jueves, 26 de febrero de 2015

De una cultura a otra

publicado el 26 de febrero de 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Nunca fue secreto en casa que nuestra rama familiar favorita era la materna. Adoro a mi papá, pero la cultura de los Cedano-Villavicencio (mis padres, mi hermano y yo), siempre fue más Villavicencio-Salazar (los apellidos de mi madre) que Cedano-Vázquez. Muy probablemente la razón reside en que mi mamá nos crió a lo Villavicencio-Salazar, así cada interacción con su familia se sentía natural. Yo me casé dos veces y en ambas ocasiones, la integración a familias distintas tuvo su chiste. Desde aquellas comidas iniciales donde todo es cordialidad, hasta los dramas de fin de año donde había que partirse en dos para atender a unos y a otros. Curiosamente, la integración con la familia de mi primer ex marido, a pesar de que convivimos por menos tiempo, fue más exitosa. Hoy día, convivimos muy cordialmente en su comida de fin de año, por ejemplo; lo que no hago con la familia de mi segundo ex marido. Con los años he descubierto porque: la similitud cultural y mi apertura inicial a integrarme a sus culturas familiares. En mi primera experiencia conyugal, el medio socio-cultural era muy similar y mi expectativa era “hasta que la muerte nos separe”. En la segunda experiencia, no había una cultura familiar común de inicio y mi expectativa era “que dure lo que deba de durar”.
Recientemente he tenido el gusto de colaborar con equipos profesionales en áreas económicas, financieras, organizacionales y educativas. Compartimos el entusiasmo por promover la innovación y articular grupos multidisciplinarios para la solución de problemas. La gran mayoría de los integrantes de esta red son profesionistas con estudios de posgrado, que incluso han sido profesores en universidades prestigiosas de México y Morelos; y además compartimos tutores o mentores. Con estos antecedentes mis colaboradores y yo supusimos que sería muy natural la integración de la red. De hecho, en nuestro plan de acción, habíamos considerado un mínimo de reuniones preparatorias para lograr un enfoque de “manos a la obra y a la de ¡ya!”.
Afortunadamente, el equipo que estamos integrando, nos pidió más sesiones de inducción para conocer nuestras culturas organizacionales. Esto ha sido la clave para lograr avances reales con potencial de generar una alianza de largo plazo. La sinceridad con que nos hemos abierto al diálogo, la apertura a la crítica, las ganas de aprender unos de los otros, nos ha permitido integrarnos poco a poco, pero contundentemente.

La interculturalidad es más cotidiana de lo que creemos, reconocer nuestras diferencias es una gran manera de lograr acuerdos que se nutran de nuestras similitudes. Lograr alianzas duraderas y sólidas necesita una comunicación franca, directa y constructiva. Hablando se entiende la gente.

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