Aunque pueda parecer contradictorio, soy
tan melindrosa como comelona. Aunque he ido diversificando mis gustos
gastronómicos, sigo teniendo manías en prácticamente todos los grupos
alimenticios. Sin embargo, soy de buen diente. De aquellas cosas que me gustan,
puedo sentarme a comerlas con singular alegría hasta el hartazgo. Para mala
fortuna de mi índice de masa corporal, la lista de mis alimentos favoritos está
dominada por los carbohidratos y le siguen muy de cerca las grasas. Un bolillo
con aguacate, un bísquet con mantequilla, una quesadilla de papa o una pasta
con mucho queso, son buena muestra de mis placeres culinarios y al mismo
tiempo, los peores ejemplos para una alimentación sana.
Por esta adicción a los carbohidratos y las
grasas, he sufrido batallas campales contra la báscula durante toda mi vida. Y
me he enfrascado en dietas de todo tipo desde la primaria, cuando esperaba
verme alta y espigada como Cristina en el vestido de graduación. Si algo he
aprendido en más de treinta años de pleito contra los kilos es que no hay
remedios milagrosos, todos requieren paciencia, disciplina y una convicción de
que en el mediano y largo plazo es cuando se verán los resultados. La promesa
de una vida más sana mediante una alimentación balanceada y una dosis de
ejercicio, sólo se cumple después de meses de constancia.
Algo similar ocurre con la vinculación
entre Academia y Empresa. No podemos
esperar que a las primeras de cambio sucedan grandes transformaciones en una
relación de colaboración entre investigadores y empresarios. El proceso toma su
tiempo. Va desde la formación de nuevos hábitos de comunicación en ambas
partes, que incluye la generación de un vocabulario común; hasta el
establecimiento de la confianza que da el intercambio efectivo entre ambas
partes. Estas colaboraciones requieren paciencia, disciplina y una convicción
de que la promesa de una vida más productiva se cumplirá en el mediano y largo
plazos. Sin embargo, para esto necesitamos acciones concretas en el día a día.
Estamos acostumbrados a esperar un respuesta
inmediata a lo que hacemos. Invertir en lo cotidiano sin ver resultados
inmediatos no es fácil. Afortunadamente, para quienes logran fijar la mirada en
el futuro, y avanzan día con día cumpliendo pequeñas metas concretas, el
ingreso al mundo competitivo está asegurado.
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