(publicado en Diálogos Surianos en julio de 2007)
Hace muchos años, tuve la fortuna de recibir una de las grandes lecciones de vida durante una clase de maestría. La materia era una “nueva” materia que se había incluido en el postgrado en ciencias y que de manera rimbombante llevaba el nombre de “curso sello”, pues implicaba que era parte de un conjunto de cursos que nos dotaban a los egresados del programa de graduados de “esa característica única que tienen nuestros alumnos”. El curso en cuestión se llamó “Cultura de la calidad”. Siendo el postgrado que yo cursé en ciencias computacionales, con una clara orientación hacia la investigación y las matemáticas aplicadas, el tema de la “calidad” me parecía más un asunto de cultura general, que de interés académico.
En algún momento del curso, nos preguntaron “¿cuál debe ser el objetivo de una empresa?”. Ante una pregunta tan fácil para mí, inmediatamente contesté “hacer la mayor cantidad de dinero posible”. La discusión que siguió a mi inocente intervención no sólo duró más de una hora, sino que me pareció, en ese momento, un asunto de semántica. Hoy sé que no es así, que era un asunto de percepción y de niveles de abstracción. La gran crítica a mi respuesta era que si una empresa sólo pone sus ojos en aumentar su utilidad este año, muy probablemente se enfrascará en prácticas que a la larga la dejen fuera del mercado. A lo que yo contesté “pues si queda fuera del mercado en X años, con el tiempo habrá dejado de percibir dinero y por lo tanto, se aleja del objetivo el cual insisto, es hacer la mayor cantidad de dinero posible”. Bueno, el que para mí, y sólo para mí, fuera un asunto “entendido” el que “la mayor cantidad de dinero posible” llevara implícito el “durante el mayor tiempo, en las mejores condiciones financieras posibles”, fue la gran lección. No basta, comprendí ese día, con establecer lo indispensable y omitir lo necesario en una definición o descripción. Es menester siempre, especialmente cuando tratamos de comunicar algo a un público general, ahondar en las sutiles diferencias, esas que pueden delimitar claramente fronteras, y dejar claro, más allá de toda duda, el sentido de lo expresado.
Cuando hablamos de impulsar el desarrollo económico o social de una entidad, es de lo más común ver respuestas implementadas que, por falta de precisión en los términos, se han desviado de su objetivo y sólo logran justificar gasto público excesivo con un mínimo de beneficio económico y social real. Si a esto le añadimos la dimensión de la sustentabilidad, el panorama es aún peor.
¿Por qué añadir “sustentabilidad” a un programa de desarrollo económico? Porque tal cómo la anécdota popular nos relata, si el campesino nos vende toda su semilla (sin guardar un poco para la siguiente siembra y su posterior cosecha), luego ¿qué vende? Tal pareciera que entre más importante es la decisión de ¿a dónde dirigir el gasto público?, más se omite la consideración de ¿y luego que vendemos? De tal forma que, en lo local hemos ido descapitalizando poco a poco (habrá quienes al ver esos complejos de vivienda inmensos, dirán “mucho a mucho”) a nuestra entidad. Descapitalizando en el sentido más grave de la palabra. Estamos despojando a Morelos, a sus ciudades, de aquello que les confería valor. En un intento desesperado por generar recursos, por “hacer la mayor cantidad de dinero posible” hemos omitido, por años, el cálculo de lo que estos proyectos de “desarrollo” económico le cuestan a la comunidad que pretenden beneficiar. Es precisamente en el marco del desarrollo sustentable, donde estos costos se hacen explícitos y se comprende de manera integral lo que un proyecto genera, y contra que lo genera. Citando a Víctor Urquidi, entendemos que el desarrollo sustentable “es aquel que se lleva a cabo sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades… y está implícita la preocupación por la igualdad social dentro de cada generación.” O parafraseando a Manuel Martínez, el desarrollo sustentable es “alcanzar el bienestar de las personas al considerar simultáneamente aspectos sociales, económicos, ambientales e institucionales, y también toma en cuenta a las generaciones futuras y a los más desprotegidos del presente.”
