sábado, 26 de septiembre de 2015

Adivina adivinanza

publicado el 26 de septiembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde hace 40 años mi madre me enseñó las bases del Álgebra, esto es, a razonar con incógnitas por todos lados. Por ejemplo, mientras comíamos me podía decir, sin señalar nada en particular: "Karlita, ver por el 'ese' que deje sobre la 'esa'". Y yo tenía que descubrir que el 'ese' era el salero y la 'esa', la mesa de la cocina. Por supuesto, a diferencia del Álgebra, en estas situaciones todo dependía del contexto. Pues la misma frase al entrar al coche para ir a la escuela implicaba 'suéter de tu hermano' y 'silla del comedor'. Curiosamente, para mí, cada enigma cotidiano era una oportunidad de hacer feliz a mi mamá y de sentir la satisfacción por resolver un pequeño problema. Hasta la fecha, cuando mi mamá en la cocina, voltea para buscar algo, empieza mi algoritmo interno a analizar que está haciendo, que puede estarle haciendo falta y sin que abra la boca, le acerco lo que creo necesita.
Felizmente, esa cualidad no la ejerzo en exclusiva con mi santa madre, se me hace natural ejercerla en todos los contextos. Seguramente muchas veces me equivoco y termino dándole el salero a quien quería un vaso de agua, pero... en general hasta un vaso de agua se agradece. 
Hace muchos años, acompañé a mi papá a buscar un libro que le pidieron a mi hermano en la secundaria: “Las botas de Iván” de un tal Goitia. Pasamos todo un sábado consultando librerías en Cuernavaca. La de Cristal, la Rana Sabia, Waldo’s… Y en todas nos decían o que no conocían el libro o que se les había agotado. Ya a punto de claudicar, fuimos a una pequeña librería, que ya no existe, en Plaza Los Arcos. Ahí nos atendió una mujer muy joven y entusiasta. Buscó en sus microfichas (esta aventura fue pre-computadoras) y nada, no encontró ningún libro parecido. Creo que vio la frustración y el llanto a punto de brotar de mi ojos mientras le explicaba que mi hermanito tenía que leer el libro en el fin de semana, que era sobre las botas del tal Iván, que el libro debía existir porque la maestra se los enseñó y que tenía portada clara con las dichosas botas… Y en eso, le brillaron los ojos. Se atacó de la risa, buscó en sus estantes y nos entregó un ejemplar, el último que tenía, de “Los pasos de López” por Jorge Ibargüengoitia.
Esta capacidad de contextualizar la información que tenemos, analizarla y obtener conclusiones es una de las manifestaciones de la inteligencia humana. Es característica común de quienes son exitosos en la resolución de problemas y en la generación de nuevo conocimiento. Fomentarla en nuestros hijos,  estudiantes o colaboradores es esencial y muy sencillo. Evitemos darles todo “peladito y en la boca” y promovamos la capacidad de imaginación y resolución de problemas. 

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