jueves, 16 de enero de 2014

Proteger para compartir

publicado el 16 de enero de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace dos años y medio, durante una reunión con un empresario, comentábamos sobre la productividad de la comunidad académica morelense. Él había tenido la oportunidad de visitar algunos centros de investigación y conocer algunos de sus proyectos. Al ver la calidad y pertinencia de estos grupos académicos, supuso que en estas “fábricas de conocimiento” debería haber muchas patentes con potencial de explotación. Desafortunadamente, no es así. No sólo en Morelos, sino en todo el país, hay muy pocas patentes solicitadas por mexicanos y menos aún, de patentes otorgadas, en comparación con otros países. Según datos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) de 2012, en México se otorgaron 12,358 patentes, sólo 290 fueron de mexicanos; en Brasil se otorgaron 2,830 de las cuales 365 fueron de brasileños; y para rematar, en España se otorgaron 2,720 y 2,559 fueron de españoles.
Siempre que este tema se aborda en los círculos de innovación y transferencia tecnológica, se acusa a la comunidad académica y a sus sistemas de evaluación, de promover exclusivamente la publicación de artículos científicos y no valorar la solicitud y obtención de patentes. Y es que, a pesar de los esfuerzos que se han hecho para promover que los investigadores se integren a una cultura de protección de propiedad intelectual (PI) mediante la escritura de patentes, los cuerpos colegiados que evalúan la productividad de estos investigadores, aún no las consideran relevantes.
Para que una entidad sea generadora de innovación tecnológica, es necesario que proteja el conocimiento que genera para poderlo comercializar. El valor de una tecnología está relacionado, entre otros factores, a la certeza jurídica que quien la explotará pueda tener. Las patentes otorgan esta claridad y certeza de exclusividad para comercialización a las invenciones. Pretender que el conocimiento que se genera en los centros de investigación y las universidades se lleve al terreno comercial sin promover su protección, es esperar que los inversionistas y empresarios inviertan en negocios vulnerables a la piratería y el plagio.
Recuerdo que en la licenciatura, todos teníamos que llevar un curso de contabilidad, pues todos como futuros profesionistas requeriríamos de las nociones básicas para sobrevivir en la jungla contable-fiscal del sector productivo. Al ver lo analfabetas que somos en términos de protección de PI, y lo importante que es tener nociones básicas del tema, creo que deberíamos promover que, en todos los niveles educativos, se concientice a los estudiantes sobre la importancia del respeto a la PI, su clasificación, los mecanismos de protección y los derechos que los autores o inventores tienen sobre ella.

Mientras el sistema educativo formal logra integrar la materia, hay recursos en los sitios de internet de la OMPI, del Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI) y del Instituto Nacional del Derecho de Autor (INDAUTOR), para que todos sepamos cómo proteger nuestras creaciones e invenciones, y cómo podemos compartirlas, con fines de lucro o sin ellos. 

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