Si al hablar de desarrollo (sustentable, por supuesto), nos presentan el proyecto de un conglomerado de vivienda de lujo, que albergará a mil personas, en el corazón de una ciudad urbana--ya de por sí congestionada y con problemas de suministro de agua--el costo de este proyecto tendría que subsanar con creces las problemáticas vial, de suministro de agua y de manejo de residuos sólidos urbanos que traerá a la zona; de tal forma que, cada espacio de vivienda sea visto como una unidad de costo que va más allá de la planta física y los servicios inmediatos, un costo que contemple la remediación del impacto negativo que trae consigo. Así las cosas, al problema que plantea el crecimiento de la población y su necesidad de espacios dignos de vivienda, respondemos como sociedad y gobierno, con una solución que daña los recursos naturales y que agrava la problemática urbana. Esta tradición de tapar huecos cavando hoyos en otro lado, sólo puede atacarse desde la innovación y la creatividad. Requerimos de proyectos innovadores con una visión sustentable, cuyos horizontes se extiendan no a los siguientes 3 ó 6 años, sino que abarquen espectros integrales tres o cuatro veces más largos (entre más, mejor).
Si hacemos un rápido análisis mental de los últimos proyectos que los gobiernos estatales han impulsado en los últimos años, en busca de un desarrollo económico, veremos enseguida que la dimensión de la sustentabilidad no está considerada. Han sido proyectos, todos ellos que, en el mejor de los casos, benefician a unos pocos en este momento (en el presente inmediato), proyectos que en el mediano y largo plazo (y a veces hasta en el corto), generan problemas sociales y medioambientales que se traducirán en más problemas económicos, con un grado de complejidad aún mayor. Para muestra tenemos lo que sucedió hace unos años con el Casino de la Selva, o el “distribuidor” vial de Plan de Ayala, o los edificios de más de veinte pisos al norte del Hospital del Niño.
Cuando se escuchan los proyectos destinados a generar riqueza, las palabras “infraestructura carretera”, “parque industrial”, resuenan por doquier. Planes para tapar barrancas, talar bosques, modificar nuestro entorno surgen y son impulsados con toda la fuerza del aparato gubernamental. Pareciera que en pleno siglo XXI pretendemos perpetuar los “usos y costumbres” del siglo pasado, donde la industria tradicional y la producción masiva de bienes eran lo más importante. Ofrecemos a los grandes capitales mano de obra barata, que ya no lo es tanto, si miramos a países como China o la India. Olvidamos que en Morelos la tenencia de la tierra es un asunto único, que requiere de la participación social, donde sólo mediante la inclusión de todos los sectores involucrados se pueden concretar proyectos viables. De manera que para un trazo carretero, o para la designación de un espacio como “parque industrial” es indispensable contar con el consenso de quienes tienen los derechos sobre los terrenos en cuestión.
Es más, hay que lograr proyectos incluyentes donde se busque beneficiar a la población involucrada, no con un enfoque asistencial, sino con un enfoque de desarrollo comunitario, de respeto e igualdad social. Ahí tenemos el proyecto realizado por el Patronato para el rescate de San Antón y las Barrancas de Cuernavaca, A.C., como claro ejemplo de un proyecto incluyente.
Para lograr un desarrollo sustentable, necesitamos antes que cualquier otra cosa, entender nuestro entorno, conocer nuestros recursos, tener una clara conciencia de cuál es la realidad de nuestro estado y trabajar con ella. El gran patrimonio natural de Morelos es su clima, en particular, el de Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera. Este clima no es gratuito, se debe a la geografía de nuestra entidad, a la disposición de las barrancas, a la vegetación de la reserva del Chichinautzin, a contar con grandes extensiones de tierra permeables al agua de lluvia, que renuevan nuestros mantos acuíferos por un lado y le dan esa saludable combinación de lluvia nocturna a nuestra ciudad en la época más calurosa del año. Resulta entonces un asunto de sentido común (que como dijera H. Greele, a veces parece ser “el menos común de los sentidos”), cuidar este patrimonio climático (que por su importancia y extensión amerita no sólo otro artículo, sino todo un ejemplar—que ya está en preparación—dedicado al medio ambiente y sus implicaciones socio-político-económicas).
