martes, 27 de diciembre de 2011

Futureando sobre el transporte...

Un jefe de quien aprendí mucho, tenía la costumbre de etiquetar cosas y procesos para que fueran más comprensibles para el resto de la gente. En particular, llamaba "futurear" a esa actividad medio adolescente de soñar despierto con un tema y llevarlo a algún tiempo en el futuro. Esto es algo que hacemos muchos, especialmente en la adolescencia, cuando miras de reojo al "objeto de tu afecto" y ya te estás imaginando que se acercará para invitarte a salir, se enamorará perdidamente de ti y tendrán bellos hijos de ojos azules (como los de él) y abundantes cabelleras castañas (como la tuya).
Hoy parte de mi actividad gira alrededor de crear escenarios futuros, en particular lo que llamamos futuro tendencial, es decir, cómo serán las cosas en unos años (10, 20, 30... entre más lejos en el futuro, más impreciso el escenario). Lejos está esta actividad, que se basa en conocimiento preciso concreto del pasado y el presente, de esas "futureadas" adolescentes, que iban desde sacarnos la lotería sin comprar boleto, o sacarnos un premio al mérito académico, sin estudiar.
En este contexto científico, los invito a leer sobre el futuro de transporte en el mundo, en qué deberíamos poner el acento y cómo la infraestructura de nuestras vías de comunicación puede es fundamental para el crecimiento de nuestro entorno (local, regional, nacional y por supuesto Mundial): http://crearfuturos.blogspot.com/2011/12/infraestructura-del-transporte-al-2030.html

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Lo doctor no quita lo...

publicado en La Jornada Morelos en Julio de 2010


Me gradué hace más de 20 años como Ingeniera en Sistemas Electrónicos del Tec de Monterrey, Campus Morelos.  En la encuesta de graduandos que nos aplican religiosamente a todos los egresados del sistema ITESM, nos pedían el nombre de nuestros cinco mejores profesores y de los cinco peores profesores. Era 1989, tenía poco tiempo la costumbre (ahora regla) de dar preferencia a profesores con grado de doctor (o “de perdida” con maestría) en el área de interés para impartir una materia.  Recuerdo que cuando tal regla entró en vigor, varios catedráticos (la mayoría sin posgrado) y muchos más alumnos pegamos el grito en el cielo. “Pero, ¡si lo doctor no quita lo pe...lmazo!”, era la frase más cantada entre pasillos al referirnos a tal o cual doctor en ingeniería o en ciencias que nos había perjudicado la experiencia como estudiantes. Sin embargo, años después, cuando llenábamos nuestra encuesta, nos dimos cuenta de que, entre los mejores profesores la mayoría contaban ya con algún o algunos posgrados; y ciertamente, entre los peores profesores una clara minoría también.  Cuando pasaron los años y me tocó el turno de prepararme para obtener el grado de Maestría o el de Doctorado, pude darme cuenta de cómo, aunque efectivamente el grado no nos hace inmunes a la estupidez ni a la cretinez (y justo ahora tengo en la punta de la lengua a por lo menos un colega muy cretino y... bastante pe...lmazo), sí garantiza que el portador del grado tiene las habilidades necesarias para realizar y concluir proyectos de investigación exitosos (la tesis de cada uno de nosotros es prueba fiel de esto); y ha transitado por el crítico, pro-refutación y siempre perfectible mundo académico. Es decir, hemos pasado por el tamiz del pensamiento científico, la exposición de conceptos entre pares y su consecuente crítica y mejora; evitando las posturas absolutistas, dogmáticas y autoritarias, en una palabra: anti-científicas. 

Los que consideramos que entre más cultura científica empape a la sociedad en general, mejor mundo tendremos, lo creemos por estas razones. El pensamiento científico nos abre el horizonte, nos permite escuchar al otro, confrontar nuestras certezas honestamente y discernir los mejores caminos desde un ámbito tan libre de subjetividades como sea posible (no podemos evitar enamorarnos de nuestras teorías y enceguecer de amor de vez en cuando, lo reconozco). En este mundo global, multidisciplinario, donde es tan difícil demostrar competencias y credenciales que sean evaluadas por colegas de otras disciplinas, la obtención del grado es una forma de mostrar y demostrar que se habla el lenguaje de la ciencia y la tecnología. No dice que tan fluido lo hablamos, o que tan diestros somos en nuestra disciplina, pero sí garantiza un conjunto mínimo básico del que podemos partir para comunicarnos entre pares en el entorno científico.

