Desde siempre, Cuernavaca se ha distinguido por sus
glorietas. Son referencia obligada para quien llega a la ciudad “si entras por
la glorieta de la Paz…”, o motivo de nostalgia para quienes aún nos corregimos
cuando damos referencias en un “si entras por la libre, toma la glorieta…
perdón, el distribuidor de Zapata y…”. Curiosamente, también son motivo de
enojo cotidiano y hasta de accidentes ocasionales.
Cuando uno toma clases de manejo formales, entre las
lecciones que aprendemos (yo hice el curso dos veces seguidas cuando tenía 14
años), una de las más claras es que la preferencia en las glorietas la tienen
quienes están dentro y quieren salir. Esto es, los que queremos entrar a la
glorieta debemos esperar. En mi ruta cotidiana de casa al trabajo y viceversa
tengo un pase de glorieta asegurado. Y por lo menos cuatro veces a la semana,
me avientan el coche los que entran a la glorieta, tratando de entrar antes de
que yo salga. Y eso no es lo peor, me tocan el claxon otras 3 veces a la semana
cuando yo, siguiendo la regla, asumo preferencia para salir y no me detengo en
la glorieta para dejarlos entrar. Que me avienten el coche a lo cafre,
podríamos pensar que es un acto de patanez
vial; pero el claxon que pretende corregir a quienes seguimos la regla de
tránsito me dice que hay una genuina creencia de que los entrantes tienen toda
la preferencia y por eso nos educan a claxonazos.
Cuando mi hija aprendía a manejar, ella fue la única entre
sus amigos que tomó clases formales de manejo con instructor, auto de doble
control y demás; igualito que su madre. Así que comentar las reglas de tránsito
con todos sus cuates era su gracia. Recuerdo bien que, cuando salió el tema de
las glorietas, a todos les pareció una lección innecesaria. Me explicaban “pues
es como en los elevadores, o en los vagones del metro, primero debe salir la
gente que está dentro y después entramos los que estamos fuera, si no, gran
caos que tendríamos, ¿no?”
La lógica de un grupo de adolescentes claramente
dictaba qué hacer en una situación de tránsito. Llevado el ejemplo el extremo,
si en un tráfico de hora pico, todos insistimos en entrar a las glorietas e
impedimos la salida de los demás, tendríamos embotellamientos épicos. Quienes
lleven lo que va del siglo en Cuernavaca, tal vez recuerden lo que sucedía en
la extinta glorieta de Zapata. Las reglas de urbanidad suelen tener una base
lógica detrás, no es necesario que todos nos aprendamos el reglamento de
tránsito de memoria, o que tomemos dos o tres cursos de manejo, Lo que
necesitamos es aplicar los principios lógicos basados en el respeto por los
demás y de bien comunitario. Esta maravillosa inteligencia que hemos
desarrollado gracias a la selección natural es nuestro mayor activo; hasta en
las decisiones triviales del día a día, el razonamiento lógico es nuestra mejor
herramienta.
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