Mis domingos familiares han ido
cambiando con el paso del tiempo. En los últimos años, se han
convertido en el pretexto semanal para acercar a los miembros de la
familia que viven en el DF (mi hermano y mi hija) con los que
seguimos en Cuernavaca (mis padres y yo). Los cinco nos reunimos a
desayunar. Pasamos más de una hora juntos y entre café, pan dulce y
celulares nos ponemos al día. Curiosamente, dos eventos distintos y
aparentemente distantes me hicieron reflexionar sobre estos domingos
en familia. El primero, un mensaje de whatsapp de mi madre, donde
citaba una frase de no-sé-quien, sobre la paradoja de la tecnología,
“que nos acerca a los más lejanos y nos aleja de los más
próximos”, a propósito del tema de los celulares e internet. El
segundo, una invitación a una lectura masiva en el Zócalo.
Cuando era niña, los domingos
después de comer, mis padres, mi hermano y yo, íbamos al centro.
Pasábamos a los puestos de periódicos y comprábamos todos los
“cuentos” (hoy les dicen comics) que había. Periquita,
Lorenzo y Pepita, Archie, La familia Burrón, Supermán y Fantomas,
entre otros, eran la compra obligada. Acto seguido, entrábamos a la
cafetería Viena para disfrutar una rebanada de pastel y un flotante
de limón, mientras devorábamos los “cuentos”. Y ahí, entre
lecturas, nos poníamos al día: que si los exámenes, que si la
reunión, que si “no molestes a tu hermano”, que si “el que
acabe primero le ayuda a su compañero”. Ver a mis padres disfrutar
de la lectura me convirtió en lectora asidua. Hacerlo en el zócalo,
con un rico postre y molestando a mi hermanito, me dio sentido de
comunidad, de familia, de arraigo.
Los “cuentos” de ayer, son los
celulares de hoy. Aderezar los desayunos con un “checa si Siri sabe
que es Whatsapp”, “descárgale a tu abuela el juego nuevo” o
“check-ineate en Foursquare” es parte de la conversación
familiar. Los celulares e internet, ni nos acercan ni nos alejan, son
sólo un accesorio, como lo fue hace treinta años el pastel, el
Fantomas o la Borola. La tecnología está para servirnos, para
mejorar nuestro nivel de vida. Está en nosotros controlar su impacto
en nuestra cotidianeidad.
Este viernes 22 de noviembre, iré
al zócalo, me compraré un raspado de limón y leeré un libro
electrónico en el Kindle de mi celular. Lo haré porque creo que es
importante manifestar la importancia de leer para que otra sociedad
sea posible; y porque sé que la tecnología me acerca a lo que
quiero acercarme y me aleja de lo que quiero alejarme. Nada
paradójico, pura tautología.
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