Además de los espacios académicos, hay otros espacios en el mundo productivo que requieren de este tipo de perfil. Pertenecer a la sociedad del conocimiento, requiere que hablemos su idioma. Un ejemplo claro lo tenemos en quienes se encargan de hacer vinculación entre Academia y Empresa en temas de alta tecnología. Así, los directores de los centros de transferencia tecnológica e innovación, naturalmente  requieren hablar con fluidez el lenguaje del pensamiento científico. Morelos también es vanguardia en este sentido, pues el organismo descentralizado encargado de las políticas públicas de ciencia, tecnología e innovación, el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Morelos (CCyTEM), estipula en su Manual de Organización como requisito indispensable que, quienes dirijan al CCyTEM y al  Centro Morelense de Innovación y Transferencia Tecnológica, deben contar con el grado de doctor (hablar el idioma) y contar con experiencia probada en puestos similares (hablarlo con fluidez, destreza y lo más importante, efectividad). Esta última exigencia, la de la experiencia, nos asegura que si lo doctor no nos quitó lo pe...lmazos, el camino recorrido en puestos similares seguro lo habrá logrado.

martes, 13 de septiembre de 2011

En la Ma…trix

publicado en La Jornada de Morelos el 29 de marzo de 2011


Hace algunos años entré casi sin querer al cine; iba con unos compañeros de estudio y de vida, buscando distraernos con la gran pantalla. Sin saber de qué se trataba, y más por aprovechar la noche, entramos a ver “La Matrix”. La elección fue, como muchas gratas sorpresas de mi vida, excelente. Pudimos ver efectos especiales nunca vistos, una historia entretenida y, para algunos de nosotros, un tema de culto más a que aficionarnos.

La premisa central de la saga es un futuro donde la humanidad vive enchufada literalmente a un gran sistema de cómputo: La Matrix. Hemos extinguido la mayoría de las formas de vida en la Tierra. Nuestro planeta es árido, inhóspito y hasta hemos logrado, con una contaminación brutal, obstruir permanentemente los rayos del sol. Entonces vivimos “felizmente” engañados por un gran sistema de cómputo que nos obsequia imágenes de altísima definición en 3D digital, 24/7  (24 horas al día, 7 días de la semana).

Hace unos días leí con preocupación que hay un proyecto para instalar en el Parque Ecológico Chapultepec una gran pantalla 3D, para que los visitantes se sumerjan en la experiencia digital y aprendan sobre cultura ambiental y otros ecosistemas. Así, los visitantes del parque, que pretendemos dejen el sofá y la TV, podrán, sentados en cómodas butacas frente a una Televisionzota, disfrutar gracias a sus lentes 3D, de la experiencia virtual en un ecosistema… ¿No tiene más sentido armar recorridos interesantes, guiados por expertos en donde los asistentes al parque interactúen realmente (y no virtualmente) con el maravilloso ecosistema cuernavacense? Esto es, en Morelos no esperaremos, como en la multi-citada película, a la destrucción del medio ambiente, mejor nos vamos adelantando y acostumbramos a las nuevas generaciones a hacer excursiones virtuales, mientras comen una cubeta retacada de palomitas, un refresco jumbo y un rico seudo-chocolate (por el nulo contenido de cacao que tienen hoy día los productos sabor a chocolate). Ésta parece ser la bizarra concepción que nuestras autoridades estatales tienen de la sustentabilidad.

Veo con tristeza la manifiesta falta de apoyo a nuestro Museo de Ciencias de Morelos, que este 24 de marzo, en lugar de festejar un segundo aniversario de impulso, inversión decidida y fortalecimiento de infraestructura, ve en el “día del Museo de Ciencias” una fecha de acción afirmativa, donde esperan fortalecer con discursos y sin hechos ni compromisos reales, un espacio que ha sido la inversión de talento, esperanza y trabajo de morelenses entregados a la causa de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación.

Veo que se privilegia la inversión privada de un grupo industrial que no genera conocimiento, sólo articula soluciones extranjeras, las pinta de obras de altruismo y sigue aumentando capitales que nada dejan a la entidad.

Veo que se ignora flagrantemente, una vez más, a esa comunidad académica que tanto presumimos y nos “enorgullece” en el discurso político, pero que “Dios nos libre” de consultar a tiempo e involucrar en las decisiones de Estado.

Veo que la preocupación por el ambiente y la educación es un discurso propagandístico más, sin fondo, pero eso sí, con mucha forma y aderezado con las más dulces palabras de quien representa una industria de golosinas que ha engordado sus bolsillos a costa de la sana nutrición no sólo de los adultos; sino, más perversamente aún, de nuestra población infantil ya con sobrepeso y obesidad alarmantes.

Veo que, rápida e inexorablemente, nos están poniendo en la Ma…trix.

lunes, 27 de junio de 2011

Fuera Máscaras

publicado en "Ciencia y Ficción" en junio 2009

WYSIWYG (se pronuncia Guaisigüig). Todavía recuerdo como si fuera ayer (la memoria es marvillosa, ¿verdad? Sin duda, mejor máquina del tiempo que la de H.G. Wells, aunque sólo funcione en un sentido), leer en un artículo de revista especializada para computólogos, la palabra más atractiva que hasta entonces había visto... WYSIWYG, el acrónimo en inglés de Lo Que Ves Es Lo Que Obtienes, que en español sería LQVELQO (que no se ve nada mal, pero es francamente impronunciable).

