jueves, 11 de septiembre de 2014

Pertinencia vehicular

publicado el 11 de septiembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Esta semana entré al estacionamiento de una plaza comercial detrás de una camioneta inmensa. A pesar de que la entrada al estacionamiento estaba de mi lado, la camioneta que iba en sentido opuesto, entró primero. Supongo que esto sucedió pues tengo la costumbre de disminuir la velocidad en los topes para evitar golpes en el “piso” de mi auto. Para la camioneta que venía en el carril contrario, los topes no son un problema, la altura y la suspensión que trae un vehículo así, les permite atravesar campo traviesa y terracería, un topecito citadino no les hace ni cosquillas. Así las cosas, la camioneta sin pena ni gloria en una maniobra continua, pasó el tope a velocidad normal, giró sin direccional y entró al estacionamiento. Todo eso mientras la lenta de yo, ponía direccional, frenaba para pasar el tope y giraba hacia la entrada.
Ya en el estacionamiento vi un sitio muy bueno, estrecho y un poco incómodo, pero cerca del banco al que me dirigía, así que enfilé hacia él. ¡Ilusa yo!, la camioneta se dirigió al mismo sitio. Afortunadamente en una fila más lejana al banco había otro sitio libre, que pude ocupar sin mayor problema. Me estacioné, guardé celular en el bolso, revisé los documentos que traía para pagar en el banco, saludé al vigilante que hace tiempo no veía y sorprendentemente, cuando pasé por el cajón que perdí en buena lid con la camioneta, vi que aún seguía maniobrando para poder estacionarse. Y no por falta de habilidad de la conductora, ni por falta de tecnología en el vehículo, pues además de una dirección hidráulica  de primera, tenía sensores auditivos para detectar cercanía de obstáculos en los cuatros costados y evitar el “golpe avisa”.
 Mi primera reacción a ver la situación fue voltear a la parte trasera de la camioneta. Un monstruo así, con espacio para 8 personas más equipaje, es ideal para familias grandes. La camioneta iba vacía, sólo la ocupaba la dama al volante.  No pude evitar pensar, entonces, en la cantidad infame de combustible que un vehículo así consume, que en otro contexto (familia numerosa, salidas a campo traviesa o carga excesiva) se justifica.
En algunas ocasiones he podido manejar camionetas semejantes, las he pedido prestadas cuando he necesitado transportar a familiares, amigos de mi hija o compañeros de trabajo. Y debo confesar que son una maravilla para esas circunstancias en particular; sin embargo, puedes ver como el tanque de gasolina se vacía conforme el odómetro avanza y como dice mi hija “el planeta llora”.
Por el bien del planeta, espero que la familia de esa buena mujer encamionetada sea muy numerosa, que además les encante salir de excursión en coche y por eso requieran un vehículo suburbano utilitario (SUV, por sus siglas en inglés) como el que conducen. Los SUV son un medio de transporte necesario que responde a necesidades de un mercado muy particular: largos recorridos, gran espacio interior, cómodo y seguro para pasajeros, amplio para equipaje. Sin estas características, el consumo de combustible, la incomodidad para maniobrar en espacios pequeños urbanos, es un desperdicio energético y una fuente de frustración y enojo para el conductor que “no cabe” en ciudades como la nuestra. 

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