Mi abuelita, a quien adoré en vida y después, tenía la
fórmula para lograr que yo me portara bien.
Bastaba con que me dijera: “Karlita, cuando subes los pies sucios al
sofá, ¡siento que me cachetean!”,
para que yo me sintiera profundamente triste, le pidiera disculpas y no lo
volviera a hacer. Hasta la fecha, incluso en los consultorios dentales, veo
como alejo las suelas sucias de los zapatos del descansa pies.
¿Quién no siente que
lo cachetean cuando ve una fuga de agua en plena calle, dejando correr el
preciado líquido a borbotones?, o cuando un vecino inconsciente decide lavar el
coche, la banqueta y lo que se atraviese con la manguera a todo lo que da. Sentir que nos cachetean es una mezcla
de indignación, impotencia y hasta
vergüenza; todos la conocemos y la hemos sentido ocasionalmente.
Justo eso, que me
cachetean, siento todos los días, cuando bajo este cielo despejado y sol esplendoroso,
veo derramar continua y abundantemente la fuente de energía más limpia y
gratuita posible, la solar. Vivimos en
uno de los estados que recibe mayor radiación solar todo el año. Podríamos
abastecer toda la energía que consumimos al calentar agua e iluminar nuestras
casas y comercios con instalaciones solares. Y nada. Años van, años vienen, el Sol
sigue irradiando a manos llenas y nosotros seguimos desperdiciándolo; gastando
en instalaciones que producen energía ineficientemente, contaminando y minando
nuestra calidad de vida y la de los hijos de nuestros hijos.
Apostemos a la energía solar, ya hace tiempo es
económicamente viable aprovecharla, sumemos voluntades y transformemos a la que
fue la Ciudad de la Eterna Primavera en la capital del Estado del Sol
Aprovechado.
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