WYSIWYG aludía a un tipo de programas de cómputo que te permitía ver en la pantalla, en tiempo real, algo muy parecido al documento que obtendrías en la impresora.  Corría el año 1985 y la idea de tener acceso a un programa de cómputo que te permitiera esto era innovador para muchos, y aunque para algunos era un desperdicio de recursos de cómputo (memoria, necesidad de un monitor carísimo de alta resolución y tiempo de procesador dedicado a la interfaz gráfica); era, sin duda, tranquilizador para los más.  Al fin, podría el usuario no especializado escribir un documento sin necesidad de utilizar una serie de comandos que le darían forma  en la impresora y para saber cómo se vería impreso.  Apple fue, con el lanzamiento de su Apple Lisa (precursora de la Macintosh), quien con LisaWrite iniciara esta gran idea, allá por 1984.  Aunque no fue sino hasta un año después, con la aparición de la Apple Macintosh y su serie de programas: MacWrite, MacPaint y MacDraw, que el concepto de “ver lo que obtienes” perteneció al dominio público.

Curiosamente, a mí lo que me fascinó no fue esta revolucionaria idea de permitir que el usuario viese lo que obtuviese.  Así es, yo formaba parte de ese pequeño grupo que consideraba que dedicar “toda esa memoria y ese dinero” para visualización de un papel, era un franco derroche.  Sin embargo, WYSIWYG resonó conmigo en el instante que lo leí y me llevó en aquel entonces a un segundo viaje temporal (que también recuerdo como si fuera... antier). 

Corría el año de 1981, y yo era estudiante de secundaria (¡auch! Sí, me he delatado por segunda vez) en una escuela de monjas (“para señoritas” era el término políticamente correcto).  Estábamos en los vestidores, después de clase de natación y mis amigas estaban frente al espejo sacando “la tlapalería”: cucharas, lápices, rimmel, polvos de colores, rizadores, maquillajes, etc.  Una de ellas, mi mejor amiga entonces, se me acercó con un lapicito bastante mugrosito y me dijo “anda, ve que bien te vas a ver, yo te pinto”.  Yo, horrorizada, me aventé una disertación sobre como “mi cara no era un lienzo, ni yo un pintor”, renegando sobre la vanalidad de decorar lo que Dios nos dio y afirmando que “quien me quiera, que me quiera como soy”.  Sobra decir que tal rollazo, en una escuela sólo para mujeres, convenció a las pocas que aún dudaban que yo estaba rematadamente loca de ser, por lo menos,  rara sin remedio. Sin embargo, cuando años más tarde vi en flamantes letras mayúsculas y negrillas WYSIWYG, me sentí comprendida y bien descrita por primera vez.  Pues aunque desde la preparatoria me pintaba “la rayita” (para los no-expertos, me refiero a esa línea oscura que ven justo en la frontera del ojo y las pestañas inferiores, paso de la muerte donde los pobres ojos suelen quedarse con un poco de grasa siempre y ocasionalmente un pedacito de madera o crayón), so pena de empañar mis lentes de contacto y ver menos que sin ellos todo el santo día, siempre fui enemiga de “las plastas color carne” que transformaban a adolescentes pecositas y “barrientas” en rostros perfectos a lo lejos, y en máscaras “olor a señora” de cerca. Mi convicción de no usar maquillaje y pasar horas frente al espejo en la tranformación milagrosa, era doble.  Por un lado, el daño que tanto producto haría en mi piel; pero más importane aún, el depender de todo ese arsenal diariamente, para evitar que los demás me vieran au naturelle, me parecía terrible.  Y sí, nunca faltó el día en que a alguna compañera se le hacía tarde, llegaba con la cara lavada y en los pasillos de la prepa (la universidad, el trabajo, la oficina... “¡ah, qué buena medicina!”), se escuchara: “es Fulanita, ¿qué le pasó?, ¡qué bárbara, que ojitos tan chiquitos!, ¡qué colorcito, que se asolee!”. Yo, por lo menos (valiente consuelo), era la misma descolorida ojos chiquitos, todos los días, what they saw, they got!

Hace un año, en un ciclo de conferencias sobre Transparencia, mientras escuchaba al Consejero Presidente del Instituto Morelense de Información Pública y Estadística dar ejemplos sobre lo que las iniciativas pro-Transparencia habían aportado al gran público y por tanto a la democracia, recordé mi palabrita, WYSIWYG.  A primera vista, el concepto de Transparencia, de mostrar lo que hay, parece ser un quitar maquillajes, desechar máscaras y mostrar el rostro de las instituciones.  Sin embargo, es mucho más que eso.  La fortaleza de la transparencia radica no sólo en mostrar sueldos, salarios, agendas o presupuestos; sino en lograr un objetivo aún más importante: dar acceso democrático a la información de las instituciones públicas, y con ello, contribuir a una verdadera rendición de cuentas.

Cuando miro las campañas de transparencia, que premian la exhibición de sueldos y presupuestos, veo también una inversión considerable dentro de las instituciones públicas en maquillaje, en mostrar para cumplir sin un interés en informar.  Un compañero de trabajo solía decir, con un toque de desdén: “no hay mujeres feas, sólo pobres”. ¿No estaremos acaso promoviendo con estas medidas de escándalo mediático una cultura de engaño aún más perversa por costo e intención, dirigida a mostrar engañosamente desde inicio lo que nos conviene que el público vea? Quitarse el maquillaje y dejarse ver en público cuesta, y cuesta mucho. Pregúntenselo a los cientos de mujeres que todos los días se maquillan en el coche. Mujeres que, ante el terror de llegar a la oficina con la cara lavada, prefieren correr el peligro de un accidente de tránsito. No vaya a ser que, cuando los demás vean Lo Que Obtienes Cuando Realmente Me Ves, nos miren con compasión y nos digan “¡Karlita, ahora sí te veo traqueteada! ¿Te puedo ayudar en algo?”, y entonces sintamos de golpe y porrazo el costo de haber ocultado durante tanto tiempo a los ojos de los demás, lo que somos.

