La gente que me conoce desde pequeña
sabe que nunca fui muy sociable. Conseguir permiso en casa para
visitar amigas era complicadísimo, e imposible si se trataba de
dormir fuera de casa. Si a estas restricciones le añadimos mi
personalidad sumamente tímida e introvertida, la fórmula para una
nula interacción social estaba dada. Sin embargo, conforme pasó el
tiempo, fui descubriendo las ventajas de interactuar con colegas y
pares en espacios informales. Encontré que una charla alrededor de
un café en el receso de una conferencia, o un intercambio de ideas
entre bocadillos en un brindis de honor, abrían más puertas que el
llavero de San Pedro.
Este grato descubrimiento lo hice a
inicios de este siglo, pues desde mi gestión en el gobierno estatal
como enlace con la comunidad académica, pude ver en estos momentos
de intercambio relajado cómo académicos y diletantes se daban el
gusto de conversar, compartir conocimiento y, lo más importante,
generar lazos de confianza. Estos encuentros breves y aparentemente
dispersos permiten que comunidades que no conviven cotidianamente se
reagrupen y formen redes. Redes que a su vez, expanden las
posibilidades de interacción hacia los contactos de los contactos,
multiplicando las posibilidades de armar equipos de colaboración muy
efectivos.
Un exjefe de cuyo nombre no quiero
acordarme, criticaba duramente mi estilo gerencial diciendo
despectivamente “Karla, tú todo lo arreglas con desayunos, cafés
y reuniones informales”. Y efectivamente, gracias a la interacción
social, a las reuniones alrededor de un café o unos bocadillos, se
logra “romper el hielo”, atravesar la frontera de la introversión
individual y compartir experiencia y conocimiento.
Hoy, a propósito del estreno de mi
hija como ponente en un congreso internacional, sonrío ante el
recuerdo de mi primer congreso nacional (que tuve a la misma edad
académica que ella). Sé que esta experiencia de escuchar a pares de
diferentes edades, nacionalidades y especialidades, la va a
transformar profundamente. Yo me tardé sólo 13 años en sacarle
jugo a esa primera experiencia y aplicar el modelo de gestión para
lograr colaboraciones efectivas en temas multidisciplinarios. Gracias
a eso que aprendí entonces, y sigo aprendiendo todos los días de la
comunidad CTI, en la formación y consolidación de redes, hoy veo
posibilidades reales de cambiar nuestro entorno, de difundir la
importancia del pensamiento científico como motor de la toma de
decisiones cotidiana, y de colaborar efectivamente para lograr que
otro mundo sea posible. Sí, creo que todos podemos arreglar todo a
partir de desayunos, cafés y reuniones informales.
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