Morelos cuenta con otro patrimonio, desafortunadamente no tan conocido como el clima, pero que igual que este, bien administrado, puede hacer de Morelos un estado de primer mundo, su patrimonio científico-tecnológico.
La Ciencia y la Tecnología en Morelos
Es conocido por muchos, el hecho de que Morelos reviste de un fuerte atractivo para la comunidad intelectual. La lista de escritores, pintores, críticos, creadores e intelectuales mexicanos y extranjeros que han pasado por nuestro estado y que se han quedado con nosotros es larga. En particular, somos una entidad que ha logrado capturar a las mentes más brillantes de México. La combinación de cercanía con el DF, clima excepcional, y buena calidad de vida, ha demostrado ser irresistible para los científicos que se han establecido junto con sus familias, durante los últimos 30 años, entre nosotros.
Están establecidos en Morelos actualmente 39 centros de investigación, 135 laboratorios y 1,644 investigadores. Nuestra entidad el segundo lugar estatal, solo después del D.F., respecto a número de miembros del Sistema Nacional de Investigadores (640) . Pero más allá de los números y de las cifras (que son impresionantes e impactantes sin lugar a dudas), la investigación que se realiza en nuestra entidad es del más alto nivel internacional. Radican en Morelos ocho investigadores galardonados con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, que es la más alta distinción que un académico puede recibir en nuestro país. Entre ellos uno fue galardonado con el Premio “Príncipe de Asturias” de Investigación Científica y Técnica en 1991 y es miembro de El Colegio Nacional . Otro es un distinguido miembro de la National Academy of Sciences (NAS), academia a la que sólo pertenecen 9 mexicanos (siendo México el país hispanoparlante que más miembros tiene en la NAS). Nuestro estado tiene además la fortuna de ser sede de importantes centros de investigación en Ciencias Sociales y Humanidades, con investigadores que son reconocidos por su labor tanto en México como en el mundo, gracias al trabajo que han logrado hacer para organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, por ejemplo.
Pero no son sólo las grandes personalidades del mundo científico que radican en nuestro estado las que lo dotan de importancia académica, es la relevancia de lo que estudian, de lo que producen para la comunidad científica internacional, lo que nos ubica como una entidad productora de conocimiento. Resulta que, en un comparativo hecho recientemente por Antonio del Río, al calcular los indicadores con que la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), evalúa el tema de “Ciencia e Innovación”, Morelos tiene valores que lo ubican por encima de la media de los países miembros de dicha organización, muy por encima de los países latinoamericanos (incluido México).
En 2005, el Secretario General de la ONU, anunció las cinco prioridades del sistema de las Naciones Unidas como: Agua, Energía, Salud, Agricultura y Biodiversidad . Entre los 39 centros e institutos de investigación que se encuentran en Morelos, contamos con dependencias cuyo objeto de estudio son precisamente esas áreas prioritarias (ver recuadro 2). Así que podemos añadir el carácter de “pertinente en el contexto mundial” a la investigación que realizan los distintos grupos que atacan estos temas de interés para toda la humanidad.
Por otro lado, sabemos que Morelos contiene aproximadamente el 10% de la biodiversidad de toda la República Mexicana, y que esta a su vez contiene al 10% de la biodiversidad mundial . De tal forma que en una extensión territorial pequeña, Morelos contiene el 1% de la biodiversidad del mundo. Y también en este tema tenemos centros de investigación (ver recuadro 2) cuya labor es no sólo observar y estudiar nuestra reservas biodiversas, sino más importante aún preservarlas.