A ratos se me antoja un poco más de paciencia y mucho más de inteligencia al momento de analizar lo que las iniciativas de transparencia nos ponen sobre la mesa.  Pidamos ver más y conocer mejor, pero también tomémonos el tiempo para construir conocimiento a partir de esos datos y cifras. Ahondemos en lo que realmente se hace con el erario público, caso por caso, peso por peso, casilla por casilla, y ¿por qué no?, voto por voto, pero de manera conectada, integral, causal y concordante. El argumento de lo caro que puede ser conocer esos datos, cuando la tecnología de la información ha evolucionado al grado de hacer posible que nos contectemos en fracciones de segundo con el resto del mundo y que manipulemos grandes cantidades de información de fuentes diversas en la Internet, se cae no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino en términos de costo-beneficio.  El valor de mantener informada a la población, de fomentar la participación social en todos los órdenes y niveles de gobierno es muy superior al costo de desmaquillar rostros, transparentar procesos y hacer responsables a los administradores públicos de las decisiones que toman día con día.

lunes, 20 de junio de 2011

Ciencia global... Una visión integradora

publicado en Hypatia  No. 4, Enero-Marzo 2002

Reseña del libro: Una Visión Integradora: Universo Vida Hombre y Sociedad
Compiladores: Francisco G. Bolívar ZapataPablo Rudomín
Editorial EL COLEGIO NACIONAL

¿Qué tienen en común Carlos Fuentes, Francisco Bolívar Zapata, Ruy Pérez Tamayo y Beatriz de la Fuente? Los cuatro son grandes pensadores de nuestro tiempo, mexicanos que han logrado tener grandes contribuciones en ámbitos multidisciplinarios. Son miembros del Colegio Nacional, y forman parte de una de la compilaciones más interesantes que he tenido el privilegio de leer: Una Visión Integradora.
Esta publicación nos da la oportunidad de conocer a través de sus aportaciones a los 39 miembros de El Colegio Nacional que representan a los valores mexicanos en los campos del pensamiento científico, filosófico y artístico , y que son parte del maravilloso ambiente intelectual de tan prestigiada institución, fundada para "impartir por hombres eminentes, enseñanzas que representen la sabiduría de la época, esforzándose porque el conocimiento especializado de cada una de las cátedras concurra, fundamentalmente a fortalecer la conciencia de la nación, perpetuada en generaciones sucesivas de personas relevantes por su ciencia y virtudes" (www.colegionacional.org.mx);
Esta obra nos presenta la visión del selecto grupo de intelectuales, que retoma los aspectos del conocimiento, existencia y quehaceres humanos, alrededor de los conceptos: Universo, Vida, Hombre y Sociedad. El libro esta dividido en dos secciones; los primeros cuatro módulos titulados Orígenes del universo; Vida, evolución y mente; Hombre y salud, y Hombre y medio ambiente ofrecen un panorama desde el origen del universo, del sol, de la Tierra y de cómo posteriormente surge la vida, la biodiversidad y la especie humana, y la manera en que el hombre tiene la posibilidad de transformar el medio ambiente que lo rodea.
En los demás módulos, Hombre y sociedad; Presencia del hombre; Proceso creativo, y Ética y moral, se describen las reglas sociales de convivencia, el desarrollo de las capacidades de análisis filosófico y antropológico de la presencia del hombre y su misión futura, así como la aparición de otros procesos creativos, como los artísticos y los literarios.

lunes, 6 de junio de 2011

El Bienestar Social en el Contexto de la Economía Neoliberal

(publicado con seudónimo en "Ciudadanos por Cuernavaca" el mes de agosto de 2005)

