jueves, 14 de marzo de 2013

Futuro con “s”

publicado el 14 de marzo de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos



La noción del tiempo que transcurre y la predeterminación en algunos aspectos de nuestra vida es un tema que nos apasiona a todos desde muy pequeños. Nunca es el tiempo más largo que en familia, dentro de un automóvil, rumbo a algún destino turístico, tratando de espaciar los “¿ya llegamos?”, que agudas vocecillas emiten desde el asiento trasero, con el clásico “… un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña…, dos elefantes se columpiaban sobre la …, ” ad nauseaum. Esta imagen, o alguna similar, es sin duda una de las primeras escenas que recordamos todos respecto al paso del tiempo, muy anterior a esas conjugaciones eternas de verbos regulares y no tanto, en tiempos perfectos, imperfectos (y para los que ya pasamos los 40, pluscuamperfectos). De alguna forma intuitiva, de niños sabemos, creemos con certeza, que llegaremos a nuestro destino… turístico. No tenemos duda alguna de que eventualmente, más tarde que temprano, nuestro padre logrará avanzar sobre la eterna carpeta asfáltica y llegaremos a Acapulco (Oaxtepec, Zacatecas, La Marquesa, ponga usted el lugar favorito de aquel entonces). Hay algunos que, como la prima Margarita, se ponen el traje de baño debajo de la pijama una noche antes, para que “no se les vaya a olvidar” en el dicho, y “no pierdan tiempo” en el hecho.

Así, hay ciertas cosas que claramente sabemos llegarán. Sin lugar a dudas, y sin ánimo de ser fatalistas, todos sabemos que algún día, tarde o temprano, moriremos. También desde pequeños, sin importar qué tanta información tengamos a nuestro alcance, podemos saber con cierto grado de certeza que en algún momento de nuestro día comeremos, cenaremos, dormiremos e iremos a la escuela. Valga esto para recordar a aquella madre molesta por la falta de diligencia de su pequeña, que al pedirle “haga su cama” antes de ir a desayunar, recibe un “¡pero si la voy a deshacer en la noche, ma’!, ¿para qué?”

Sin embargo, el futuro tiene un aura de misterio, de incertidumbre. A diferencia del pasado, que tiene un carácter anecdótico, o el presente, con su naturaleza instantánea, el futuro es desconocido. Y curiosamente, conforme más información tenemos, lo desconocido aumenta (¡sólo sé que no sé nada!). Esto lo vemos claramente ante la pregunta: “¿qué quieres ser cuando seas grande?”, que va tomando un carácter siniestro, conforme crecemos. Pasa de ser respondida con la ligereza que nos regala el último acontecimiento sorprendente en nuestra vida infantil (mago, payaso, bombero, policía, actriz, Miss Universo, mamá, o como decía Fernandito, “bombero de día, mago de noche”), a ser una sentencia mortal sobre lo que se espera hagamos con nuestras vidas, según algunos, “para siempre”. Es más, anticipar qué haremos el fin de semana que entra es ya una tarea que requiere una consulta familiar y un par de pleitos ente hermanos para que, finalmente, nuestra respuesta tenga un alto grado de incertidumbre.

El futuro, así en singular, puede ser el gran misterio y para aquellos que creen en el determinismo, hasta doloroso. Los oráculos de la antigüedad hacían de las suyas anticipando los eventos por venir. Profetas, astrólogos, videntes y visionarios han dejado huella en el comportamiento de los individuos en distintas épocas, en la cultura de la humanidad y hasta en los bolsillos de quienes han creído erróneamente que el futuro es único, está escrito y que quien tenga acceso a esa información que vendrá, tendrá una ventaja clara sobre los demás.

Por eso, en ciencia hablamos de futuros, con “s”. Entendemos el paso del tiempo como un continuo y decimos que contamos con la posibilidad de crear un futuro posible, consecuencia de lo que hagamos en el presente con lo que hemos ido acumulando desde el pasado.

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