jueves, 14 de agosto de 2014

Contribución y fronteras

publicado el 14 de agosto de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

La primera vez que escuche la frase “fuga de cerebros”, en una charla de pasillo en la primaria, me pareció pavorosa. La idea de materia gris escurriéndose por ahí, además de asquerosa, era de terror. Afortunadamente mis papás me explicaron con gran detalle que el cerebro no se le fugaba a nadie; sino que así se decía cuando los talentos mexicanos se iban a otros países porque les pagaban mejor. Pensé, a mi corta edad, que esta fuga de cerebros no podía ser buena para México. Y conforme fui creciendo y entendiendo el sistema de generación de talento mexicano, me preocupó aún más. Pensar en México invirtiendo, mediante becas de Conacyt, en la generación de doctores y maestros que terminaran trabajando fuera me parecía, casi casi, traición a la patria. En lo local, debo confesar que cada vez que me entero de un estudiante brillante, ganador de olimpiadas del conocimiento o de concursos de ciencia, “nos lo piratean” otros estados con becas y/o mejores ofertas de trabajo, me da el tamafat. Las fugas de cerebro, o migraciones de talento, han tenido un impacto negativo en la conformación del tejido socio-económico. Preparamos en Morelos jóvenes talentosos que normalmente se van al DF, Jalisco, Querétaro o Nuevo León, en busca de mejores oportunidades.
Con los años he entendido que hay una corresponsabilidad en el fenómeno de la fuga de talento; un país o región competitiva, requiere no sólo generar talento, sino además atraerlo y retenerlo. Ahí es donde las políticas públicas tienen un papel fundamental. A nivel federal, Conacyt está llevando a cabo una serie de programas que tienen la intención de retener el talento que el ecosistema de investigación ya  genera. Entre ellas se encuentran las cátedras para jóvenes investigadores. Y a nivel local, nuestra Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología, en colaboración con Conacyt promueve el programa de incorporación de maestros y doctores a la industria.
Recientemente, pude escuchar a un joven mexicano, que estudia en la Universidad de Londres, disertar sobre la fuga de cerebros en nuestro país. Y me ayudó a ver el tema desde otro punto de vista. La pregunta importante, planteaba Tonatiuh, no es ¿cuántos investigadores se quedan en el extranjero?; es ¿qué están haciendo esos investigadores y cómo podemos colaborar? Y dio en el clavo. Nuestro acervo científico-tecnológico se enriquece con esas migraciones, lo que necesitamos es vincularnos mejor con quienes están fuera de México pero que, desde otros espacios geográficos siguen contribuyendo a la generación de conocimiento. Ese compartir conocimiento se traduce en divisas de alto valor agregado. Las redes existen y es responsabilidad de los miembros de esas redes, los investigadores que se fueron y los que se quedaron, activarlas y promover colaboraciones concretas que nos permitan recuperar ese talento que migró y que tanta falta nos hace para construir otro México. 

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