jueves, 9 de julio de 2015

Silencios y aburrimiento

publicado el 09 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace algunos años, tuve la oportunidad de ir a la ópera con un amigo. Habíamos interactuado por temas de trabajo y coincidido en un taller de relaciones humanas. Sin embargo, nunca habíamos tenido oportunidad de platicar sin un objetivo bien definido.  El buen hombre, Equis para los cuates, tuvo la gentileza de pasar por mi para viajar juntos a Bellas Artes y regresarme a casa. Con un poco de pena, debo reconocer que el viaje fue e-ter-no. La eternidad reflejada en dos aspectos, el primero, íbamos en dirección Cuernavaca-DF un domingo de fin de puente. Así que un trayecto de 40 minutos, nos tomó 2 horas. El segundo, fue la conversación. Resulta que en un afán de evitar silencios incómodos, Equis pasó todo el trayecto preguntándome mil cosas. Recuerdo vagamente una referencia a “El Perfume”, a Serrat y… un sartenazo que recibí cuando hablé del aburrimiento.
Equis me regaló una cápsula de sabiduría, de esas que duran para siempre. Resulta que su mamá, desde pequeño le inculcó que “la gente inteligente nunca se aburre”. Cuando me lo contó pensé “Pues yo he de ser bien bruta, porque me doy unas aburridas…”. Resulta que la solución materna para las horas de aburrimiento era llevar un libro a todos lados y así, lograr aprovechar esos espacios en que la mente vaquetonea para complementar nuestra vida con una buena lectura.
Recordé entonces las largas esperas en coche que viví en mi infancia al lado de mi madre y mi hermano. Solíamos acompañar a mi papá los fines de semana a “terminar rápido un pendiente en la oficina” y mi madre, siempre llevaba un libro; mi hermano se entretenía jugando con un cochecito, un papelito, una varita o lo que fuera; y yo… sufría de aburrimiento crónico. Hasta que un buen día, copié el hábito de mi madre y empecé a cargar con libros y revistas, y las esperas se acortaron, mi afición por la lectura se incrementó y mi vida se transformó.  Y recordé también, los eventos que organicé durante varios años en la UNAM Campus Morelos, donde acudían investigadores y estudiantes. La gran mayoría de los asistentes llevaban siempre un artículo de investigación o el borrador de algún documento. Así, mientras esperaban al inicio del evento, o durante los intermedios, los podías ver leyendo sus artículos o corrigiendo sus borradores. Muy pocos bostezaban de aburrimiento o con impaciencia.
Efectivamente, como bien dicen Equis y su mamá “la gente inteligente nunca se aburre”, y yo añadiría “porque valora su tiempo y aprovecha al máximo la vida y su paso por ella”.

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