La mundialización (o globalización) financiera agrava las desigualdades
sociales, y por ende, la inseguridad económica. Esto se debe a que menoscaba
las opiniones de los pueblos, de las instituciones democráticas y de los Estados
soberanos encargados de defender el interés general; y los sustituye por
lógicas estrictamente especulativas, que únicamente expresan los intereses
de las empresas transnacionales y de los mercados financieros.
De esta forma, podemos ver como los ciudadanos y sus representantes
sólo ven cómo se ejerce el poder de decidir su propio destino, en nombre
de una transformación del mundo presentada como una ley natural. Somos
espectadores de un juego al que sólo los grandes capitales están invitados a
jugar. Esto nos genera un sentimiento tal de impotencia que ha favorecido
el avance de partidos antidemocráticos. Partidos que, por el simple hecho
de haber accedido al poder de manera democrática (a través del sufragio),
pretenden hacernos creer que vivimos en la era de la democracia.
Las consecuencias sociales de esto son terribles. Especialmente en los
países en vías de desarrollo, como el nuestro, donde vivimos sometidos
al dictado de los planes de ajuste del FMI. El pago de las deudas públicas
obliga a los gobiernos a reducir al mínimo los presupuestos de servicios
sociales y condena las sociedades al subdesarrollo. Ante esto, los gobiernos
responden con políticas de “bienestar social”. Donde se pretende, con
presupuestos irrisorios, cubrir las deficiencias de salud, educación, empleo
e inversión, bajo el paraguas de una política social que reparte las migajas
que caen de la mesa donde los grandes capitales juegan, especulan y esclavizan
las voluntades de pueblos enteros. Así aplaudimos las iniciativas
de “generación de empleos” a través del modelo del “changarro”, o las de
“salud y bienestar” a través de campañas de seguro popular que cubren a
cientos de miles de personas… cuando hablamos de millones que necesitan
el servicio; o peor aún, a través de las “becas para el desarrollo de
científicos”, cuando se escatima la inversión pública en un rubro que no
sólo se ha estancado, sino donde hemos retrocedido, lastimando nuestra
soberanía nacional irremediablemente, pues dónde mejor representada se
puede encontrar la riqueza de nuestro México, que en el talento, creatividad
e inventiva de los mexicanos.
Mi abuelita (en paz descanse) nos decía al terminar de comer, “hay que
traer un pollito para tanta migaja que dejan”. Hoy ella diría, “m’hijo, trae
al pollito para que se lleve su bienestar social”

viernes, 3 de junio de 2011

La Otra Vocación

(publicado en Diálogos Surianos en julio de 2007)

