jueves, 19 de junio de 2014

Cuatro por Siete

publicado el 19 dejunio de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Uno de los placeres más sabrosos de quien enseña es ser testigo del proceso de apropiación del conocimiento. Y esto sucede en todos los niveles; ya sea durante la explicación de una tarea difícil a los compañeros de la escuela, hasta escuchar a un estudiante de posgrado exponer su disertación con conceptos que hace un tiempo le eran desconocidos.
Hace algunos años di clases de matemáticas particulares. Durante ese tiempo, tuve la oportunidad de convivir con estudiantes muy diversos, quienes provenían de ambientes académicos diferentes. Muchos tenían una aversión recalcitrante por las matemáticas, llegaban con una historia de fracaso en clase preocupados sólo por pasar el “extraordinario”. Aunque escuchar desde otra perspectiva la materia ayudaba a entender mejor; sin duda era enfrentarse a cantidades infames de problemas lo que lograba el objetivo. Sin embargo, en estos casos, el aprendizaje era parcial; había una comprensión de los conceptos al nivel de discernir que herramientas ameritaba una situación, pero no llegaban a apropiarse de los conocimientos. El ejemplo más cercano a esa actitud es la que tenemos cuando queremos colgar un cuadro en la pared. Sabemos que para esto necesitamos una escalera, un nivel, un martillo y un clavo del calibre exacto para el peso del cuadro; sólo teniendo todos los “ingredientes” a la mano, logramos el objetivo. Muy distinto es el caso de la apropiación. Entonces para colgar un cuadro todos aplicamos el conocimiento del que nos hemos apropiado; buscamos algún clavo “decente”, un objeto pesado que haga las veces de martillo, algo donde podamos subirnos para estar a la altura cómoda y “a ojo de buen cubero”. Y así hemos logrado decorar nuestras casas la mayoría de los mortales.
De manera similar, tengo al alumno y al ejemplo perfecto para la apropiación de un concepto matemático, la multiplicación. Un día, mientras veía a Paul, a sus nueve años, sufrir resolviendo un problema matemático, vi que la fuente de su error era una multiplicación simple. Le pregunté: “Paul, ¿cuánto es 7 por 4?”, él me respondió después de varios segundos “¿veinti… siete?”. Me fui de espaldas, yo me esperaba algún múltiplo de 7 o de 4, que es lo que sucede cuando confundimos las tablas de multiplicar, pero 27 está lejísimos. Le dije a Paul que la respuesta correcta no era 27 y al pedirle que me diera el dato de nuevo, vi como bajo la mesa, contaba con sus dedos siete veces cuatro… y entendí. Paul, se había apropiado del conocimiento que involucra la multiplicación. No me respondía de memoria las tablas, sino calculaba cada vez el significado de multiplicar; esto es, “7 por 4” significa “suma 7 veces 4”. Entonces entendí que es mucho más importante apropiarse del conocimiento que memorizar datos.

Hoy sabemos que una sociedad mejor informada, más crítica y democrática requiere apropiarse del conocimiento y de los procesos científicos para acceder a él. Hacia eso se dirigen las nuevas estrategias de comunicación pública de la ciencia, la tecnología y la innovación.





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