A finales del siglo pasado, se vislumbraba claramente que el siglo XXI sería el siglo de la biotecnología . Hace 25 se fundó en Morelos el primer centro de investigación en México en ingeniería genética y biotecnología. Hoy día están establecidas en nuestro estado 2 instituciones dedicadas a esta área de la ciencia (ver recuadro 2) y otras 5 tienen importantes departamentos de biotecnología que son fundamentales para el logro de los objetivos de investigación y desarrollo que percibe cada una. Además, en el mes de diciembre tendremos a la primera generación de egresados de la carrera de Ingeniería en Biotecnología .
La vocación de Morelos
Por años hemos escuchado como la vocación de nuestro estado es eminentemente turística. Sabemos de la gran cantidad de visitantes que tenemos no sólo en temporadas vacacionales, sino cada fin de semana podemos ver como nuestros parques acuáticos, nuestros espacios públicos se benefician del turismo regional e internacional. Contamos en Morelos con espacios para el turismo ecológico, como la Sierra de Huautla, el de aventura, y el cultural. Incluso Xochicalco fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, lo que nos ubica en un mapa de relevancia cultural internacional. Indudablemente Morelos con la riqueza de su historia y de su biodiversidad, tiene una vocación turística, que ya Margarita González Sarabia describe en su artículo en este mismo ejemplar.
Sin embargo, no es la única vocación. Ya desde antes de la llegada de los españoles, Morelos era un espacio importante de investigación, y ahí tenemos a Xochicalco, que fue el lugar donde se realizó la segunda convención de sabios de Mesoamérica , donde se llevó a cabo el ajuste de calendarios entre los distintos sacerdotes-astrónomos de aquellos tiempos. Los 39 centros de investigación, la pertinencia e impacto de la ciencia que se realiza día a día en nuestra entidad, las áreas estratégicas que son objeto de estudio, son el mayor activo con que contamos en Morelos. La comunidad científica, durante estos 30 años ha logrado consolidarse, es ahora una comunidad madura, multidisciplinaria, que está lista para, con el plan de desarrollo adecuado, potenciar e impulsar el desarrollo de la entidad.
Desafortunadamente, aunque el recurso humano calificado es el ingrediente fundamental y el más difícil de conseguir, no es suficiente para convertir a nuestro estado en lo que Marcos Manuel Suárez llamara por primera vez en el 2002, “la Capital del Conocimiento”. Hace falta establecer todo un sistema de gestión del conocimiento alrededor de esta comunidad, donde se establezcan los vínculos entre la sociedad, el sector público, el sector privado y la comunidad académica. Vínculos que se traduzcan en colaboración activa, en círculos virtuosos donde sociedad, gobierno y academia, en un entorno de confianza y apertura, logren traducir sus necesidades en proyectos de desarrollo a largo plazo, que tengan además metas alcanzables en el corto y el mediano plazo, de manera que la confianza se incremente, y el proceso de creación del conocimiento se enriquezca.
Afortunadamente, desde el sexenio pasado se han dado pasos importantes en la construcción de este sistema de gestión del conocimiento. Se han generado iniciativas de ley que aseguren la creación de organismos gubernamentales que tengan como prioridad el impulso de la Ciencia y la Tecnología en nuestro estado. Tenemos en primer lugar al Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Morelos, dirigido por Manuel Martínez, reconocido líder académico y fundador de importantes instituciones de ciencia y tecnología. Morelos cuenta con un Fondo Mixto en colaboración con el CONACyT, donde el gobierno federal a través de este último aporta un peso por cada peso que el gobierno estatal invierta en el Fondo (ver recuadro 3).
