jueves, 14 de noviembre de 2013

De clases y clasificaciones

publicado el 14  de noviembre de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Algo que muy poca gente sabe es que yo nunca fui al kínder, ni a preescolar. Todo el teatrito de ir a la escuela “no era lo mío”, lloraba sin parar y mi pobre madre no tuvo corazón para dejarme sufriendo en el kínder de la colonia. Aún recuerdo mi mochila roja, octagonal con la palabra STOP en blanco contrastante, y cómo la paseaba por la casa, con mi cuaderno y lápices sin estrenar. Entonces, empezó mi romance con la televisión. Gracias a “Plaza Sésamo” aprendí a leer, escribir y a interactuar con los personajes mientras practicaba nociones básicas de lógica, matemáticas, gramática y vocabulario. Mi siguiente tutor analógico fue “La Canica Azul”, aprendí más lógica, más gramática y hasta geografía, historia y sustentabilidad. Ambos programas hacían gran énfasis en clasificar elementos de conjuntos, detectar elementos distintos y transmitir que los sistemas de clasificación y orden eran una noción necesaria para avanzar en la construcción de conocimiento. Aprendí que no puedo sumar peras con manzanas y que es fundamental encontrar patrones de similitud en los objetos de estudio para poder entender mejor los fenómenos aparentemente individuales.


Sin duda, ver las diferencias entre individuos, agrupar por similitud e inferir conocimiento a partir de esas clasificaciones, es una de las actividades que más nos ha permitido avanzar en la comprensión de la naturaleza, el pensamiento científico y con él, la ciencia, la tecnología y la innovación le deben mucho a esa capacidad muy humana de agrupar, discriminar y etiquetar para entender mejor. Sin embargo, esa misma capacidad nos ha llevado a excesos en lo que respecta a la manera en que tratamos a los demás. Desafortunadamente, la etiqueta se ha convertido en un elemento discriminatorio, y con él, en un pretexto para dar un trato diferenciado a los portadores de una u otra etiqueta: mujer, afro-americano, hippie, indígena, gordita, divorciado, guapa, judío, ignorante, discapacitado, gay, capitalista. Cada etiqueta ha tenido en la historia (y tristemente, tiene aún), una carga de maltrato y violencia verbal, física, sexual, social y sicológica que hoy resulta en una sociedad fragmentada. Entonces, generamos una serie de días dedicados a esas etiquetas y a paliar sus consecuencias: día de la mujer, día de la libertad sexual, día del orgullo indígena o el día de la no-violencia contra las mujeres. ¿No sería mejor, dejar las clasificaciones y etiquetas para construir conocimiento en lugar de destruir comunidades? ¿No sería mejor celebrar todos los días del año, el día internacional de la persona? ¿No sería mejor abrazar nuestras diferencias, agradecerlas y respetarlas con orgullo, tolerancia y sentido sustentable? Yo creo que sí, por eso insisto, antes que mujer, que mestiza, que madre y que profesionista, soy persona. ¡Felicidades a todos mis pares!

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