Hace muchos años, tuve la fortuna de recibir una de las grandes lecciones de vida durante una clase de maestría. La materia era una “nueva” materia que se había incluido en el postgrado en ciencias y que de manera rimbombante llevaba el nombre de “curso sello”, pues implicaba que era parte de un conjunto de cursos que nos dotaban a los egresados del programa de graduados de “esa característica única que tienen nuestros alumnos”. El curso en cuestión se llamó “Cultura de la calidad”. Siendo el postgrado que yo cursé en ciencias computacionales, con una clara orientación hacia la investigación y las matemáticas aplicadas, el tema de la “calidad” me parecía más un asunto de cultura general, que de interés académico.
En algún momento del curso, nos preguntaron “¿cuál debe ser el objetivo de una empresa?”. Ante una pregunta tan fácil para mí, inmediatamente contesté “hacer la mayor cantidad de dinero posible”. La discusión que siguió a mi inocente intervención no sólo duró más de una hora, sino que me pareció, en ese momento, un asunto de semántica. Hoy sé que no es así, que era un asunto de percepción y de niveles de abstracción. La gran crítica a mi respuesta era que si una empresa sólo pone sus ojos en aumentar su utilidad este año, muy probablemente se enfrascará en prácticas que a la larga la dejen fuera del mercado. A lo que yo contesté “pues si queda fuera del mercado en X años, con el tiempo habrá dejado de percibir dinero y por lo tanto, se aleja del objetivo el cual insisto, es hacer la mayor cantidad de dinero posible”. Bueno, el que para mí, y sólo para mí, fuera un asunto “entendido” el que “la mayor cantidad de dinero posible” llevara implícito el “durante el mayor tiempo, en las mejores condiciones financieras posibles”, fue la gran lección. No basta, comprendí ese día, con establecer lo indispensable y omitir lo necesario en una definición o descripción. Es menester siempre, especialmente cuando tratamos de comunicar algo a un público general, ahondar en las sutiles diferencias, esas que pueden delimitar claramente fronteras, y dejar claro, más allá de toda duda, el sentido de lo expresado.
Cuando hablamos de impulsar el desarrollo económico o social de una entidad, es de lo más común ver respuestas implementadas que, por falta de precisión en los términos, se han desviado de su objetivo y sólo logran justificar gasto público excesivo con un mínimo de beneficio económico y social real. Si a esto le añadimos la dimensión de la sustentabilidad, el panorama es aún peor.
¿Por qué añadir “sustentabilidad” a un programa de desarrollo económico? Porque tal cómo la anécdota popular nos relata, si el campesino nos vende toda su semilla (sin guardar un poco para la siguiente siembra y su posterior cosecha), luego ¿qué vende? Tal pareciera que entre más importante es la decisión de ¿a dónde dirigir el gasto público?, más se omite la consideración de ¿y luego que vendemos? De tal forma que, en lo local hemos ido descapitalizando poco a poco (habrá quienes al ver esos complejos de vivienda inmensos, dirán “mucho a mucho”) a nuestra entidad. Descapitalizando en el sentido más grave de la palabra. Estamos despojando a Morelos, a sus ciudades, de aquello que les confería valor. En un intento desesperado por generar recursos, por “hacer la mayor cantidad de dinero posible” hemos omitido, por años, el cálculo de lo que estos proyectos de “desarrollo” económico le cuestan a la comunidad que pretenden beneficiar. Es precisamente en el marco del desarrollo sustentable, donde estos costos se hacen explícitos y se comprende de manera integral lo que un proyecto genera, y contra que lo genera. Citando a Víctor Urquidi, entendemos que el desarrollo sustentable “es aquel que se lleva a cabo sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades… y está implícita la preocupación por la igualdad social dentro de cada generación.” O parafraseando a Manuel Martínez, el desarrollo sustentable es “alcanzar el bienestar de las personas al considerar simultáneamente aspectos sociales, económicos, ambientales e institucionales, y también toma en cuenta a las generaciones futuras y a los más desprotegidos del presente.”
Si al hablar de desarrollo (sustentable, por supuesto), nos presentan el proyecto de un conglomerado de vivienda de lujo, que albergará a mil personas, en el corazón de una ciudad urbana--ya de por sí congestionada y con problemas de suministro de agua--el costo de este proyecto tendría que subsanar con creces las problemáticas vial, de suministro de agua y de manejo de residuos sólidos urbanos que traerá a la zona; de tal forma que, cada espacio de vivienda sea visto como una unidad de costo que va más allá de la planta física y los servicios inmediatos, un costo que contemple la remediación del impacto negativo que trae consigo. Así las cosas, al problema que plantea el crecimiento de la población y su necesidad de espacios dignos de vivienda, respondemos como sociedad y gobierno, con una solución que daña los recursos naturales y que agrava la problemática urbana. Esta tradición de tapar huecos cavando hoyos en otro lado, sólo puede atacarse desde la innovación y la creatividad. Requerimos de proyectos innovadores con una visión sustentable, cuyos horizontes se extiendan no a los siguientes 3 ó 6 años, sino que abarquen espectros integrales tres o cuatro veces más largos (entre más, mejor).
Si hacemos un rápido análisis mental de los últimos proyectos que los gobiernos estatales han impulsado en los últimos años, en busca de un desarrollo económico, veremos enseguida que la dimensión de la sustentabilidad no está considerada. Han sido proyectos, todos ellos que, en el mejor de los casos, benefician a unos pocos en este momento (en el presente inmediato), proyectos que en el mediano y largo plazo (y a veces hasta en el corto), generan problemas sociales y medioambientales que se traducirán en más problemas económicos, con un grado de complejidad aún mayor. Para muestra tenemos lo que sucedió hace unos años con el Casino de la Selva, o el “distribuidor” vial de Plan de Ayala, o los edificios de más de veinte pisos al norte del Hospital del Niño.
Cuando se escuchan los proyectos destinados a generar riqueza, las palabras “infraestructura carretera”, “parque industrial”, resuenan por doquier. Planes para tapar barrancas, talar bosques, modificar nuestro entorno surgen y son impulsados con toda la fuerza del aparato gubernamental. Pareciera que en pleno siglo XXI pretendemos perpetuar los “usos y costumbres” del siglo pasado, donde la industria tradicional y la producción masiva de bienes eran lo más importante. Ofrecemos a los grandes capitales mano de obra barata, que ya no lo es tanto, si miramos a países como China o la India. Olvidamos que en Morelos la tenencia de la tierra es un asunto único, que requiere de la participación social, donde sólo mediante la inclusión de todos los sectores involucrados se pueden concretar proyectos viables. De manera que para un trazo carretero, o para la designación de un espacio como “parque industrial” es indispensable contar con el consenso de quienes tienen los derechos sobre los terrenos en cuestión.
Es más, hay que lograr proyectos incluyentes donde se busque beneficiar a la población involucrada, no con un enfoque asistencial, sino con un enfoque de desarrollo comunitario, de respeto e igualdad social. Ahí tenemos el proyecto realizado por el Patronato para el rescate de San Antón y las Barrancas de Cuernavaca, A.C., como claro ejemplo de un proyecto incluyente.
Para lograr un desarrollo sustentable, necesitamos antes que cualquier otra cosa, entender nuestro entorno, conocer nuestros recursos, tener una clara conciencia de cuál es la realidad de nuestro estado y trabajar con ella. El gran patrimonio natural de Morelos es su clima, en particular, el de Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera. Este clima no es gratuito, se debe a la geografía de nuestra entidad, a la disposición de las barrancas, a la vegetación de la reserva del Chichinautzin, a contar con grandes extensiones de tierra permeables al agua de lluvia, que renuevan nuestros mantos acuíferos por un lado y le dan esa saludable combinación de lluvia nocturna a nuestra ciudad en la época más calurosa del año. Resulta entonces un asunto de sentido común (que como dijera H. Greele, a veces parece ser “el menos común de los sentidos”), cuidar este patrimonio climático (que por su importancia y extensión amerita no sólo otro artículo, sino todo un ejemplar—que ya está en preparación—dedicado al medio ambiente y sus implicaciones socio-político-económicas).
Morelos cuenta con otro patrimonio, desafortunadamente no tan conocido como el clima, pero que igual que este, bien administrado, puede hacer de Morelos un estado de primer mundo, su patrimonio científico-tecnológico.