El proceso más complejo en estos sistemas de generación de conocimiento es, sin lugar a dudas el de la transferencia tecnológica al sector productivo, o dicho de otra manera, el lograr que “ideas brillantes se traduzcan en negocios exitosos”. Para esto se creó el CemiTT (Centro Morelense de Innovación y Transferencia Tecnológica), que serviría de puente entre el mundo empresarial y el sector científico-tecnológico. De manera tal que, impulsando la innovación y la generación de empresas basadas en alta tecnología, podamos acceder al mundo de los "proveedores de conocimiento", e ir dejando atrás nuestra historia de “dependientes tecnológicos”. El CeMITT fue en su concepción el gran lugar donde las grandes ideas se convertirían en negocios exitosos con alto valor agregado dentro de un esquema de desarrollo sustentable.
Todavía falta mucho por hacer, necesitamos de una mayor voluntad política que dirija más recursos económicos hacia proyectos que involucren a la comunidad académica. Tenemos expertos que son consultados de distintas partes de México y el Mundo en temas sustantivos, como el cuidado del medio ambiente, el tratamiento de agua, energías alternativas, bioseguridad, organismos genéticamente modificados, salud poblacional, etc; sin embargo, se siguen haciendo planes y proyectos municipales y gubernamentales sin tomar en cuenta la valiosísima experiencia de nuestra comunidad. Incluso en varias ocasiones la Academia de Ciencias de Morelos y la Academia de Ingeniería Coordinación Regional Morelos (ambas asociaciones que reúnen a los más reconocidos científicos y tecnólogos, respectivamente, de nuestro estado), se han acercado a los titulares de las dependencias del poder ejecutivo para ofrecer de manera voluntaria sus servicios como asesores en los distintos temas que nos preocupan, caso concreto, la crisis de la basura que llegó a un máximo el año pasado. La respuesta de las autoridades ha sido desalentadora, en la mayoría de los casos, pues ha ido desde una actitud de indiferencia, hasta una escucha pasiva, agradecida que no se traduce en acciones.
En este clima de alternancia política, donde las sutiles diferencias en gestión tanto a nivel municipal como estatal, la ciencia y la tecnología son un elemento a considerar. Ya hay algunos ediles visionarios, innovadores que están acercándose a los distintos sectores académicos en busca de orientación, e incluso, de soluciones a problemas cotidianos acuciantes, como el consumo energético excesivo, el manejo de residuos sólidos urbanos, la gestión administrativa gubernamental, por citar algunos. Seguramente estos acercamientos redundarán en experiencias positivas que alimentarán la confianza de la comunidad beneficiada directa e indirectamente por estos proyectos sociales.
Ojalá sociedad y gobierno tengan la visión necesaria para impulsar frontal y decididamente la vocación científico-tecnológica de nuestro estado. Pues aunque Morelos va a la cabeza en la carrera de la innovación y el potencial científico-tecnológico, otros estados de la República, como Nuevo León, Guanajuato o Jalisco, por mencionar algunos, están invirtiendo fuertemente en ciencia y tecnología, atrayendo a las mejores mentes y elaborando esquemas de colaboración autosustentables. Por nuestra parte, desde las trincheras de la Academia, estamos concientes de que es necesario darnos a conocer, mostrarle a la sociedad lo qué hacemos y cómo lo hacemos, para que compartan con nosotros el orgullo de ser parte de las grandes soluciones. Citando a Agustín López-Munguía:
“En efecto, debemos considerar que esto lo hacemos todos. Me da la impresión de que dentro de las causas por las cuales existe una importante brecha entre científicos y sociedad es, en parte, porque la sociedad no hace suya la ciencia; no siente que le pertenece, a pesar de que se hace en sus instituciones públicas. Y si no lo siente así, ¿cómo podemos esperar que la sociedad vea con buenos ojos los permanentes reclamos de la comunidad científica por más apoyo y más compromiso del gobierno con la ciencia, o que se indigne ante la falta de formalidad, por decir lo menos, con la que la comunidad científica es tratada por las instancias de gobierno?”
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