viernes, 29 de noviembre de 2013

Leer en domingo

publicado el 14  de noviembre de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mis domingos familiares han ido cambiando con el paso del tiempo. En los últimos años, se han convertido en el pretexto semanal para acercar a los miembros de la familia que viven en el DF (mi hermano y mi hija) con los que seguimos en Cuernavaca (mis padres y yo). Los cinco nos reunimos a desayunar. Pasamos más de una hora juntos y entre café, pan dulce y celulares nos ponemos al día. Curiosamente, dos eventos distintos y aparentemente distantes me hicieron reflexionar sobre estos domingos en familia. El primero, un mensaje de whatsapp de mi madre, donde citaba una frase de no-sé-quien, sobre la paradoja de la tecnología, “que nos acerca a los más lejanos y nos aleja de los más próximos”, a propósito del tema de los celulares e internet. El segundo, una invitación a una lectura masiva en el Zócalo.
Cuando era niña, los domingos después de comer, mis padres, mi hermano y yo, íbamos al centro. Pasábamos a los puestos de periódicos y comprábamos todos los “cuentos” (hoy les dicen comics) que había. Periquita, Lorenzo y Pepita, Archie, La familia Burrón, Supermán y Fantomas, entre otros, eran la compra obligada. Acto seguido, entrábamos a la cafetería Viena para disfrutar una rebanada de pastel y un flotante de limón, mientras devorábamos los “cuentos”. Y ahí, entre lecturas, nos poníamos al día: que si los exámenes, que si la reunión, que si “no molestes a tu hermano”, que si “el que acabe primero le ayuda a su compañero”. Ver a mis padres disfrutar de la lectura me convirtió en lectora asidua. Hacerlo en el zócalo, con un rico postre y molestando a mi hermanito, me dio sentido de comunidad, de familia, de arraigo.
Los “cuentos” de ayer, son los celulares de hoy. Aderezar los desayunos con un “checa si Siri sabe que es Whatsapp”, “descárgale a tu abuela el juego nuevo” o “check-ineate en Foursquare” es parte de la conversación familiar. Los celulares e internet, ni nos acercan ni nos alejan, son sólo un accesorio, como lo fue hace treinta años el pastel, el Fantomas o la Borola. La tecnología está para servirnos, para mejorar nuestro nivel de vida. Está en nosotros controlar su impacto en nuestra cotidianeidad.

Este viernes 22 de noviembre, iré al zócalo, me compraré un raspado de limón y leeré un libro electrónico en el Kindle de mi celular. Lo haré porque creo que es importante manifestar la importancia de leer para que otra sociedad sea posible; y porque sé que la tecnología me acerca a lo que quiero acercarme y me aleja de lo que quiero alejarme. Nada paradójico, pura tautología.

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