La Ciencia y la Tecnología en Morelos

Es conocido por muchos, el hecho de que Morelos reviste de un fuerte atractivo para la comunidad intelectual. La lista de escritores, pintores, críticos, creadores e intelectuales mexicanos y extranjeros que han pasado por nuestro estado y que se han quedado con nosotros es larga. En particular, somos una entidad que ha logrado capturar a las mentes más brillantes de México. La combinación de cercanía con el DF, clima excepcional, y buena calidad de vida, ha demostrado ser irresistible para los científicos que se han establecido junto con sus familias, durante los últimos 30 años, entre nosotros.
Están establecidos en Morelos actualmente 39 centros de investigación, 135 laboratorios y 1,644 investigadores. Nuestra entidad el segundo lugar estatal, solo después del D.F., respecto a número de miembros del Sistema Nacional de Investigadores (640) . Pero más allá de los números y de las cifras (que son impresionantes e impactantes sin lugar a dudas), la investigación que se realiza en nuestra entidad es del más alto nivel internacional. Radican en Morelos ocho investigadores galardonados con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, que es la más alta distinción que un académico puede recibir en nuestro país. Entre ellos uno fue galardonado con el Premio “Príncipe de Asturias” de Investigación Científica y Técnica en 1991 y es miembro de El Colegio Nacional . Otro es un distinguido miembro de la National Academy of Sciences (NAS), academia a la que sólo pertenecen 9 mexicanos (siendo México el país hispanoparlante que más miembros tiene en la NAS). Nuestro estado tiene además la fortuna de ser sede de importantes centros de investigación en Ciencias Sociales y Humanidades, con investigadores que son reconocidos por su labor tanto en México como en el mundo, gracias al trabajo que han logrado hacer para organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, por ejemplo.
Pero no son sólo las grandes personalidades del mundo científico que radican en nuestro estado las que lo dotan de importancia académica, es la relevancia de lo que estudian, de lo que producen para la comunidad científica internacional, lo que nos ubica como una entidad productora de conocimiento. Resulta que, en un comparativo hecho recientemente por Antonio del Río, al calcular los indicadores con que la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), evalúa el tema de “Ciencia e Innovación”, Morelos tiene valores que lo ubican por encima de la media de los países miembros de dicha organización, muy por encima de los países latinoamericanos (incluido México).
En 2005, el Secretario General de la ONU, anunció las cinco prioridades del sistema de las Naciones Unidas como: Agua, Energía, Salud, Agricultura y Biodiversidad . Entre los 39 centros e institutos de investigación que se encuentran en Morelos, contamos con dependencias cuyo objeto de estudio son precisamente esas áreas prioritarias (ver recuadro 2). Así que podemos añadir el carácter de “pertinente en el contexto mundial” a la investigación que realizan los distintos grupos que atacan estos temas de interés para toda la humanidad.
Por otro lado, sabemos que Morelos contiene aproximadamente el 10% de la biodiversidad de toda la República Mexicana, y que esta a su vez contiene al 10% de la biodiversidad mundial . De tal forma que en una extensión territorial pequeña, Morelos contiene el 1% de la biodiversidad del mundo. Y también en este tema tenemos centros de investigación (ver recuadro 2) cuya labor es no sólo observar y estudiar nuestra reservas biodiversas, sino más importante aún preservarlas.
A finales del siglo pasado, se vislumbraba claramente que el siglo XXI sería el siglo de la biotecnología . Hace 25 se fundó en Morelos el primer centro de investigación en México en ingeniería genética y biotecnología. Hoy día están establecidas en nuestro estado 2 instituciones dedicadas a esta área de la ciencia (ver recuadro 2) y otras 5 tienen importantes departamentos de biotecnología que son fundamentales para el logro de los objetivos de investigación y desarrollo que percibe cada una. Además, en el mes de diciembre tendremos a la primera generación de egresados de la carrera de Ingeniería en Biotecnología .

