me parecía encantadora.
Por años hemos escuchado como la vocación de nuestro estado es eminentemente turística. Nuestros parques acuáticos y nuestros espacios públicos se han beneficiado del turismo regional e internacional. Contamos en Morelos con espacios para el turismo ecológico, el de aventura, y el cultural. Incluso Xochicalco fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, lo que nos ubica en un mapa de relevancia cultural internacional. Sin embargo, no es la única vocación. Ya desde antes de la llegada de los españoles, Morelos era un espacio importante de investigación, y ahí tenemos a Xochicalco, sede de la segunda convención de sabios de Mesoamérica, donde se llevó a cabo el ajuste de calendarios entre los distintos sacerdotes-astrónomos de aquellos tiempos. En fechas más recientes podemos afirmar que nuestros centros de investigación, la pertinencia e impacto de la ciencia que se realiza en ellos y las áreas estratégicas en que hacen investigación, son el mayor activo con que contamos en Morelos. La comunidad científica, durante estos 40 años ha logrado consolidarse, es ahora una comunidad madura, multidisciplinaria, que está lista para potenciar e impulsar el desarrollo de la entidad.
Afortunadamente, desde el inicio de este siglo, se han dado pasos importantes en la construcción de nuestro sistema de gestión del conocimiento. El proceso más complejo en estos sistemas es, sin lugar a dudas, el de la transferencia tecnológica al sector productivo, o dicho de otra manera, el lograr que ideas brillantes se traduzcan en negocios exitosos.. De manera tal que, impulsando la innovación y la generación de empresas basadas en alta tecnología, podamos acceder al mundo de los "proveedores de conocimiento", e ir dejando atrás nuestra historia de “dependientes tecnológicos”. 

El reto es ser parte de la economía del conocimiento basar nuestro desarrollo sustentable en la generación de innovación. Tenemos expertos que son referencia en distintas partes de México y del Mundo sobre temas sustantivos, como el cuidado del medio ambiente, tratamiento de agua, energías alternativas, bioseguridad, organismos genéticamente modificados, salud poblacional, etc.; y la comunidad empresarial ya esta sensibilizada sobre la relevancia e importancia de la innovación tecnológica como elemento clave para la competitividad. Creo, felizmente, que estamos a 2…

jueves, 9 de abril de 2015

De risa... pero ya no tanto...

publicado el 09 de Abril de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mi madre de niña, preocupada porque el agua acabaría pronto, ensayaba tomando la menor cantidad de agua posible todos los días, esperando que su cuerpo se adaptara a la inminente tragedia. Afortunadamente para la salud de sus riñones, aprendió que la evolución de las especies no funciona así... Esta anécdota es una de las que de pequeña me hacía estallar en carcajadas, no por la razón que me gustaría presumir aquí: "que yo de niña entendía el proceso de selección natural y me reía del error de mi madre", ¡para nada! Me atacaba de la risa por lo "absurdo de pensar que un día nos quedáramos sin agua... ¡por favor!". El agua, en mis tiempos, se tomaba de la llave... Sí, leen bien, de la llave, sin filtro, ni gotitas de cloro, ni teníamos que hervirla. Es más, el agua hervida y luego enfriada, sabía feo. Sabía insípido si la atemperábamos al aire libre, y a "refri" si la enfriábamos más rápido dentro del refrigerador. Todavía recuerdo las tardes de vacaciones que con el calor del verano, chapoteábamos en el jardín mientras mi mamá regaba las plantas, acercándonos al chorro de agua de la manguera para saciar sed y refrescarnos cara y pecho con el salpicón hídrico.
En época de lluvias, Cuernavaca se inundaba. A mis escasos 10 años, no atribuía esas inundaciones a un deficiente servicio de colecta de agua. Para mí, si algo sobraba en la vida era el agua. El agua limpia, fresca, sabor a Cuernavaca. Pensar que mi madre en su niñez se preocupara por una sequía mundial, era para tirarse de la risa...
Hoy, al recordar esa anécdota familiar, lamenté que la evolución no se diera como mi mamá de niña esperaba. No podemos decidir que no necesitamos el agua como pobladores de este planeta y auto-modificarnos para sobrevivir ante la falta del vital líquido. No nos queda más que CUIDARLO. Y cuidarlo efectivamente, que va mucho más allá de "cerrar la llave, bañarnos con la menor cantidad de agua posible, usar WC con tanque reducido", tenemos que preocuparnos por cómo se trata el agua que usamos, por cómo y dónde se construyen los nuevos asentamientos humanos, las plazas comerciales, etc.  

El fin de la abundancia de agua potable ya inició, el primer paso es reconocerlo, vamos por los demás. Tristemente, ya no es por nuestros nietos, ni por nuestros hijos, es por nosotros, la importancia de cuidar el agua potable ya se convirtió en urgencia.

jueves, 2 de abril de 2015

Construcciones sustentables

publicado el 02 de Abril de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Cuando llegué a la casa que ahora habita mi padre, tenía 18 años. En aquel entonces, vi la placa que en el muro lateral tenía la fecha en que se terminó la construcción, de la que sólo recuerdo el año: 1945. Corría el año de 1987 entonces, aún estudiaba ingeniería en sistemas electrónicos en el Tec y lejos estaba de mi historia el concepto de sustentabilidad, o el del fin de la era del petróleo. La casa, muy estilo Cuernavaca, de techos altos, terrazas por todos lados, muros de más de 20 cm de espesor, ha resistido los embates del tiempo y del clima. Es fresca en verano y tal vez demasiado fresca en ciertos inviernos (no en todos, afortunadamente). Y, a pesar de todos los cambios que ha hecho mi padre, aún conserva el aire de entonces y las ventajas climáticas y de iluminación con que fue construida.
¿Qué nos pasó, del siglo pasado a este, que perdimos de vista la ubicación geográfica, el clima local, la orientación del sol, las corrientes de aire, las barrancas, los pozos de agua cercanos, al construir? ¿Cómo olvidamos la importancia de un diseño bien pensado y de una construcción bien orientada para aumentar el confort? Parece que al haber soluciones tecnológicas para aclimatar la vivienda (luz artificial, aire acondicionado, calentadores, etc.), decidimos construir sin pensar y confiar en la tecnología para suplir la falta de ingenio, o peor aún, de sentido común de los arquitectos e ingenieros. Basta visitar a alguien en un multifamiliar y darnos cuenta de cómo el criterio por construir más viviendas en menos espacio se impuso al de construir viviendas pequeñas pero dignas.  El costo lo estamos pagando, no sólo en la factura de CFE, sino en el alarmante incremento de emisiones de CO2 producto de este diseño sin sentido, y del derroche energético que provocamos para aclimatar nuestros hogares. Ya se con ventiladores, enfriadores o, peor aún, aires acondicionados.
Ante la crisis energética actual, tenemos una gran oportunidad para, mirando al futuro, diseñar inteligente y sustentablemente la vivienda de los próximos años. Ya no estaremos nosotros, como ya no están quienes construyeron las casas que habitamos algunos, pero quienes hereden nuestros espacios, nos agradecerán la inversión en tiempo y en intelecto que les permitirá tener edificaciones cómodas, iluminadas y energéticamente eficientes.