La vocación de Morelos

Por años hemos escuchado como la vocación de nuestro estado es eminentemente turística. Sabemos de la gran cantidad de visitantes que tenemos no sólo en temporadas vacacionales, sino cada fin de semana podemos ver como nuestros parques acuáticos, nuestros espacios públicos se benefician del turismo regional e internacional. Contamos en Morelos con espacios para el turismo ecológico, como la Sierra de Huautla, el de aventura, y el cultural. Incluso Xochicalco fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, lo que nos ubica en un mapa de relevancia cultural internacional. Indudablemente Morelos con la riqueza de su historia y de su biodiversidad, tiene una vocación turística, que ya Margarita González Sarabia describe en su artículo en este mismo ejemplar.
Sin embargo, no es la única vocación. Ya desde antes de la llegada de los españoles, Morelos era un espacio importante de investigación, y ahí tenemos a Xochicalco, que fue el lugar donde se realizó la segunda convención de sabios de Mesoamérica , donde se llevó a cabo el ajuste de calendarios entre los distintos sacerdotes-astrónomos de aquellos tiempos. Los 39 centros de investigación, la pertinencia e impacto de la ciencia que se realiza día a día en nuestra entidad, las áreas estratégicas que son objeto de estudio, son el mayor activo con que contamos en Morelos. La comunidad científica, durante estos 30 años ha logrado consolidarse, es ahora una comunidad madura, multidisciplinaria, que está lista para, con el plan de desarrollo adecuado, potenciar e impulsar el desarrollo de la entidad.
Desafortunadamente, aunque el recurso humano calificado es el ingrediente fundamental y el más difícil de conseguir, no es suficiente para convertir a nuestro estado en lo que Marcos Manuel Suárez llamara por primera vez en el 2002, “la Capital del Conocimiento”. Hace falta establecer todo un sistema de gestión del conocimiento alrededor de esta comunidad, donde se establezcan los vínculos entre la sociedad, el sector público, el sector privado y la comunidad académica. Vínculos que se traduzcan en colaboración activa, en círculos virtuosos donde sociedad, gobierno y academia, en un entorno de confianza y apertura, logren traducir sus necesidades en proyectos de desarrollo a largo plazo, que tengan además metas alcanzables en el corto y el mediano plazo, de manera que la confianza se incremente, y el proceso de creación del conocimiento se enriquezca.
Afortunadamente, desde el sexenio pasado se han dado pasos importantes en la construcción de este sistema de gestión del conocimiento. Se han generado iniciativas de ley que aseguren la creación de organismos gubernamentales que tengan como prioridad el impulso de la Ciencia y la Tecnología en nuestro estado. Tenemos en primer lugar al Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Morelos, dirigido por Manuel Martínez, reconocido líder académico y fundador de importantes instituciones de ciencia y tecnología. Morelos cuenta con un Fondo Mixto en colaboración con el CONACyT, donde el gobierno federal a través de este último aporta un peso por cada peso que el gobierno estatal invierta en el Fondo (ver recuadro 3).
El proceso más complejo en estos sistemas de generación de conocimiento es, sin lugar a dudas el de la transferencia tecnológica al sector productivo, o dicho de otra manera, el lograr que “ideas brillantes se traduzcan en negocios exitosos”. Para esto se creó el CemiTT (Centro Morelense de Innovación y Transferencia Tecnológica), que serviría de puente entre el mundo empresarial y el sector científico-tecnológico. De manera tal que, impulsando la innovación y la generación de empresas basadas en alta tecnología, podamos acceder al mundo de los "proveedores de conocimiento", e ir dejando atrás nuestra historia de “dependientes tecnológicos”. El CeMITT fue en su concepción el gran lugar donde las grandes ideas se convertirían en negocios exitosos con alto valor agregado dentro de un esquema de desarrollo sustentable.
Todavía falta mucho por hacer, necesitamos de una mayor voluntad política que dirija más recursos económicos hacia proyectos que involucren a la comunidad académica. Tenemos expertos que son consultados de distintas partes de México y el Mundo en temas sustantivos, como el cuidado del medio ambiente, el tratamiento de agua, energías alternativas, bioseguridad, organismos genéticamente modificados, salud poblacional, etc; sin embargo, se siguen haciendo planes y proyectos municipales y gubernamentales sin tomar en cuenta la valiosísima experiencia de nuestra comunidad. Incluso en varias ocasiones la Academia de Ciencias de Morelos y la Academia de Ingeniería Coordinación Regional Morelos (ambas asociaciones que reúnen a los más reconocidos científicos y tecnólogos, respectivamente, de nuestro estado), se han acercado a los titulares de las dependencias del poder ejecutivo para ofrecer de manera voluntaria sus servicios como asesores en los distintos temas que nos preocupan, caso concreto, la crisis de la basura que llegó a un máximo el año pasado. La respuesta de las autoridades ha sido desalentadora, en la mayoría de los casos, pues ha ido desde una actitud de indiferencia, hasta una escucha pasiva, agradecida que no se traduce en acciones.
En este clima de alternancia política, donde las sutiles diferencias en gestión tanto a nivel municipal como estatal, la ciencia y la tecnología son un elemento a considerar. Ya hay algunos ediles visionarios, innovadores que están acercándose a los distintos sectores académicos en busca de orientación, e incluso, de soluciones a problemas cotidianos acuciantes, como el consumo energético excesivo, el manejo de residuos sólidos urbanos, la gestión administrativa gubernamental, por citar algunos. Seguramente estos acercamientos redundarán en experiencias positivas que alimentarán la confianza de la comunidad beneficiada directa e indirectamente por estos proyectos sociales.
Ojalá sociedad y gobierno tengan la visión necesaria para impulsar frontal y decididamente la vocación científico-tecnológica de nuestro estado. Pues aunque Morelos va a la cabeza en la carrera de la innovación y el potencial científico-tecnológico, otros estados de la República, como Nuevo León, Guanajuato o Jalisco, por mencionar algunos, están invirtiendo fuertemente en ciencia y tecnología, atrayendo a las mejores mentes y elaborando esquemas de colaboración autosustentables. Por nuestra parte, desde las trincheras de la Academia, estamos concientes de que es necesario darnos a conocer, mostrarle a la sociedad lo qué hacemos y cómo lo hacemos, para que compartan con nosotros el orgullo de ser parte de las grandes soluciones. Citando a Agustín López-Munguía:
“En efecto, debemos considerar que esto lo hacemos todos. Me da la impresión de que dentro de las causas por las cuales existe una importante brecha entre científicos y sociedad es, en parte, porque la sociedad no hace suya la ciencia; no siente que le pertenece, a pesar de que se hace en sus instituciones públicas. Y si no lo siente así, ¿cómo podemos esperar que la sociedad vea con buenos ojos los permanentes reclamos de la comunidad científica por más apoyo y más compromiso del gobierno con la ciencia, o que se indigne ante la falta de formalidad, por decir lo menos, con la que la comunidad científica es tratada por las instancias de gobierno?”